Ser joven es una delgada línea que creo estoy empezando a traspasar. No estoy segura qué es lo que hace que empiece a ser vista ya como no joven, creo que el hecho de ser identificada como potencialmente la madre de alguien tiene algo que ver en el asunto. Pero esto es solo una hipótesis. No percibo el transcurso del tiempo tanto en mí, salvo por alguna señal de mi cuerpo, si no por las actitudes que se generan alrededor, las expectativas y temas de conversación.
¿Y por qué os cuento esto? Pues básicamente porque a mí, hoy de lo que me apetece escribir es de uno de esos grandes universales presentes en toda conversación y vara de medir experiencias: la edad y lxs jóvenes. Dos grandes temazos que se me empiezan a plantear como una trinchera de expectativas.
Siguiendo la idea de Mar Gallego , fui a Google, nuestro oráculo de Delfos a domicilio, a preguntarle sobre jóvenes y adultos. Y bueno las conclusiones de las búsquedas os las dejo a vosotrxs.
El artefacto llamado edad sirve para muchas cosas, sobre todo para organizar y para establecer una clara jerarquía de poder que legitima cuáles son las expectativas y los modos de acción de cada grupo. Si me baso en lo que he aprendido del status quo adultocéntrico es que: lxs que más tiempo llevan aquí son los que mejor saben cómo funcionan las cosas. Esto hace que el adultocentrismo esté más que consolidado y sea desde dónde se crea la imagen de lxs jóvenes. ¿Quiénes son? ¿Qué hacen? ¿Qué les interesa? ¿Qué les preocupa? ¿Cómo se divierten? ¿Cómo se relacionan? Nos podríamos hacer mil y una preguntas sobre ellxs, pero las respuestas siempre procederán de la imagen que tenemos de ellxs desde un paradigma adulto, nada dado al diálogo o a la apertura. En este sentido, me parece muy interesante la relación que el profesor Claudio Duarte realiza sobre la relación entre juventud y patriarcado:
De esta manera, cuando se significa al mundo joven en nuestras sociedades la mayor de las veces se hace desde esta matriz cuyo surgimiento en la historia va de la mano con el patriarcado. Vale decir, se construye un sistema de relaciones sociales, una cierta concepción de la orgánica social desde la asimetría [adulto+/joven–]. Esta postura no pretende crucificar a quienes se perciben o son percibidos como adultos, sino que busca desnudar una corriente de pensamiento y acción social que discrimina y rechaza aquellas formas propiamente juveniles de vivir la vida.
El mero hecho de percibir a la juventud como un todo sin partes, es ya de por sí muy limitante. Es una simplificación peligrosa que hace que este grupo no sea percibido con toda la complejidad que le caracteriza, si no más bien que la visión que se tiene de la juventud sea algo casi sinónimo de enfermedad, proceso transitorio (como si alguno no lo fuera) y disfuncionalidad. Cualquier análisis que parta de la homogeneización de un colectivo, me parece simplista y bastante hueco. Como persona adulta tampoco quiero caer en la homogeneización de la adultez, ya que lo que hacen la mayoría de los adultos tampoco me identifica. Así que, si no nos gusta que nos categoricen ¿por qué sí lo hacemos con lxs más jóvenes? La imagen en general de lxs jóvenes suele ser negativa y es que la juventud suele verse como un problema. ¿Un problema para quién? ¿Y por qué? ¿Cuántas de nuestras frustraciones como personas adultas les lanzamos alegremente a este grupo?¿Cuánto de proyección hay en el proceso de reconocimiento de este grupo? ¿Cuánto de lo que transmiten los mensajes adultistas va calando en la configuración de la “adultez” de lxs jóvenes?
“Son más machistas que generaciones anteriores” “consideran que la violencia machista es normal en la pareja” afirman algunos titulares. Son más machistas… ¿de verdad? Cambiemos ahora la pregunta ¿cuál sería el porcentaje de adultos que considerasen normal la violencia machista? Pues según el barómetro del CIS de enero de 2018, solo es percibida como problema principal en España en un 4,6 %. Juguemos a hacer ahora el titular: “a la población española no le importa la violencia machista”. ¿Injusto? Tal vez, lo de generalizar y no contextualizar sea lo que haga que nos precipitemos en elaborar conclusiones.
