Es extraño escribir esto. No porque escribir, en sí, lo sea, sino porque esta vez son palabras póstumas a un amigo que nunca conocí. O mejor, a un amigo con el que nunca hablé. Esto exige una mayor atención, entonces, por mi parte. Por la parte de todos, pues estoy escribiendo a título póstumo y a título de más de uno. Escribir con atención es también escuchar. Es aguzar el oído. Aguzarlo una vez más. Desplegar, extender, extenderlo sin reservas, manteniendo tensa la red de lectura. Aguzarlo aquí, porque sólo otro texto puede dar la bienvenida a un texto. Un texto del Otro.
Para hacer de mi escritura una lectura, un texto. Para hacer de este texto un tímpano, para dar una resonancia (como escribiría Ponge), por ende la mayor resonancia vibratoria posible a los trazos de la escritura de Jacques Derrida. Este momento, este instante en particular, ejemplar, que abre la escena del quinto período de Circonfesión: «Yo soy póstumo así como respiro»[1]BENNINGTON, Geoffrey, Jacques Derrida. 1994. Jacques Derrida. Madrid: Cátedra, p. 49. Hacer tímpano de la lectura, que no haga un pliegue, es exponerla amplia, totalmente, en toda su ternura, como propone Grondin: «el pensamiento de Derrida es para mí la atestación de la posibilidad de lo imposible […] con un solo suspiro, el de la ternura. No sé si la palabra formaba realmente parte de su léxico –no lo creo–, pero todo lo que leí y escuché de Jacques Derrida destilaba una extraordinaria ternura –frágil, herida, susceptible– que luchaba, con toda la fuerza de su escritura, contra la violencia que tiende a ahogar la ternura vital en un mundo tan brutal como el nuestro»[2]GRONDIN, Jean. 2006. «La tendresse de la pensée», en Contre-Jour, Cahiers littéraires, n° 9, primavera, p. 139.
Hacer tímpano y no conservar nada de su sensibilidad, vulnerabilidad, su piel oblicua o membrana acústica ante las transgresiones del lenguaje, para intentar captar, en esta alarma desequilibrada del oído interno, una alarma que Derrida nunca habrá dejado de dar al sonido, para intentar acoger el nacimiento de lo inaudito, es decir lo no oído, lo imposible, lo indecidible, pero también el silencio. Porque, como sabemos, «es preciso oír bien, con un oído más fino que el oído común»[3]DERRIDA, Jacques. 1993. «Heidegger’s Ear: Philopolemology (Geschlecht IV)», en SALLIS, John (ed.). Reading Heidegger. Commemorations. Bloomington: Indiana University Press, p. 184. Con ese oído fino podríamos intentar acoger el nacimiento de lo que Derrida llama (porque lo llama, lo hace con todas sus letras), «la partitura no escuchada»[4]DERRIDA, Jacques. 2013. Márgenes de la filosofía. Madrid: Cátedra, p. 32, o sea, inaudita. Es decir –y lo habrá hecho suyo–, la necesidad de «dislocar el oído filosófico, hacer trabajar el loxôs en el logos»[5]Ibíd., p. 21. Pensar con Derrida es pensar en el trabajo de la hospitalidad en el lenguaje: «Un acto de hospitalidad sólo puede ser poético»[6]DERRIDA, Jacques. 1997. De l’hospitalité, avec Anne Dufourmantelle. Paris: Calmann-Lévy, p. 10. Y, en consecuencia, se trata de aprender el movimiento de dar, que se enuncia así en Circonfesión: «Debo enseñaros a que me enseñéis a leerme desde las compulsiones, 59 en total, que nos han agitado conjuntamente a nosotros»[7]BENNINGTON, Jacques Derrida, Op. Cit., pp. 144-5.
Inscrito, mas no de una forma sencilla, ni recíproco ni mutuo, sino desplazado, está el don de la nada si no constituye un distanciamiento necesario del pensamiento: un pensamiento con-él-hacia-él. En toda su generosa distancia, de la que Derrida se congratula, en particular, con respecto a Nietzsche, para desunir la palabra, en la lengua extranjera y en el guión que separa –que proporciona esa Dis-tanz en alemán, una especie de distancia distanciada de sí misma, danzante en el dionisíaco acontecimiento de escribirla–, es esta Dis-tanz la que observo ahora: cómo estar en ella en una posición que sólo es la mía; y cómo descifrar la escritura de Circonfesión que la interpreta, paradigmáticamente, escenificando las formas de su contratiempo –injerto y prótesis–, en el avance de este íncipit, de esto que es aforismo y aporía, del período 5, escrito en una especie de margen interior que se desplaza por una franja a pie de página, entre el libro de Geoffrey Bennington, titulado Derridabase y que sostiene la parte superior de la página, y un trabajo en curso sobre la circuncisión (enero de 1989-abril de 1990): «Yo soy póstumo así como respiro».
