«Sólo hay una guerra que puede permitirse el ser humano: la guerra contra su extinción».
Isaac Asimov (1920-1992)
Podríamos seguir disertando de lo que pudo ser y no fue, de los continuados errores de estrategia o cómo preguntaba el moderador de una de tantas tertulias sobre la invasión rusa de Ucrania que acaparan la televisión estos días: ¿Merecen la pena este tipo de «amistades peligrosas»?
Se refería a los, en su día, Gadafi, Noriega, Bin Laden o Sadam Hussein entre tantos otros y tipos como el propio Vladimir Putin y a saber por cuanto tiempo los príncipes saudíes y demás especies del Golfo Pérsico por poner los ejemplos más obvios.
Pero eso ya pasó, está pasando y, si salimos de esta, lo que cabría preguntarse es si esta vez habremos aprendido algo de ello.
Me temo que a pesar de tantos milenios de civilización todavía no hemos dado lo suficiente en tal sentido y, volviendo a las disquisiciones de Stephen Hawking de nuestro anterior artículo, a buen seguro que no parece necesaria una invasión extraterrestre para acabar con la vida en el planeta; que nosotros mismos, sin necesidad de tan temidos forasteros, acabaremos dando cuenta de la misma.
Lo rigurosamente cierto es que una potencia militar parece dispuesta a acabar con la soberanía de un país vecino a toda costa, a través de una fuerza absolutamente desproporcionada e infringiendo un incontable número de bajas.
Más o menos lo mismo que ocurre día sí y otro también, desde hace años, en Palestina o en Yemen, sin que nos inmutemos por ello.
Todo lo contrario ahora que los países europeos han abierto sus puertas a los que huyen de Ucrania, mientras, por la misma causa, a los que huían de la guerra de Siria se les negaba el pan y la sal y se les condenaba a una especie de campo de concentración en una pequeña isla del Egeo.
O a todos esos que, por millares, mueren cada año en el Mediterráneo, en busca de su pretendido edén huyendo del infierno del hambre y la miseria, sin que se haga nada por evitarlo.
Esta vez no es cuestión de dinero en ese alarde de xenofobia que de un tiempo a esta parte invade la cultura europea. Debe ser cosa del color de la piel, de la raza, o vaya usted a saber. Que se lo pregunten sino a esos mismos migrantes que también intentan salir de Ucrania y no tienen el mismo acomodo que otros de tez blanca y azulados ojos.
Pero esa es otra historia que parece que nunca dejará de correr.
Sobre el terreno
En lo que toca a la guerra sobre el terreno ya no quedan certezas y solo queda elucubrar sobre las partes en conflicto.
A primera vista parece lógico que la U.E. esté enviando armas a los ucranianos con la sana intención de defenderse. Después de lo acaecido en los Balcanes, que tuvo que dar lugar un genocidio para que el selecto club europeo y la OTAN se prestaran a intervenir, quedó claro que la democracia no puede estar poniendo siempre la otra mejilla.
En este mar de dudas también las hay a cerca del resultado de esto. Sobre todo cuando el balance de fuerzas es tan dispar. Así lo manifestaba en Canal 24 el ex jefe de Estado Mayor del Ejército Europeo José Enrique Ayala.
El general admite que carece también de certezas en uno u otro sentido, pero nos recuerda que tal medida no va a evitar la derrota del ejército ucraniano, que a lo más solo conseguirá dilatarla en el tiempo y duda que la misma, con un coste elevado de vidas, alargue tanto la guerra como para disuadir a Rusia de sus intenciones.
La reiterada solicitud de zona de exclusión aérea por parte del presidente ucraniano para su país, un llamamiento desesperado de Volodímir Zelenski consciente de la abrumadora superioridad rusa, no tiene cabida en la escena por cuanto haría inevitable el enfrentamiento directo entre las fuerzas rusas y la OTAN dando paso a la III Guerra Mundial.
Y así se reitera, una y otra vez, desde los centros del poder político en Europa y los EE.UU.
La diplomacia antes de la guerra no ha faltado y se han dado numerosas reuniones entre las partes en aras de evitar el conflicto, muy al contrario de lo que se acusa desde determinados grupos de la extrema derecha europea. Un discurso que encaja de manera interesada en su propósito de descrédito de la U.E.
Otra cosa es que el esfuerzo de la diplomacia no haya resultado efectivo pero eso no depende solo de una parte sino de todas las que están en litigio y es obvio que unos y otros ni estaban por la labor y menos aún Rusia viéndose tan superior frente a su presunto enemigo.