Personalmente, tengo mis reservas con este tema. Recuerdo mi paso por el colegio y el instituto como alumna. Ahora que soy docente, no me atrevería a afirmar alegremente que son más machistas. De hecho afirmo todo lo contrario, ahora más que nunca saben qué es el machismo, algunas alumnas se declaran abiertamente feministas, les dicen a sus compañeros que están haciendo mansplaining, muchos chicos critican sus privilegios y tratan de construir otras masculinidades desde dónde ser ellos mismos… Hay centros educativos donde se han empezado a organizar asambleas feministas. Igualmente, existen proyectos de educación sexual que ni en el mejor de los sueños hubiese imaginado en mi adolescencia. Entres ellos, dos referencias cercanas: sexualidad y buen trato y la Psicowoman. Esto ya no es lo mismo y hay que agradecérselo a aquellxs que están trabajando estos espacios.
Tuve la suerte de empezar a trabajar como profe a los 25, lo cual fue una ventaja y un inconveniente. Ventaja por la proximidad de edad con mi alumnado pero inconveniente por el paternalismo que se generó a mi alrededor. A diario mis compañerxs me sermoneaban sobre cómo ser o no ser profe. Así, de cada tres oraciones que se dirigían hacia mí, una era “eres muy joven todavía”, “ya te enterarás con el tiempo…”, “lo ves así porque todavía no sabes de qué va todo esto…”. A día de hoy ignoraría estos comentarios. Sin embargo, sigo teniendo la sensación de que los mantras de queja sobre la gente joven poco o nada han cambiado incluso dentro del profesorado.
Observo una y otra vez cómo desde los cuerpos adultos se ejerce muy poca empatía con eso que podemos llamar genéricamente: juventud. Pensaba que me pasaba solo en el trabajo ya que tal vez no era un ambiente de solidaridad y empatía. Pero, por desgracia, veo que también se reproduce en los espacios de activismo feministas. Creo que poca opción tenemos de trabajar intergeneracionalmente y, cuando lo hacemos, la edad vuelve a ser una herramienta para supeditar la experiencia de las unas con respecto a las otras. “Vosotras no habéis vivido esto”, “no conocéis lo otro”, “tienes tantas ganas de hacer cosas porque eres joven”… Desde los veinte, hasta ahora pasados los treinta, me sigo encontrando con los mismos argumentos en el activismo y en el trabajo. Argumentos adultocentristas que tienen como objetivo desplazarme hacia otro espacio, el de la recién llegada, la intrusa que todavía no tiene experiencia y que tiene que esperar… ¿esperar a qué?
Vivimos en una sociedad adultista que hace que la única experiencia valiosa sea la de las personas más experimentadas. Y no quiero decir que esto no sea un elemento poderoso a poner en valor, pero no puede, por valioso, encargarse de deslegitimar al resto de experiencias. No deberíamos caer en el reduccinismo de la experiencia real y el resto meras copias imperfectas del mito fundacional del verdadero valor de las cosas. No sé hacia dónde miran lxs adultos que temen a la juventud, pero desde luego creo que no a la multitud de nuevos retos que sí están asumiendo éstos últimos.
Si en lugar de entender la vida como compartimentos estancos asumiésemos una visión no tan etapista de nuestro transitar por el mundo, tal vez podríamos aprender más de lxs demás. Empezar a ser oídos y no voz, considero que sería ya un buen comienzo para empezar a trabajar. Y, ojo, no estoy pidiendo idealizar ningún grupo de edad. No hay nada más peligroso que las idealizaciones, pero sí ver que no estamos en el mismo lugar, que nuestras voces son importantes y que hablar por lxs demás es hablar de lo que pensamos de lxs demás. Cuando dejemos de ejercer adultsplaining en las diferentes esferas en las que nos movemos y actuamos, será tal vez cuando podamos entender la complejidad de cualquier etapa de la vida y aprender de ella sin prejuicios, ni clichés.