Esta frase dice, pues no es discurso. Dice, tanteando sus palabras en la balanza de las letras, que está en juego un don que ya siempre es póstumo: el don de la distancia, del pensamiento, del acontecimiento de la escritura. De forma más concreta, es la relación de la lectura con el acontecimiento textual lo que es «estructuralmente póstumo»[8]DERRIDA, Jacques. 2010. Éperons. Les Styles de Nietszche. Paris: Champs, p. 116. Una pregunta por lo encriptado del texto, por aquello que permanece en la cripta textual y que, sin transparencia alguna, «abierto, expuesto e indescifrable», es el acontecimiento de «este texto que no llega a producirse nunca»[9]Ibíd. (la cursiva del texto es del propio Derrida). Y nunca se acopla. En otras palabras, es una cuestión de estilos, que Derrida, como sabemos, pone en plural para estirar la tensión al máximo. En sus Espolones, detalla el escenario del texto indefinidamente abierto y cerrado, desde el que se anuncia la muerte y lo póstumo: «Este texto puede permanecer, si es críptico y paródico (ahora bien yo os digo que lo es, de cabo a rabo, y puedo decíroslo porque no os va a servir de nada, y puedo mentir al confesarlo porque sólo se puede disimular diciendo la verdad, diciendo que se dice la verdad), indefinidamente abierto, críptico y paródico, es decir, cerrado, abierto y cerrado a la vez o alternadamente»[10]Ibíd., pp. 116-7.
Se trata, en efecto, de una escena, con el dispositivo que cierra la frase con un doble giro, el del paréntesis y las palabras que vuelven, mientras el sentido, punto por punto, se vacía de significaciones, los significantes se abren paso en las contradicciones, el sujeto, al performar, se vuelve anónimo, disminuye. Sin tragedia. Y el texto, que ya no se puede oír (ni escuchar ni entender), es olvidable, ni más ni menos que un paraguas. Olvidable y que vuelve, en ocasiones: «abierto y cerrado a la vez o alternadamente. Plegado/desplegado, un paraguas, en suma, que no llegaréis a utilizar, que podríais olvidar de pronto, como si nunca hubieseis oído hablar de él, como si estuviese situado por encima de vuestras cabezas, como si en definitiva no me hubieseis oído, puesto que no he dicho nada que hayáis podido oír. De este paraguas uno confía siempre poder desembarazarse, sobre todo porque no ha llovido»[11]Ibíd., p. 117. Lo que opera en la caída prosódica se dirige a la forma homófona de pleuvoir y plaire, conduciendo, con el juego de palabras, a la anfibología perfecta donde el sujeto oscila entre lo personal (agradar/gustar) y lo impersonal (llueve).
«Yo soy póstumo así como respiro» o bien «He olvidado mi paraguas». Uno recuerda estas palabras entre comillas. Son dos declaraciones exactas entre sí. Y ese es el colmo, es decir, el vacío, la obviedad, la paradoja, la aporía. Porque fuera del contexto, fuera de la voluntad de decir que sería lo que decidiría la cosa en sí, la frase, minada por las suposiciones, privada de la clave del código, sonando como un gong vacío, se mueve sin cesar, y suspende la relación-sujeto en la brecha. Lo que dice «¿no será ese límite de la voluntad de decir, como efecto de una voluntad de poder necesariamente diferencial, y por lo tanto siempre dividida, plegada, multiplicada?»[12]Ibíd., p. 112. Este límite no es la frontera de un significado, un conocimiento o un tema consumados. Es una travesía, una brecha que engulle, una deflagración del pensamiento que bien puede provocar risas o lágrimas. Derrida toma dos pasajes de los fragmentos de La Ciencia Jovial. La primera está tomada del fragmento 371: «Nosotros, los incomprensibles»[13]NIETSZCHE, Friedrich. 2018. «La Ciencia Jovial», en Obras I. Barcelona: RBA, p. 579. Nietzsche añade: «¡Nosotros los incomprensibles […] ¡pues habitamos cada vez más cerca del rayo!»[14]Ibíd., p. 580. El segundo, el fragmento 365, concluye: «Nosotros los hombres póstumos»[15]Ibíd., p. 571.
