(Este texto fue escrito el 17 de agosto de 2025)
Cuando me preguntan de donde soy siempre digo que crecí en la capital aunque nací en otro país, que mis padres son los dos de fuera pero que he vivido 15 años en otro lugar. Es una explicación corta para algo que nunca he sabido contestar bien. La identidad, cuando eres de un lugar que ha surgido con las tradiciones de otros, es compleja. Hay un punto de intento de separación. Otro de desconfianza, de falta de márgenes, de no caber en el molde. No me siento ni de aquí ni de allí.
Sin embargo, en la versión más larga siempre explico de dónde es mi madre, que A. y yo pasabamos veranos allí, que voy siempre que puedo. Que mis abuelos nos explicaban historias alrededor de una cocina económica, refugiados del frío en una casa sin calefacción; que íbamos a llenar la lechera a casa de la vecina a las 8 de la noche, después de cenar, el olor a vaca embriagando las fosas nasales; a buscar el agua a la fuente con garrafones; a arrancar patatas; y que nos reuníamos a ver a las ovejas volver a casa cada tarde, a la caída del sol, siempre a la misma hora. Recuerdo el calor a mediodía, el tour en la tele, las tardes de río, los mineros jubilados pegados a la máquina de oxígeno sentados en los bancos, apagándose. Sin haber nacido allí, sin haberme criado, sin ser el lugar donde más tiempo he pasado, es posiblemente el lugar que considero mi casa, mi tierra escogida, mi hogar.
Esta semana el fuego ha llegado para arrasarlo todo. Los incendios crecen y se retuercen, escalan por los castaños y el brezo, se escurren por la retama y en algunos casos se cuelan por los tejados de las casas. La tristeza, la desolación y la frustración se mezclan con la ceniza. Las brigadas, cuando las hay, no dan abasto. Las vecinas, confinadas o evacuadas, ven llover ceniza por la ventana mientras esperan el final del verano y la llegada de la lluvia mientras, entre dientes, piden que la destrucción pase, esta vez, de largo. Un amigo me decía: lo estamos haciendo todo mal. Tras los incendios, vendrá el momento de la reflexión, de la protesta, de la desesperanza. Porque, si(cuando) la historia se repit(e)a, lo seguiremos haciendo todo mal.