Tampoco cabe una apuesta por el diálogo sine die mientras el pueblo ucraniano sufre las consecuencias del fuego enemigo, como se apunta desde una parte de la izquierda europea con cierta ingenuidad si cabe, ante la desenfrenada respuesta de Putin que dice prestarse al mismo aunque sin parar de arrasar pueblos y ciudades.
Como decíamos antes Europa se perdió en negociaciones eternas con los serbios durante la Guerra de los Balcanes, mientras el pueblo bosnio caía víctima de un genocidio y no es posible permitir que ocurra lo mismo.
¿Eso significa una rendición sin condiciones? Tampoco podemos saberlo. Si eso daría lugar a incontables purgas entre la población, sobre todo entre aquellas personas que rechazan a la minoría rusa en Ucrania y otros países de la antigua esfera soviética.
Una diáspora histórica que ha servido siempre de excusa a Rusia para no dejar de meter las narices en los antiguos territorios del imperio de los zares.
A buen seguro no estaría de más, cómo acabara apuntando el propio Ayala, que la Unión Europea como parte más que interesada en el conflicto y con mayor capacidad de presión formara parte de las negociaciones entre los contendientes.
Porque no es menos cierto, que resulta como poco chocante que mientras se envían armas a jóvenes y no tan jóvenes inexpertos a combatir frente a soldados profesionales, muchos de ellos con experiencia en el campo de batalla, desde la U.E. se le paga cientos de millones diarios a Rusia por el consumo de su gas y su petróleo y, en la situación actual, ya es de suponer dónde va a parar tan ingente cantidad de dinero.
Pero no conocemos y es difícil saberlo todavía a estas alturas del metraje cuales son las verdaderas intenciones de Putin, su corte y demás aduladores. Los que se diría empeñados en convertir al líder ruso en un nuevo zar y devolver la grandeza a una Rusia, ciertamente minusvalorada por occidente desde la caída de la URSS.
Y eso adultera de antemano cualquier intento de negociación.
El botón nuclear
Vladimir Putin, aunque haya sido de forma ambigua, ha amenazado con poner en danza su extraordinario arsenal atómico.
Según datos del Centro de Investigación de Estocolmo para la Paz, Rusia dispone de más de 6.000 ojivas nucleares que sumadas a las 5.500 de EE.UU. tienen capacidad para borrar varias veces de la faz de la tierra toda la población mundial.
¿Será capaz Putin de pulsar el botón nuclear? Probablemente no, aunque los límites que creíamos de todas sus maniobras recientes ya han sido superados.
Que la cosa quede en una mera amenaza o a lo más alguna detonación de carácter táctico o disuasorio en un escenario más o menos controlado sí que es posible.
Pero como ocurre en cualquier otro ejército con fuerza nuclear, la decisión última no la ejerce en la práctica quien gobierna sino las personas que de hecho son las encargadas de pulsar tan nefasto interruptor sea en un silo, un submarino o un avión.
Lo que hace aún más incontrolable la situación en función de los escenarios posibles y las respuestas de un lado u otro llegado el caso.
La propaganda
Uno de los más poderosos instrumentos en todas las guerras.
Más allá de la promovida por cada uno de los contendientes para contar con la confianza de la población y promover el ánimo en la misma.
En una guerra en suelo europeo, televisada, en pleno SXXI, a saber que puede depararnos esta con unas redes sociales de por medio cada vez con mayor influencia sobre una parte de la población que ha hecho de las mismas su principal cuando no único medio de información.
Si a eso añadimos el uso difamador en buena parte de dichas redes y de las cadenas de mensajería instantánea como Whatsapp, Messenger o Telegram a través de la proliferación de bulos, noticias falsas, teorías conspiratorias y toda serie de falacias quedan en auténticas naderías todo el despliegue en tal sentido que deparó la última conflagración mundial en seis años de contienda.
Ni siquiera los grandes medios, presuntos garantes de una información más veraz, se libran del todo de ello, fruto de la interacción de sus propios intereses en causas locales que nada tienen que ver con el conflicto.
De hecho, determinados medios a lo largo y ancho de la propia Unión Europea evitan de manera deliberada el repaso de las hasta ahora buenas relaciones de Vladimir Putin con sus homólogos europeos, tachándolo incluso de depravado comunista aunque sea este mismo quien acuse reiteradamente al pasado soviético de Rusia como motivo de su decadencia, ocultando así de paso sus conocidos intereses con el nacional populismo desafiante en el continente e intentando hacer cómplice del mismo a una izquierda democrática que intenta abrirse camino después de varias décadas en el ostracismo.
Puede resultar complicado deshacer en la madeja de una guerra la verdad de la mentira pero quizá bucear en los antecedentes de la misma debería permitirnos entender mejor el desarrollo de tales acontecimientos.