«Yo soy póstumo así como respiro» y «Olvidé mi paraguas». De nuevo. O tal vez este otro: «Siempre prefieran la vida y afirmen la supervivencia sin cesar… Los quiero y les sonrío desde donde esté». Se habrá reconocido esta frase tan última, póstuma, este decir que llega como el más último de todos. Es el hijo nacido después de la muerte del padre –su frase, su epitafio, la más última de las frases de Jacques Derrida, la que se leyó en su tumba, escrita de su propia mano en su nombre– previo a la visión de un sujeto espectral (yo-ello) que ya no se gramaticaliza ni se localiza: «Jacques no quiso rituales ni oraciones. Sabe por experiencia qué difícil prueba es para el amigo que está a cargo. Me pide que les agradezca por haber venido, que los bendiga, les suplica que no estén tristes, que sólo piensen en los muchos momentos felices que ustedes le dieron la oportunidad de compartir con él. Sonríanme –dice–, como les habría sonreído yo hasta el final. Siempre prefieran la vida y afirmen la supervivencia sin cesar… Los quiero y les sonrío desde donde esté»[16]PEETERS, Benoît. 2013. Derrida. México: FCE, p. 652.
Estas líneas, en tanto que epitafio escrito para ser leído durante el sepelio, constituyen la última página de su obra, de la que escriben lo incompleto, lo infinito, lo que está por venir, como una promesa, la obra en peligro (¿es que hay alguna que no lo esté?): dislocada, fuera de sus goznes. Esta es la página paradigmática de la escena póstuma que tantas veces ha escenificado. Nunca ha dejado de espectralizar el pensamiento: hacer del pensamiento derridiano un paso de muralla, un paso de los límites. Un paso (no) más allá. Una página que no es un epitafio sino la apertura sobre lo ilegible. Y el sujeto alcanzado por un rayo (diría, con Nietzsche, sin pararrayos ni paraguas), se desintegra para siempre. Y para siempre también se desborda el texto que no sucede y que apuesta por la supervivencia. ¿Quién o qué de él (Jacques, el texto), de ella (la sentencia de muerte y la vida), de vosotros (receptores o no, amigos, lectores, discípulos o no), quién o qué, como digo, concibe el acto póstumo de supervivencia? Él (el espectro que regresa) habrá logrado hacer de su muerte un golpe de estilete, un bisturí que corta y no corta. Una lección de filosofía que ya no es aprender a morir.
«Yo soy póstumo así como respiro»: espolón oracional, avance vertiginoso que no nos hace avanzar a nada más que, de entrada, al síncope, a la pérdida de conciencia, un sintagma que es cripta y simulacro al mismo tiempo. Porque leemos inmediatamente el doble, atrapado en la brecha con el aforismo que se sobreimprime sin citarlo: «Miento así como respiro», jugando a la verdad de la mentira, y a la fabricación de la mentira de la verdad, desplegando el espectro especulativo: improbable, indecidible, lo imposible posible, imprevisible. Reproduciendo la instrucción tomada del cuaderno preparatorio para un libro sobre la circuncisión: «no escribir aquí más que lo imposible, ésa debería ser la regla imposible»[17]BENNINGTON, Jacques Derrida, Op. Cit., p. 206. Escuchemos por un momento las modulaciones inciertas de las respiraciones que hacen rodar las palabras: «Yo soy póstumo así como respiro, lo cual es poco probablemente, lo improbable en mi vida, ésa es la norma que desearía seguir y que, en resumen, arbitra el duelo entre lo que escribo y lo que G. ha escrito por encima, al lado o por debajo de mí, sobre mí, pero también por mí, en mi favor, hacia mí y en mi lugar, porque habrán advertido que su himno de hielo ardiente, en resumen, ha dicho todo, ha predicho, predicted si me traduzco a su idioma, él lo ha elaborado, lo habrá elaborado, sin citas, sin el menor fragmento de literalidad arrancada, como un acontecimiento que no ocurre más que una vez, de lo que en la universidad se podría denominar mi corpus, éste es mi corpus, el conjunto de las frases que he firmado, ninguna de las cuales ha citado literalmente, ninguna en su literalidad, ésa fue la elección»[18]Ibíd., pp. 49-50.
