Hace ya más de un siglo decía el escritor italiano Arturo Graf que «la política es demasiado a menudo el arte de traicionar los intereses reales y legítimos, y de crear otros imaginarios e injustos» y no andaba muy lejos de lo cierto.
Aun habiendo sido vapuleados una y otra vez de la peor manera por la caverna mediática, algunos medios ajenos a la misma y no digamos ya a través de las redes sociales, son muchos los foros que vienen advirtiendo repetidamente las terribles connotaciones del actual sistema económico.
A los que, en el mejor de los casos, se les ha calificado por propuestas en el mismo sentido a la aprobada ahora por el G7 de bolivarianos, estalinistas, yihadistas o simplemente anti sistema. Que tampoco creo yo puedan servir de referencia a los líderes de tan selecto club.
El acuerdo
Ante la exacerbación de un liberalismo que ha provocado las mayores calamidades de la historia reciente, entre otras muchas la crisis de 2008, la catastrófica gestión de esta en beneficio de las élites a costa del menoscabo al resto de ciudadanos o el terrible corolario de la pandemia actual a la vez que mantiene al borde del abismo todo el ecosistema planetario, parece que ha tenido que llegar de nuevo otro norteamericano, en este caso Joe Biden, dispuesto a poner en jaque al mismo como en su día hiciera Franklin D. Roosevelt.
De no tributar nada o casi nada en los estados donde desarrollan sus negocios, todas las multinacionales, en especial las grandes tecnológicas que se han convertido en líderes de la economía mundial como Amazon, Google, Facebook, Apple, etc. van a tener que ceder al menos el 15 % de sus beneficios en cada uno de ellos, aunque dicho porcentaje todavía suene a poco incluso para el propio Biden.
Si así lo aprueban definitivamente el G20 y la OCDE tras el veredicto del G7 a instancias del presidente de los EE.UU. y tras años de infructuosas negociaciones. Pero la dirección es la correcta aunque quede mucho por concretar y seguro que habrá que afinar más el tino.
La ya famosa Secretaria del Tesoro Janet Yellen por sus continuas declaraciones sobre un necesario y radical cambio de paradigma tras el naufragio neoliberal, ha dicho que «esta tasa mínima global pone fin a la carrera a la baja del impuesto de sociedades y garantiza justicia para la clase media y los trabajadores de Estados Unidos y de todo el mundo».
No obstante aun tratándose de un acuerdo histórico no se pueden echar las campanas al vuelo por cuanto tras la última crisis financiera se aseguró en el mismo foro que se había terminado la era de los paraísos fiscales y estos han seguido operando sin el menor pudor para sonrojo de todos.
Hay que recordar que solo las empresas españolas del Ibex cuentan con más de 800 filiales en estos paraísos fiscales, entre otros los que la Unión Europea para vergüenza propia mantiene en su seno.
Los fiascos de la deslocalización
Tras la intolerable falta de recursos en la intendencia sanitaria puesta en evidencia en la Unión Europea en el arranque de la actual pandemia, en otro orden de cosas las autoridades comunitarias están tomando en consideración el desarrollo y producción de semiconductores y otros productos en suelo europeo que resultan en extremo necesarios para la fabricación de automóviles.
La híper dependencia de los dos países que generan más del 80 % de la producción mundial de semiconductores, Taiwán y Corea del Sur, y el cuello de botella que se ha provocado en los mismos debido a las restricciones de la pandemia está produciendo enormes retrasos en la cadena de suministros que van a lastrar la recuperación esperada para los próximos meses y pérdidas multimillonarias a los principales actores del sector de la automoción.
La deslocalización de los medios de producción ha sido una metodología propia del arquetipo neoliberal en busca del abaratamiento de costes y el aumento de los beneficios en la mayor parte de sectores de la industria y el comercio. Su objetivo promover un consumo desaforado alentado por continuas campañas publicitarias en pos de lo que algunos autores llaman obsolescencia cognitiva.
Un modelo que ha arrasado el medioambiente y una estrategia basada en un experimento imposible: el del crecimiento perpetuo en un mundo con recursos limitados.
Al caso
En medio de tanto caos cabe también recordarles a muchos de esos que con más ahínco proclaman de manera tan reiterada su patriotismo que lo ejerzan de modo efectivo y dejen de escamotearle al fisco lo que le corresponde.
Hace solo unos días el tan galardonado proyecto internacional de periodistas «de denuncia de la delincuencia organizada y la corrupción», OCCRP por sus siglas en inglés, ha destapado «Openlux», buena parte de los secretos que esconde Luxemburgo, un paraíso fiscal encubierto en el mismísimo corazón de la U.E.
Curiosamente en tiempos nada lejanos, el en su día todopoderoso primer ministro y responsable de finanzas luxemburgués Jean-Claude Juncker, logró la presidencia de la Comisión Europea, precisamente en el epicentro de la última crisis financiera y hasta la llegada de su actual presidenta Ursula von der Leyen. Cada cual tendrá sus impresiones al respecto.
En lo que respecta a nuestro país el primero en aflorar en el caso Openlux, del más del millar largo de españoles implicados, ha sido Rodrigo Rato todo un personaje que parece ya un habitual de los affaires financieros de las últimas décadas.
El que tuvo muchas papeletas para ser presidente del gobierno en España, que saltó después nada menos que a la gerencia del FMI donde no se enteró que la mayor crisis económica en el último siglo iba a estallarle prácticamente en las manos. Cómo para enterarse de nada con tantas ocupaciones de por medio.
Pues bien parece que el hombre del «es el mercado amigo», haciendo buena gala de ello mantuvo durante mucho tiempo una excelente y fructífera relación nada menos que con Abdul Rahman El Assir, un conocido traficante de armas perseguido por la justicia de varios países, que le proporcionaron presuntamente unos 77 millones de euros que escondió en el pequeño ducado centroeuropeo.
Por cierto que, para más señas, el famoso traficante hispano libanés estuvo como invitado no solo en la boda de la hija de Aznar donde ya sabemos se prodigó toda la élite de chorizos que irían descubriéndose con el paso del tiempo sino que el tipo también estuvo en la boda de Felipe VI por ser un habitual acompañante de las jornadas de caza de su padre.
El futuro más próximo
Volviendo a lo que nos ocupa, no estaría de más que ahora, aprovechando la coyuntura, la Unión Europea promoviera de una vez la debida armonización fiscal entre todos sus miembros para evitar tantos desatinos y ya puestos a pedir se establezca una decidida apuesta por la unión política, una vez más comprobada la disparidad de criterios en muchos órdenes entre países incluso en una situación tan crítica como la de la pandemia del coronavirus.
En definitiva no debían andar tan descabelladas en sus consideraciones y propuestas tantas y tantas personas que venían advirtiendo desde hace tiempo y a las que en los últimos años se les vienen incriminando tan perversa y alevosamente, que el camino tomado no era el correcto.
Al fin y al cabo los datos eran y son lo suficientemente concluyentes. Esperemos que después de haber tenido millones de víctimas por el camino quede tiempo suficiente ante el inevitable reto medioambiental y climático.
«Es injusto que una generación sea comprometida por la precedente. Hay que encontrar un modo de preservar a las venideras de la avaricia o inhabilidad de las presentes».
Napoleón Bonaparte (1769-1821), emperador francés.