Si algo se hace patente al introducirse en la Historia del Arte desde perspectivas alternativas al discurso más academicista, es su filiación con el mundo de lo simbólico y lo espiritual. Cuando el historiador Aby Warburg miraba una imagen (fotografía, lienzo, grabado…) no veía un discurso organizado por estilos y cronologías, como nos viene dado todavía hoy, sino que decía detectar ciertas vibraciones entre ellas, de tal manera que parecía establecerse un diálogo invisible de unas a otras sin importar el punto que éstas ocuparan en la línea del tiempo ni las diferencias de contexto, técnica o soporte; incluso la fotografía de un periódico podía estar en sintonía con una imagen manierista del siglo XV.[1]Aby Moritz Warburg (1866-1929), historiador del arte alemán. Condensó y sintetizó su pensamiento durante sus últimos años en el Atlas Mnemosyne, 1929. El motivo de esas concomitancias reside más en lo psicológico que en lo esotérico, y es que la imagen, aun cuando sometida al filtro de la razón, no emerge de ella ni es traída al mundo desde el vacío (ex nihilo nihil fit), al contrario, parece llegar hasta nosotros a través de las regiones más recónditas del inconsciente, allí donde habitan los arquetipos descritos por el psicoanálisis y que impregnan buena parte de nuestra cultura visual.[2]Carl Gustav Jung, por ejemplo, ya supo detectar la presencia de estos arquetipos originados en nuestra psique, y que se veían luego reflejados en numerosas manifestaciones culturales como la mitología, los cuentos, las figuras del tarot y un largo etcétera que llega hasta nuestros días.
Lo que en Warburg se plantea es la pervivencia de una serie de motivos, gestualidades y formas arcaicas que se habrían mantenido inmutables en toda tradición artística, desde la prehistoria a la modernidad, lo que implica a su vez que las diversas culturas humanas estarían haciéndose eco de un origen común para el arte, en este punto indisociable del sustrato espiritual y mítico; dicho de otro modo, tras toda manifestación estética late un símbolo profundo cuyo sentido, aunque velado en mayor o menor medida, continua operativo y reconocible. La cuestión, pues, constituye un giro importante de hondísimas implicaciones dado que, en general, hemos estudiado el arte como quien observa bajo la lupa un objeto inerte, y ahora esa lente se nos vuelve para inquirir sobre qué puede contarnos de nosotros mismos aquello que miramos…
Esta nueva vía para observar y entender el arte hace aguas con la metodología tradicional, reducida aún en muchos casos a cuestiones morfológicas, hecho que la sitúa muy próxima a esas antiguas injerencias de la botánica y zoología derivadas, en cierta medida, de los complejos que experimenta la propia Historia del Arte con respecto a sí misma como ciencia. Frente a ello, una perspectiva simbólica (o hasta psíquica) del arte se nos ofrece como una alternativa mucho más completa y atractiva que, sin rechazar de facto el análisis formal del objeto, sí lo abre a una realidad más amplia en la que descubrir que el arte sigue hablando para las personas.
Por supuesto, un enfoque de esta clase trasciende el ámbito de lo evidente, y debería romper de paso con la tendencia a quedarnos siempre con la «Gran Obra de Arte», singular y paradigmática, para acercarnos otra vez a la multiplicidad. Es más, el campo de lo simbólico incumbe al objeto físico tanto como a otras manifestaciones de una marcada pulsión estética como la danza, literatura, modas, gestos ligados a la ritualidad y/o a convenciones sociales, etc. En este sentido, es bueno señalar la necesaria intertextualidad de la Historia del Arte con otras disciplinas como la Filosofía, Psicología, Literatura, Historia de las Religiones… o, casi englobándolas a todas, la Antropología Socio-cultural, de la que querría puntualizar la existencia de vertientes tan afines a lo aquí expuesto como el «sociosimbolismo» de Clifford Geertz, cuya metodología se basa en la abundante recopilación, incluso diacrónica, de las expresiones simbólicas de un pueblo hasta configurar un auténtico retrato de la sociedad que emite y utiliza dichas expresiones.[3]Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, 1973.
Los artículos que seguirán en este breve ciclo que he decidido llamar «Diálogos invisibles» se sitúan en idéntica estela de pensamiento. Hoy nuestra relación con el arte se reduce a su contemplación en museos, que hacen las veces de algo así como un desván, o a través de su interminable reproducción técnica en superficies varias, incluidas las digitales, sin que exista en la mayoría de casos ninguna preocupación por arañar su fondo último. Estamos ante el consumo de la imagen por la imagen. Aquí, valiéndonos de las facilidades que ofrece la red, y aun a sabiendas de que, como advertía Walter Benjamin, el aura de la obra de arte no sobrevive a su multiplicación artificial,[4]Walter Benjamin, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, 1936. intentaremos en la medida de lo posible abordar en pequeñas dosis algunas de estas curiosidades, vibraciones, misterios y simbolismos que empapan el arte cuando éste brota y se dirige directamente hacia nuestros recovecos internos.
Creo que, en un momento tan materialista como el actual en tantísimos sentidos, es importante recordar que el arte es valioso por sí mismo y que, si aún queremos dar un giro de tuerca más y justificarlo, su importancia tendrá mucho que ver con su capacidad para dar forma y luz a nuestras incógnitas. De lo contrario, si solo vemos en el arte un objeto listo para su disección, por puro virtuosismo intelectual, o tal vez un buen negocio, significa que aquello que tenemos entre manos está ya muerto. En palabras del pintor y poeta Louis Cattiaux: «El arte es mágico o no es».
Referencias
↑1 | Aby Moritz Warburg (1866-1929), historiador del arte alemán. Condensó y sintetizó su pensamiento durante sus últimos años en el Atlas Mnemosyne, 1929. |
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↑2 | Carl Gustav Jung, por ejemplo, ya supo detectar la presencia de estos arquetipos originados en nuestra psique, y que se veían luego reflejados en numerosas manifestaciones culturales como la mitología, los cuentos, las figuras del tarot y un largo etcétera que llega hasta nuestros días. |
↑3 | Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, 1973. |
↑4 | Walter Benjamin, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, 1936. |