Y así, cuatro páginas más tarde, «salvo si escribo aquí mismo, sálvese quien pueda, dejando de estar sometido a su ley, cosas improbables que desestabilicen, desconcierten, sorprendan, a su vez, al programa de G., cosas, en suma, que no pueda, él, G., no más que mi madre o la gramática de su programa teológico, reconocer, nombrar, prever, producir, predecir, unpredictable things para sobrevivirle y, si aún tiene que suceder algo, nada es menos seguro, hace falta que sea unpredictable, el saludo de un contrafuego»[19]Ibíd., pp. 53-54. La brecha y sus lagunas infinitamente variables: tal es el principio de la escritura-pensamiento de Derrida, que ordena, en Circonfesión, la presencia, por encima de ella, del texto de G. (Geoffrey Bennington), es decir, el metalenguaje de su inteligencia gramatical que enlaza, conecta y recruza estrechamente: una sistematización del pensamiento de Derrida. Sin los esquemas que G. construye y sobre los que se extiende, como un paraguas, el cuerpo del lenguaje de Derrida no podría discurrir, en friso, siempre desencajado, metafásico[20]Ibíd., p. 205 (como las frases de G./Georgette, la madre) y no metafísico, corriendo consigo mismo y contrarreloj (contra el reloj de G.). El modo de esta fisura excava la frase en un punto, en la pregunta por la fragilidad de las articulaciones y desarticulaciones, socavada por el inicio de incisiones y rupturas, por lo que en cada período tiene lugar el acontecimiento de llegada de una frase que nunca acaba de terminar. El período es la frase que se postuma. Y lo póstumo, esa actividad imposible de verbalizar, es el ἔσχᾰτος.
El último extremo. «Soy el último de los escatologistas», escribe Derrida en Circonfesión.
O, de forma más exacta, por tanto precisa, deconstruyendo la palabra de la última palabra, haciéndola devenir tortuosa: «Siempre he sido escatológico, si se puede decir, hasta el extremo, soy el último de los escatologistas, hasta el día de hoy, ante todo, he vivido, disfrutado, llorado, rezado, sufrido como en el último segundo, en la inminencia del fin en flash back»[21]Ibíd., p. 97. Ya infinito, el después de lo más último de lo último, en un doble movimiento de visiones previas y, digamos, post visiones (¿póstumas?). También se podría decir que no hay último, ni final, ni origen, al igual que «soy el último de los judíos» implica tanto «soy un mal judío» como la muerte del judaísmo, pero también su única posibilidad de supervivencia. Me refiero aquí a la entrevista de Derrida con Elisabeth Weber, en la que Derrida designa su «manera dolorosamente irónica de dar una lección de finalización»[22]DERRIDA, Jacques. 2004. «A testimony given…», en WEBER, Elisabeth (ed.) Questioning Judaism. California: Stanford University Press, p. 42.
«Yo soy póstumo así como respiro». Con este comienzo sin principio, esta brecha al principio de un período que no se cierra, sino que renace 59 veces, como un saludo a la vida de los años contados hasta 1989, es la operación por excelencia de la circuncisión de la lengua la que se expone: la circuncisión, herida en la lengua, pasos en los límites, márgenes, marcas, el anillo de la alianza y el don, el sacrificio, el φαρμακός… Es necesario considerar la dimensión retórica y simbólica de la circuncisión –«ubicar al Judío […] en todo hombre circuncidado por la lengua […] también, por ende, toda mujer»[23]DERRIDA, Jacques. 2002. Schibboleth. Madrid: Arena Libros, pp. 92-93–, así como observar la inquietante homofonía que se produce entre la letra más cercana, la miilah, la palabra para circuncisión, y milah, la palabra para palabra[24]BENNINGTON, Jacques Derrida, Op. Cit., p. 109-110. Sabemos qué piensa Derrida: «el simple hecho de hablar nos instalaría desde el principio en el pacto de la circuncisión»[25]DERRIDA, «A testimony given…», Op. Cit., p. 43.
