El nomadismo es un modo de vida que me corresponde perfectamente. De hecho ser nómada es algo que me define como persona. Me encanta moverme, cambiar de ambiente, experimentar culturas diferentes y sobre todo aprender de todo lo que veo durante mi continúo viaje. No obstante, el arte también hace parte de los motores importantes de mi vida y de mi bienestar y cuando me dice que tengo que parar, tengo que hacerle caso.
Así que el 10 de mayo 2018 salí de Granada donde había pasado ya dos meses para instalarme durante un mes en una cueva, en una comunidad alternativa de artistas, en Rojales, un pueblito olvidado entre Alicante y Murcia.
Esta aventura artística empezó cuando decidí probar suerte y mandar una propuesta de proyecto a la residencia Artnground, la única cueva de esa comunidad dedicada a alojar artistas de todo el mundo para estancias artísticas.
Mi propuesta fue aceptada.
Sin saber lo que me esperaba ahí, cogí mis tres pinceles, me despedí de mi pareja, de nuestra perrita, y me fui porque me lo pedía el alma. Sentía en aquel momento que era lo correcto, que era lo que tenía que hacer.
No recuerdo cuántas horas pasé escribiendo, dibujando, o simplemente contemplando el momento bajo la higuera del patio de la residencia, porque en cuánto llegué, el tiempo se detuvo. Las dos primeras semanas, las viví con tanta intensidad que era como si hubiesen pasado dos meses. Cada brisa, cada rayo de luz, cada insecto que salía volando, todo me movía y me llevaba al un mundo de infinitos colores y emociones. Sentía que por fin me llenaba los pulmones de aire fresco como después de un largo tiempo aguantando la respiración.
Mis interminables viajes me habían pedido estar plasmados en algo físico, algo plástico, algo que pudiera hablar de sí mismo, querían contar su propia historia. Por fin, podía contar mi propia historia, a través del arte. Cada día exprimía como un limón toda la esencia del último tramo de viaje en un concentrado de mi experiencia y un breve pero denso resumen que luego iba a revelar al público.
Me di cuenta de una cosa muy bonita durante mi tiempo pasado en la cueva y eso fue para mi un aprendizaje bastante importante respeto a mi visión de la creación:
Cuando llegué a la residencia e incluso antes, tenia mas o menos claro que quería enfocar esta etapa del viaje como un retiro espiritual utilizando el arte como herramienta y dirigir la producción hacia una especie de meditación, una reflexión, una introspección, etc. Luego entendí que no hacía falta elegir ese tema como enfoque. Entendí que sin importar el tema elegido, el acto de crear, el proceso creativo en si se convierte en lo espiritual, en una meditación, una introspección… También me di cuenta a lo largo de esa estancia que aunque el viaje sea una de mis grandes pasiones y que tenga la suerte de poder disfrutarlo a tiempo completo, esas experiencias que colecciono se convierten en fuentes de inspiración únicas que alimentan mi creatividad y que tengo que aprovechar y explotar.
Tomar ese tiempo, parar, contemplar, reflexionar y crear me permitió no solamente producir obras. Hizo que me diese cuenta de lo valioso que es poder disfrutar de esos momentos de contemplación y de reflexión, esos momentos parados que permiten ordenar mis recuerdos, mi ser y mis intenciones para el futuro.
Si hay un consejo que puedo dar después de mi tiempo en la residencia de Artnground es que un mes en la vida, es como un minuto en un día. Tomar ese espacio para hacer algo que realmente nos llama, algo que nos hace crecer, que nos llena el corazón y nos hace feliz de verdad, es un regalo inestimable que nos podemos hacer y que llevaremos toda la vida.