No hay riqueza sino vida.
John Ruskin (1819-1900) Crítico y escritor británico.
Desde que esta maldita pandemia viniera a trastocarnos la vida, en todo el orbe ha surgido un debate que está en la calle, en los medios de comunicación y en la política. Para muchos un falso debate, en especial los responsables públicos, porque se diría que las prioridades son evidentes. ¿O no lo son tanto?
Parece claro que sin salud no hay economía pero ¿están actuando los diferentes gobiernos y las instituciones internacionales de manera acorde a ello? Echando un vistazo a la prensa extranjera el debate es generalizado y, de un modo u otro, el contexto similar.
Por poner un ejemplo cercano, cuando se discutía el cambio de fases en la desescalada en España, la Comunidad de Madrid de la noche a la mañana cambió inesperadamente de criterio. Si bien tenía claro en principio que la manera con que el virus seguía acechando a sus conciudadanos hacía inviable solicitar mayores avances, la propia presidenta de la Comunidad afirmó que tuvo que cambiar de opinión en el último momento tras reunirse con diferentes sectores económicos. Lo que le costó la dimisión de algunas personas de su equipo ligadas al ámbito sanitario.
Un caso que, a buen seguro, se habrá dado y todavía se seguirá repitiendo a lo largo y ancho de toda la geografía planetaria. Luego ¿hay debate o no? Vayamos por partes.
La nueva normalidad
Salvo el singular caso de Suecia, que para lo que nos ocupa viene a resultar lo mismo, y algún que otro caso aislado –por lo general dictaduras o pseudodemocracias-, el confinamiento de la población en mayor o menor medida ha resultado efectivo para frenar la expansión del virus.
Además, de manera directamente proporcional al grado de dicho confinamiento. Como por ejemplo en el caso de España que ha sido uno de los más duros pero que hizo caer drásticamente la curva de propagación del mismo. O el de Nueva Zelanda, parece que el más drástico de todos pero que ha representado el mayor éxito en cuanto a contención del virus en el mundo, al menos de momento.
Evidentemente el inevitable fin de los confinamientos no representaba la desaparición del virus, por lo que una vez finalizados los mismos se han ido estableciendo diferentes medidas de control, similares en nuestro entorno europeo, y persuadiendo a la ciudadanía de ejercer su responsabilidad al respecto.
Es decir, cuando estuvimos confinados se nos exigió obediencia pero en esta «nueva normalidad», responsabilidad. Lo cual puede ser inherente de la mayor parte de la población pero, qué duda cabe, que hay un porcentaje de la misma que no puede presumir de ello.
No se trata de los negacionistas, una minoría con sus esperpénticas patochadas, sino de toda esa multitud de personas que se saltan de manera disfuncional las normas establecidas. Los límites de velocidad, tiran los papeles al suelo o dejan que su perro haga sus necesidades donde le apetece entre otras muchas arbitrariedades.
Y es aquí donde surge el problema o al menos una parte del mismo. En el ámbito sanitario se era plenamente consciente que una vez autorizada de nuevo la libre circulación de personas en cualquier ámbito, fomentando el turismo nacional e internacional y permitiendo, en menor o mayor cuantía, las aglomeraciones en eventos de todo tipo, la famosa curva del virus volvería a subir de forma inevitable.
¡Viva el vino!
En el caso de España, un país que basa gran parte de su economía vital en el turismo de sol y playa y que tiene en su idiosincrasia un carácter altamente socializador, sobre todo en la época estival –terrazas, festejos de todo tipo, botellones entre la juventud y otras muchas actividades-, después de lo ocurrido en la primera parte del año, era previsible que una segunda ola del virus podría desatarse con suma crudeza.
De cualquier modo y más allá de ese buen número de ciudadanos insensatos, volvimos a hacer los que nos dijeron que hiciéramos. Las diferentes autoridades nos alentaron a que saliéramos a reactivar la economía. Que fuéramos a la playa, a las discotecas, a los bares, a los toros, a donde hiciera falta y que celebráramos todo lo habido por celebrar. Pero que fuéramos siempre responsables incluso donde era imposible serlo.
Todo eso porque los diferentes gremios presionaban para no caer heridos de muerte tras la inacabada crisis anterior. Y mira por donde ahora, a trompicones, vamos dando marcha atrás porque las cosas se hicieron deprisa y corriendo de la misma manera que al principio cuando el bicho empezó a dar la cara y se hicieron demasiado tarde.
Ese es, precisamente, el momento en que estamos ahora, a la expectativa de lo que pueda ocurrir cuando vuelvan los colegios, las consiguientes aglomeraciones a la puerta de los mismos y la habitual gripe estacional, entre otros peligros que acechan con una pandemia de por medio.
