“Cuando una mujer bebe, es como si bebiera un animal o un niño. El alcoholismo es escandaloso en una mujer y una mujer alcohólica es un asunto raro y serio. Es un insulto a lo divino de nuestra naturaleza”. Marquerite Duras, «Practicalities».
La verdad que no lo vi venir: un momento C. estaba charlando tranquilamente y al siguiente se tambaleaba por el bar tan borracho que seguramente no recordaba ni su nombre. El alcohol actúa así, sin avisar, después de que te pasas llamando a su puerta con insistencia. Cuando por fin da la cara, te sorprende y te pilla desprevenido: estás borracho y mañana sera otro día.
Eso parecían dar a entender todas las personas, conocidas o no, que rodeaban a C. aguantando una risilla y con carusa comprensiva. Él tenía los ojillos entrecerrados y seguía sujetando la cerveza con la mano, claramente se veía que no iba a ser su noche. ¿Su chaqueta, sus llaves, su cartera? Por ahí andarán. Iba solo, ¿cómo llegará a casa? Luego que coja un taxi. Siempre llega bien. Todos se encogían de hombros y daban por hecho que en fin, todos nos hemos emborrachado, y aunque sea con la pechera vomitada, el chaval caería en la cama con el único problema de querer arrancarse la cabeza al día siguiente. Ja ja ja.
Qué diferente me parecía todo si hubiera sido una amiga, cualquier chica, yo. Qué diferente es para las mujeres algo tan mundano como cagarla una noche y pasarte de copas para que el final de la historia difiera tanto. Es extraño que ella vaya a beber sola una noche. Es arriesgado que se pasee borracha por el bar, perdiendo sus pertenencias, a la merced de cualquiera. Es peligroso que intente volver sola. El único problema que tendrá a la mañana siguiente, es llegar sana y salva. Ja. Ja. Ja.
Cuando se sigue sin entender por qué lucha el feminismo, por qué seguimos cabreadas, por qué debemos estar en alerta, me vienen a la cabeza ejemplos como estos. Ejemplos terribles y chungos porque nadie debería buscar la igualdad en ponerse trompa y joderse cuerpo y mente, pero la hostia en patinete que somos humanos y débiles, y a veces necesitamos autodestruirnos un poco. ¿Ni siquiera para eso somos consideradas iguales?
Escribía Begoña Gómez Urzaiz en «No hay glamour para una escritora borracha» para CTXT que ni siquiera las grandes bebedoras de la historia de la literatura habían sido tratadas con justicia. De nuevo, no es un orgullo ocupar tal podio, de nuevo, hay que recordar como honoramos tan románticamente a los autores -HOMBRES- malditos por tan hazaña. En el White Horse Tavern, el bar donde cuenta la leyenda que Dylan Thomas estiró pata tras beberse 17 chupitos de un tirón, hay una placa conmemorativa en su beoda memoria. Hemingway o Kerouac encabezan tours tabernarios por los mejores tugurios donde dejaron talento e hígado. ¿Y ellas?
Ellas, las escritoras de la doble letra escarlata AA, eran y siguen siendo consideradas unas histéricas, unas enfermas, unas débiles, por el mismo motivo. Cargadas de traumas y culpa, además arrastraban el estigma de abandonar a su familia e hijos por la botella. Marguerite Duras, Dorothy Parker, Anne Sexton, Maya Angelou, Lucia Berlin, Carson McCullers, Shirley Jackson, Mary Karr. Todas reflejan en sus obras los estragos de una adicción que las hacía humanas y erradas, pero, al contrario que a sus compañeros, no encontrarían redención en la historia de la literatura ni el camorrismo popular.
Los estudios científicos que han abordado durante años que la diferencia de la resistencia alcohólica es menor entre mujeres que en hombres está a punto de ser desbancada. Nuevas investigaciones apuntan a que la teoría de la grasa corporal, la presencia de la enzima de alcohol-deshidrogenasa (inexistente en las mujeres) o la menor presencia de agua en los tejidos de las últimas no son argumentos suficientes para asegurar con certeza que ese estudio pionero (de la Universidad de Trieste y que data de 1990) sea vigente hoy en día. Resumiendo, hombres y mujeres estaríamos igual de jodidos ante una borrachera. El alcohol nos va a matar por igual. Sin embargo, no de la misma manera.
Porque aunque la cirrosis sea más paritaria que muchos de los políticos de hoy en día, las consecuencias de una borrachera son terroríficamente mayores para una mujer: no hace falta nombrar las violaciones, la burundanga, las manadas, los robos, los abusos, los embarazos no deseados, la necesidad de una constante vigilancia cuando el mundo se te va de las manos.
No vamos a excusarnos: beber te va joder bien. Beber mata. Pero cuando a veces queremos morir un poco, escapar por un momento, aunque sea de la forma más cobarde, queremos estar expuestas a los mismos peligros que los hombres: ni más ni menos. La Parker lo decía en su «Balada a los treinta y cinco», cuando le advirtieron a esa edad, que o dejaba de beber o no llegaría a la siguiente decena: «Esta, no es la canción de una ingenua / Esta, no es una balada de la inocencia / Esta, es la rima de una dama que / siguió sus instintos naturales» .