Este fin de semana se estrena Cuando cae el otoño de François Ozon, por lo que voy a recordar una de las películas que más me ha gustado del director francés.
De simples y sencillas historias cotidianas se sirve el cine de autor; para por un filtro del director pasar esas sensaciones y convertirlas en una verdadera trama diseñada para disfrutar unos minutos en el universo fílmico. Conseguir que las vivamos y hacerlas nuestras e identificarnos o no con ellas, pero sí saber que son cosas que se pueden sentir, historias reales pasadas a la ficción y por qué no, con mucho toque de imaginación.
Y de todo esto se han nutrido primero Juan Mayorga, dramaturgo español contemporáneo, quien utilizó una vivencia suya personal durante su etapa de profesor ante el examen de uno de sus alumnos para escribir la que se convertiría en una de sus obras más aclamadas. “El chico de la última fila” obra que se ha representado tanto en España como en otros países, incluido, por supuesto, Francia. Fue en una de esas representaciones cuando uno de los más importantes creadores del cine francés actual, François Ozon, quedó cautivado por el mensaje artístico que llevaba in situ la obra y decidió pasarlo a la gran pantalla. Esto es lo que tiene el arte que está en continua relación. A un pintor le surge la necesidad de adaptar un libro en su lienzo o a un compositor de pintar un cuadro influido por la música.
Con gran sutileza, el director nos pone en bandeja un juego de imaginación que da saltos de la realidad a la ficción, no dejando muy claro al espectador en qué momento se encuentra, pero sí dándole carta blanca para que sueñe, que interprete esas imágenes como quiera y que salga reconfortado de la sala con unos mensajes de búsqueda interior de cada personaje, aunque todo narrado en un poético.
El director francés juega en gran parte de su filmografía con el tema de las pérdidas y las ausencias. Algo que nos invade y puede hasta ahogar en muchas ocasiones fases de nuestra fugaz existencia. Volcándonos en imágenes y textos vía metáforas, como se quiebra la vida con cualquier acontecimiento cotidiano y liviano.
Mi sensación, en su día, al salir de la proyección era de entusiasmo por los nexos creados por esa imaginación del protagonista con algo real que quería, pero no tenía, plasmados en unas líneas escritas y que con voz off me narraba como si de un susurro se tratase, para que se quedase más impregnado en mí el mensaje, de estar lleno y vacío al mismo tiempo, de necesitar de los demás pero también de dar. Él echa en falta algo o alguien que trata de llenar con esas excursiones a una casa, pero ¿qué casa quiere realmente? ¿No será que lo que busca es saber qué necesita en su vida? Eso es lo que necesita, un fin, posiblemente soñar como todos, por medio de las letras del arte, porque Dans la maison es arte en sí misma, por su narrativa, por su luz, por su conjunto.