Citando la frase de Tsvetáieva a Celan, «Todos los poetas son judíos», la torna mucho más explícita en la entrevista con Elisabeth Weber: «La relación poética con el lenguaje es la experiencia de lo que da origen al lenguaje, del ser-ya-ahí del lenguaje, del hecho de que el lenguaje nos precede, ordena nuestro pensamiento, nos da nombres, etc. Esta experiencia poética del lenguaje es la experiencia del lenguaje con el que nacemos. Esta experiencia poética del lenguaje es desde el principio una experiencia de circuncisión (corte y pertenencia, entrada original en el espacio de la ley, alianza disimétrica entre lo finito y lo infinito). En consecuencia, entre comillas y con todas las precauciones retóricas que sean necesarias, una ‘experiencia judía’»[26]Ibíd.. Tal y como Derrida la entiende y practica, «la experiencia judía» –entre comillas– de escritura del cuerpo en tanto que cuerpo de cicatrices y escarificaciones, es a la vez cuestión de estilos, de circuncisión, de lo femenino, de la cripta, del shibboleth, del espectro, de la veridicción. «Yo soy póstumo así como respiro» es uno de los nombres de la experiencia judía –entre comillas, donde el pronombre, despojado de una improbable identidad de sujeto, se vuelve extraño, y abre el futuro a lo fantasmático– en el latido de una confesión que no hace –no dice- verdad, y donde el pensamiento hace su juego, su apuesta.
Leemos a Derrida: «eschaton […] el borde de los labios de mi verdad»[27]BENNINGTON, Jacques Derrida, Op. Cit., p. 97. Así –aquí– comienza la marcha desigual del período, puntuada por las compulsiones de la escritura, las expectativas y ausencias de la madre, mi muerte, mi muerte en vida, y los períodos de la sangre, el agua y las lágrimas, esos femenino-masculino vinculados a la muerte y la vida. Y nada es tan conmovedor –espoleante, si queremos– como la conmoción del lenguaje que avanza y propaga, a través de la voz del mortal, las últimas palabras, oraculares, casi de ultratumba, que son, palabra por palabra, las que le acosan, el sujeto imposible que la palabra misma convierte en ventrílocuo, el que sangra tinta, la última de las últimas palabras: «¿quién soy yo?»[28]Ibíd., p. 156.
Palabras donde se escucha, después de la muerte tanto como si se está en ella, «esa pregunta cuya sintaxis me parece, de repente, increíblemente difícil de captar en un espejo, cuando la circulación cerebral ha recibido un golpe, ¿quién soy yo?»[29]Ibíd.. Pregunta infinita de la pregunta: no deja de exigir la razón, y de multiplicar la escena de las mil y una formas de «vivir hoy, aquí y ahora, esta muerte mía»[30]Ibíd., p. 204. A modo de sesgo, por tercios, por perífrasis, la muerte en las letras, siempre en la cripta en más de un sentido: «Escribo hasta la muerte en una piel más grande que yo»[31]Ibíd., p. 239. O tal vez nos sirvan ejemplos como «telefoneando a G. como si fuera Dios»[32]Ibíd., p. 118, «No sé quién llora, mi madre o yo»[33]Ibíd., p. 269, «la madre que llevo en mí»[34]Ibíd., p. 166 o «perdón por confesarme a ti cuando ya no me oyes»[35]Ibíd., p. 181, y siempre el bajo continuo, o el ápice, de las sublimes citas de Agustín, como ésta, lanzadas contra el cielo del período que se rompe: «la memoria es como el vientre del alma, mientras que la alegría y la tristeza son como el alimento dulce y amargo cuando se encomiendan a la memoria, pues como llevadas al vientre, pueden allí ser guardadas, pero no saboreadas […] ¿Por qué, pues, en la boca del pensamiento no es sentida»[36]SAN AGUSTÍN. 2009. Las Confesiones. Madrid: Tecnos, p. 413 (X, 14, 22).
Derrida lo habrá hecho todo, convirtiendo el cuerpo de las letras y los sentidos, los injertos y las prótesis de la gramática, no para esperar la muerte (menos aún para aguardarla o resignarse a ella), sino para anticiparla, para tomarla con calma y disfrutar de la muerte antes de la muerte, para saborear la supervivencia en la escritura (en la boca del pensamiento, para sentir el sabor de la muerte). Una muerte no absoluta que paga con palabras el alto precio de un sujeto irreconciliable. Su hedonismo mortificante de lo póstumo-vivo habrá hecho todo lo posible no para pactar con la muerte, sino para esbozar una danza espectral en la que se desafecte a sí mismo: «intento desinteresarme de mí para sustraerme a la muerte y hacer, poco a poco, que el yo al que debe llegar la muerte se vaya, no se destruya antes de que ella lo alcance, para que, al final, ya no haya nadie que pueda tener miedo de perder el mundo y perderse»[37]BENNINGTON, Jacques Derrida, Op. Cit., p. 203. Retirada del sujeto que no llega a la muerte.
