*Este texto pertenece al monográfico Alegrías de la publicación periódica La Madeja* Hazte con ella y apoya este proyecto editorial autogestionado publicado por Cambalache.
¿Cuándo empezaste a recomponer las piezas?
Sara Ahmed, Vivir una vida feminista
Es complicado imaginar lo que significa la palabra trabajar cuando te has criado en una familia de clase obrera marcada por la migración interior. La necesidad y los fantasmas de la pobreza dejan huella en el carácter familiar. Implica asumir desde la infancia que, de alguna forma, el desarrollo completo de tu persona no se alcanza plenamente hasta que tienes un empleo. Si quieres ser alguien: trabaja. Desde esas coordenadas, con 16 años comencé a trabajar en verano en una ferretería. Al fin era útil, adulta, en definitiva, una persona de verdad. El mundo que me ofrecía el instituto hablaba poco de lo que conocía, sin embargo, el mundo laboral resonaba con fuerza en las paredes de casa.
Constelaciones de herramientas, tornillos, pequeñas máquinas y búsqueda de soluciones a problemas muy específicos. ¿Cómo poner la goma de la lavadora? ¿Cómo arreglar una lámpara? ¿Cuál es la llave Allen que necesito? Qué gran aprendizaje me proporcionaba hacer cosas, nombrar utensilios, imaginar arreglos. Así, sí era alguien. Entre pistolas de silicona, tacos, alcayatas y arandelas podía percibir un mecanismo invisible a los ojos que hacía que las cosas funcionaran. El mundo de la acción inmediata, de lo útil y el paraíso de lo eminentemente práctico.
Supuso un giro de guión bastante inesperado toparme con la filosofía en bachillerato. La galaxia de las herramientas pasó a tomar forma de palabras con las que pensar el mundo. Otra constelación sí, pero en este caso, aparentemente poco útil. Sucumbí a la aparente inutilidad del pensamiento convencida de que en el fondo se trataba de otra ferretería.
Lo comprendí años más tarde cuando llegué a la lectura de bell hooks y me invadió una sensación de autoensamblaje, algo dentro me hizo clack. A medida que me iba sumergiendo en sus letras, tras la estela de sus palabras, iba encajando algunas piezas que estaban ahí y que no sabía cómo poner en marcha, cómo desbloquearlas o sencillamente qué hacer con ellas.
Dice Sara Ahmed que el feminismo es bricolaje ¡y de qué manera y qué salvaje! Es tal la recomposición que supone en nuestras vidas el feminismo, que para Gloria Watkins supuso recurrir a otro nombre para configurar una voz propia. Además, hacerlo en minúsculas contra esa idea de capitalizar lo importante. Esa necesidad de separarte de quién te han dicho que eres y quién quieres ser. En quién te conviertes cuando el feminismo empieza a abrir las ventanas. O tal vez, otra lectura: para poder escribir sobre aquello que nos duele, quienes procedemos de la clase trabajadora tenemos que alejarnos de quiénes nos dijeron que éramos.
Es como si, al igual que sucedía cuando comencé mi andadura en la ferretería, en el feminismo también encontrásemos esas ideas que son herramientas de vida, que son puertas, llaves, que son caminos, que son ramas. Aquí las metáforas devienen fundamentales. (Escoge la que quieras, inventa las tuyas, compártelas, tatúatelas). Con ellas podemos entender mejor lo que nos pasa. Ese hallazgo que carece de épica es un inmenso bálsamo que permite sanar, comprender, organizarse y ser más fuertes juntes. Hooks es una pensadora andamio que permite una vista panorámica, nos enseña quién falta y por qué. Leyéndola parece invitarnos a poner al sol lo que pica, hablar del dolor y compartirlo. Sin olvidar que las historias de persistencia, y de esto saben mucho las feministas, están llenas de amor y de deseo de crear comunidad. Una tarea tremendamente luminosa tras la geometría que crea la teoría feminista de bell hooks.
Llegar a la escritura de hooks supuso sumergirme de nuevo en otra ferretería que pretendía dar cuenta de eso que denomina con tanta audacia como el patriarcado capitalista supremacista blanco. El término es un balance de daños, un diagnóstico de las heridas que todos los sistemas de opresión dejan en nosotres. También una forma de mirar que permite comprender cómo los sistemas de opresión demarcan nuestra vida y, más interesante todavía, qué queda de ellos en nuestro proceder. Porque no basta con decir que somos feministas, para hooks eso sería un error de términos, se trata de defender el feminismo. Su vida fue buena prueba de ello, hizo del feminismo la razón de su vida. Su pedagogía feminista apuesta por un mundo en el que los diferentes sistemas de opresión no estén presentes y, sobre todo, nos invita a que evitemos su funcionamiento. Y esto, es un curro impresionante que empieza por nosotres mismes.
De alguna manera la teoría feminista se convierte en un hallazgo alegre que nos acompaña y, si no nos ayuda a vivir mejor, sí a pensar cómo queremos vivir de una forma más amorosamente liberadora. Hooks comprende la teoría feminista como una práctica social que es potencialmente emancipadora y eso me parece una alegría sin precedentes. Porque nos permite volver a escribirnos, responder a un mundo que, de alguna forma, nos ha rechazado por muy diferentes motivos. Reponernos de eso adquiere muchas y diversas formas, a veces, alianzas-amistades-amores que te ayudan a sobrellevar el golpe, otras, irremediablemente pasan por la escritura. Hooks es una invitación a (re)escribirnos en compañía. ¿Acaso no es defender los feminismos un claro ejemplo de contraescritura?
A veces tengo la impresión de que a las feministas se nos da mejor señalar el problema que celebrar aciertos. Puede que arrastremos cierta tendencia a – volviendo a Ahmed – ser la amiga aguafiestas y que las alegrías se nos escapen. Hay tanto por lo que estar enfadades que a veces se nos olvida celebrar que nuestras vidas son hermosos sabotajes.
Gracias a todas las maestras que nos habéis enseñado que los feminismos son valiosas cajas de herramientas.
Irene Pardo Contreras (ella)