Algo se me escapa. Rápidos movimientos oculares echan en falta una estela de puntos brillantes, que no llego a precisar, mientras flotan en algún lugar de la periferia. Echar en falta lo difuso, desde la intuición de que te estás perdiendo algo. A veces los puntos son renacuajos negros luminosos. Llámalo presbicia.
Ese rastro que no logro alcanzar, menos asir, se mueve con gracia al ritmo del no me da la vida. ¿Cuándo se nos acodó en el sofá del lenguaje común una renuncia tan trascendental como cotidiana? El no-me-da-la-vida deja fuera del campo óptico –y de posibilidades- un abanico de anclas a tierra que, a menudo, nos tiene a expensas de la deriva de la urgencia y los mandatos de un orden superior. El empleo, los cuidados, la enfermedad, la burocracia, likes y followers … O el cóctel explosivo de todos ellos, la conciliación en precario. Fluyendo en ese swing, bajo la dirección de lo que para sí me da la vida, habitamos el paso y la sobrecarga. Entro. Una sesión de zoom. Salgo. Un café para llevar. Entro. Una conversación a salto de audios en múltiples trayectos. Boca de metro. Entro. Una micro tarea cuyo fin presagia la entrada a otra microtarea. Salgo y entro. El deseo de vernos pronto. Salgo.
Mi certeza es ahora un tiempo extraño, de memoria de encuentros largos, inagotables, sudados como los zapatos que te pones cada día y no puedes dejar de usar. Estábamos, en plural; éramos, también en individual. ¿Cómo puede ser la ausencia una forma de estar? ¿O menos aún, de ser? ¿Cómo encontrarse a golpe de ráfagas, entre nubes y etiquetas? La presencia, la intimidad, la introspección, quedarnos, la cámara lenta, se nos vuelve un privilegio, a precio de retiro austero y selecto. O una vía para la rebeldía. Llámalo presbicia.
¿Y qué señales serán las que nos llamen a volver a ser sujeto, y que seamos nosotras quienes nos demos la vida y no ese ente externo, «la vida», la que nos da o nos deja de dar?
Rápidos movimientos oculares cruzan nuestras miradas. Te encuentro. Pausa. Otra vez la intuición, esta vez con más fuerza –la puedo tocar y sentir su forma entre mis dedos-, que eso para lo que no me da la vida es la vida.