Capitalismo a borbotones
Es obvio que el actual modelo económico no ayuda de la mejor manera al control de la situación.
Desde que la versión más ortodoxa del capitalismo se adueñara del aspecto económico en todo el orden mundial propiciando una clara deriva hacia el individualismo y tirando por la borda otros conceptos como los de solidaridad o bien común, principales bazas de la recuperación tras la debacle de la II Guerra Mundial, resulta extraordinariamente complejo compatibilizar el aspecto sanitario con el interés material.
E inmaterial, sobre todo en lo relativo a esos entes intangibles denominados «mercados» que a muchos nos gustaría poder conocer y dialogar con alguno de los mismos cara a cara. A ver si son capaces de sacarnos de esa duda que presupone su mera existencia y sus premisas insondables.
En el mundo real, resulta evidente a la vista de los numerosos rebrotes de contagios que están apareciendo a lo largo y ancho de todo el continente que las diferentes administraciones, europeas, nacionales y regionales, se han precipitado a la hora de permitir la reactivación de numerosas actividades.
Más aun siendo conscientes que ese individualismo al que hacíamos mención antes, con el añadido de un modelo de consumo desaforado que se ha asentado en buena parte de la ciudadanía, ha creado unas supuestas necesidades que se han convertido en derechos inalienables que no deberían resultar asumibles en extremo por el conjunto de la sociedad. Menos aún en las actuales circunstancias.
Valga otro ejemplo: el de un grupo de ciudadanos alemanes exigiendo ante el gobierno balear la apertura de las islas el pasado mes de Abril porque allí disponen de una o varias propiedades.
Tan caricaturesco como ver deambular a los mismos después por el paseo marítimo de Palma de Mallorca enfundados en su mascarilla, como si se tratara de la imagen idílica que tanto reivindicaban.
El virus que está ahí
A la hora de escribir este artículo el problema sigue agravándose, día sí y otro también en todo el continente europeo en general y en España en particular. En nuestro caso además con esa costumbre tan generalizada de ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio, con el gobierno central, las comunidades autónomas y los ciudadanos en general tirándose los trastos a la cabeza ante semejante coyuntura.
A decir de muchos, al gobierno por haberse desentendido del asunto pasando la responsabilidad a las CC.AA. Estas por no cumplir sus responsabilidades después haber exigido al gobierno que se las devolviera tras haberlas usurpado y pidiéndole algunas ahora, en un auténtico giro copernicano, que las retome. Y otros tantos ciudadanos echándole la culpa a ambos mientras se saltan las normas y recomendaciones de los unos y los otros.
La realidad ha puesto en evidencia que los responsables públicos empezaron a permitir la libre circulación demasiado pronto entre países, regiones y provincias y a pretender la reactivación de la economía en un tiempo record. Es cierto que la economía no puede estar paralizada por un periodo excesivo de tiempo. Pero de la manera que se ha abierto la veda para todos los ciudadanos se ha abierto igualmente para un virus que creyeron estaba casi noqueado.
No se trata de penalizar la economía sine die pero sí se debería haber restringido más rigurosamente la vuelta a la actividad, en especial las relacionadas con el ocio. Porque nos guste o no, se trata solo de eso: Ocio.
Pero para eso, nuestros insignes responsables públicos, tanto en el orden español como en el europeo, tenían que haber asumido otro modus operandi en el modelo económico. Aportando fórmulas que cubrieran en la forma debida las necesidades básicas de todas aquellas personas implicadas en los registros de actividades que hubieran resultado más afectados.
Es ahí donde volvemos a topar con la iglesia y henos aquí otra vez con la entelequia de los mercados poniendo todas las trabas habidas y por haber al asunto. Y con la obediencia debida de nuestros sumisos representantes elegidos supuestamente con objeto de velar por los intereses de los ciudadanos.
No es de extrañar pues que la reciente cumbre europea que, a trancas y barrancas, consiguió por primera vez en su historia reciente destinar fondos sin excesivos criterios especulativos para la reconstrucción europea, aunque resulten más bien escuetos, se haya considerado un auténtico éxito por parte de los firmantes.
En resumidas cuentas perdónenme mis queridos y sufridos lectores, pero un servidor no tiene nada claro que a tenor de lo visto la salud prime sobre la economía como se empeñan en recordarnos nuestros próceres. Menos aún que no sea necesario tan interesante y crucial debate.
[…] Economía vs salud, titulábamos otro artículo del pasado mes de Septiembre a la vista de la dicotomía que se viene planteando en algunas esferas a la hora de tratar la mayor pandemia de nuestro tiempo. Transcurrido más de un año desde la declaración de pandemia por parte de la OMS parece obvio que en la mayoría de los casos el resultado es abrumadoramente favorable al primero de dichos preceptos. […]