Desde que tengo uso de razón, Jacques, este amigo, o Derrida, este amigo al que nunca conocí y sobre el que intento escribir sin saber si es posible, nos habla, o más bien nos llama a la muerte. No piensa en la muerte. No piensa la muerte. Más bien, tal vez, piensa a muerte. A fondo. Cuestión de analogía: incondicional e irreconciliable. Como la sonrisa, la última de las últimas: sonrisa a través de las lágrimas, más allá del rastro y del archivo. Recuerdo de una promesa o promesa de un recuerdo[38]DERRIDA, «A testimony given…», Op. Cit., p. 53. Una despedida es una transacción entre dos imperativos igualmente irreconciliables. Por eso esta es una carta breve a un amigo, decía, cuya respuesta no obtendré jamás. No habrá postal, ni siquiera una carta en souffrance. En souffrance: dolorosa porque todavía para siempre pendiente, algo que quizás se correspondería con cualquier palabra que uno escriba a la muerte de alguien, mejor aún, después de la muerte, póstumo a la propia muerte.
Esta es una despedida irrealizable, empero inscrita, con el imperativo en la frente y lo irreconciliable en los labios, antes de dejar salir un sonido muerto, póstumo, a título de más de uno.
Título: Jacques Derrida |
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Referencias
↑1 | BENNINGTON, Geoffrey, Jacques Derrida. 1994. Jacques Derrida. Madrid: Cátedra, p. 49 |
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↑2 | GRONDIN, Jean. 2006. «La tendresse de la pensée», en Contre-Jour, Cahiers littéraires, n° 9, primavera, p. 139 |
↑3 | DERRIDA, Jacques. 1993. «Heidegger’s Ear: Philopolemology (Geschlecht IV)», en SALLIS, John (ed.). Reading Heidegger. Commemorations. Bloomington: Indiana University Press, p. 184 |
↑4 | DERRIDA, Jacques. 2013. Márgenes de la filosofía. Madrid: Cátedra, p. 32 |
↑5 | Ibíd., p. 21 |
↑6 | DERRIDA, Jacques. 1997. De l’hospitalité, avec Anne Dufourmantelle. Paris: Calmann-Lévy, p. 10 |
↑7 | BENNINGTON, Jacques Derrida, Op. Cit., pp. 144-5 |
↑8 | DERRIDA, Jacques. 2010. Éperons. Les Styles de Nietszche. Paris: Champs, p. 116 |
↑9 | Ibíd. (la cursiva del texto es del propio Derrida) |
↑10 | Ibíd., pp. 116-7 |
↑11 | Ibíd., p. 117 |
↑12 | Ibíd., p. 112 |
↑13 | NIETSZCHE, Friedrich. 2018. «La Ciencia Jovial», en Obras I. Barcelona: RBA, p. 579 |
↑14 | Ibíd., p. 580 |
↑15 | Ibíd., p. 571 |
↑16 | PEETERS, Benoît. 2013. Derrida. México: FCE, p. 652 |
↑17 | BENNINGTON, Jacques Derrida, Op. Cit., p. 206 |
↑18 | Ibíd., pp. 49-50 |
↑19 | Ibíd., pp. 53-54 |
↑20 | Ibíd., p. 205 |
↑21 | Ibíd., p. 97 |
↑22 | DERRIDA, Jacques. 2004. «A testimony given…», en WEBER, Elisabeth (ed.) Questioning Judaism. California: Stanford University Press, p. 42 |
↑23 | DERRIDA, Jacques. 2002. Schibboleth. Madrid: Arena Libros, pp. 92-93 |
↑24 | BENNINGTON, Jacques Derrida, Op. Cit., p. 109-110 |
↑25 | DERRIDA, «A testimony given…», Op. Cit., p. 43 |
↑26, ↑29 | Ibíd. |
↑27 | BENNINGTON, Jacques Derrida, Op. Cit., p. 97 |
↑28 | Ibíd., p. 156 |
↑30 | Ibíd., p. 204 |
↑31 | Ibíd., p. 239 |
↑32 | Ibíd., p. 118 |
↑33 | Ibíd., p. 269 |
↑34 | Ibíd., p. 166 |
↑35 | Ibíd., p. 181 |
↑36 | SAN AGUSTÍN. 2009. Las Confesiones. Madrid: Tecnos, p. 413 (X, 14, 22) |
↑37 | BENNINGTON, Jacques Derrida, Op. Cit., p. 203 |
↑38 | DERRIDA, «A testimony given…», Op. Cit., p. 53 |