Putin: el personaje
¿Qué ha hecho que un tipo oscuro y aparentemente tan huraño como Vladimir Putin haya alcanzado tal grado de poder y popularidad en Rusia? Este artículo de la BBC, desarrolla con bastante acierto el porqué de ello.
En cualquier caso resulta de sobra conocido que Putin ha devuelto la esperanza a un pueblo que durante décadas había sufrido las inclemencias del totalitarismo soviético y que tras la caída de la URSS había sido arrinconado por occidente.
Putin ha llevado el liberalismo económico a Rusia y en cierta manera también el político. No en vano todas las grandes multinacionales se han implantado profusamente en territorio ruso, desterrando el intervencionismo de los soviets, reintegrando su inmenso país en la comunidad internacional y promoviendo así el desarrollo de una incipiente clase media.
Pero Putin ha desenterrado el virus del nacionalismo, tanto es así que en los círculos del nacional populismo europeo se le ha presentado reiteradamente como «un auténtico patriota», y ha sabido promover –utilizando todos los medios a su alcance, incluida una férrea, poderosa y contundente censura-, un resurgimiento del carácter imperial ruso, de su notoriedad en el orden mundial y una naturaleza propia.
Putin no solo se cree a sí mismo el nuevo zar de Rusia, sino que muchos de sus compatriotas lo ven del mismo modo e incluso asumen con naturalidad las particularidades de su democracia imperfecta, lejos de las centenarias democracias occidentales, en un país tan multicultural y multiétnico como Rusia.
No es menos cierto que una parte de la población está en contra de la invasión de Ucrania –se desconoce completamente en qué proporción-, pero la respuesta del régimen a las manifestaciones han sido tan contundentes que resulta difícil imaginar que en el corto o medio plazo el peso de la opinión pública pueda hacerle dar marcha atrás.
Peor aún en una figura tan marcadamente narcisista como la de Vladimir Putin y, si cabe, para el recobrado esplendor de una nueva Rusia en la que confía buena parte de su pueblo, por muy equivocado que pueda verse desde nuestra perspectiva occidental.
El desafío económico
No deja de sorprender con qué premura la comunidad internacional y más particularmente la Unión Europea ha desencadenado numerosas y potentes sanciones económicas contra Rusia, hasta ahora nunca vistas. Ni siquiera contra regímenes muchos más cruentos y sanguinarios que el de Vladimir Putin, como puedan serlo otros muchos a lo largo y ancho del mundo.
En cualquier caso sabido es también que difícilmente las sanciones económicas de poco han servido para aplacar a los mismos en el corto o medio plazo. E incluso en el largo como ocurre en el caso de Cuba o Irán.
Entre otras cosas porque asfixiar a un régimen es hacerlo principalmente a su población pero cuando la pulsión nacionalista, el poder de la censura y el miedo quedan también de por medio ésta no es del todo consciente de las debilidades y las ignominias de su propio régimen.
Sin embargo los tiempos corren hoy mucho más rápido y el grado de conocimiento general de la población es muy superior al de otros tiempos. Lo que puede jugar en contra de Putin.
El enquistamiento del problema, tal como ocurrió con la invasión soviética de Afganistán (1978-1992), fue uno de los procesos que acabaron debilitando el régimen soviético ante la opinión pública y que culminaron con la disolución de la URSS en 1991.
Por contra, en el caso de un gigante como Rusia, en un mundo globalizado y con especial interacción en Europa, las negativas repercusiones de tales sanciones económicas no solo corren en una dirección sino que todos los países europeos resultarán perjudicados de uno u otro modo.
Eso puede crear mayores pulsiones entre las partes que pueden devenir en otros peligrosos efectos que más que taponar puede amplificar aún más la situación en un nuevo contexto de guerra fría que no puede resultar peor en los duros tiempos que corren y los que quedan por venir.
La suspensión de las relaciones comerciales y un aumento sensible en el precio de las materias primas acabará pasando factura a los más débiles y a unas cada vez más escuálidas clases medias en toda Europa damnificadas ya muy duramente durante la crisis económica de 2008, su posterior gestión y la reciente pandemia.
Es el mercado, amigo, que diría el ínclito Rodrigo Rato. El mismo Dios Mercado que propició la mayor crisis económica de nuestro tiempo, que impidió hacer frente en la forma debida a la peor pandemia de los 100 últimos años y que da soporte a sátrapas y autócratas como Vladimir Putin por todo el mundo.
Visto lo visto, en el actual estado de cosas, cada vez queda menos espacio para el optimismo. Por tanto no queda otra que ser lo más imaginativo posible para revertir la crisis actual, evitando el mayor número de víctimas posible y el decaimiento de un estado del bienestar cada vez más debilitado.