Cada nueva película del director rumano no es sino una confirmación de su atinada manera de hacer cine político sin estridencias; sin dogmatismos, sin maniqueísmos. Basta con tomar un hecho de la vida diaria y mostrar las reflexiones que, a su alrededor, va provocando para, ahí sí, incidir en la realidad de la Rumanía presente, que no deja de ser una radiografía extensible de nuestra preocupante y desfalleciente Europa. Las películas más reconocidas del director son ficciones, aunque sus más profundas críticas expresas procedan de los documentales. Dominador absoluto del plano fijo, el encadenado y sucesión de escenas nos hace olvidar ese evidente estatismo de la cámara, siendo la palabra y el estado de ánimo de los personajes que la atraviesan, fundamentalmente dos, el indigente que acapara el prólogo de la película y la funcionaria de servicios sociales que al ir a desahuciar a la vieja gloria deportiva rumana se encuentra con el mismo suicidado, aportando el ritmo necesario a la estructura arriesgada de la película. La profundidad de la carga que acumula ésta no procede de discursos antisistema ni dibujos abocetados y estereotipados de malos frente a buenos. Jude, como en la mayoría de las películas que le han encumbrado en el panorama cinematográfico europeo se asoma a la realidad socio-política desde un punto de vista del ciudadano común, alejado de los salones y los consejos de administración, aventurando mediante sus diálogos cómo la corrupción, la desidia, el abuso, la discriminación…….se comunican bidireccionalmente de abajo a arriba y viceversa.


El esquema es de aparente sencillez, seguimos la monotonía del día a día del indigente, su recogida de botellas de plástico, su mendicidad, sus paseos mientras el escaparate que nos ofrece Jude es el de una ciudad turística, renovada para atraer masas de visitantes pero que no es capaz de reparar el daño a sus ciudadanos. Un decorado que da la espalda al habitante, una ciudad llena de gente por la mañana y vacía de noche cuando la masa de visitantes desaparece o cambia de ciudad. Ese “vivir cada día” que parece dará pie a una interrelación del indigente con alguien más que provoque un relato de varios personajes se rompe cuando una comisión judicial aparece en el sótano que ocupa el hasta entonces protagonista para proceder a su desahucio tras haberle concedido un plazo de gracia para que buscara otro refugio. El indigente consigue una hora más para recoger sus efectos más personales mientras una furgoneta trasladará el resto de sus pertenencias. Mientras la funcionaria, el cerrajero y los gendarmes esperan tomando un café y hablando de gentrificación sin usar este neologismo, el indigente se ahorca. Aunque el hecho sea realmente trágico y resultado de políticas ajenas a las necesidades de los vecinos, Jude no carga directamente las tintas en buscar responsabilidades ni culpabilidades, sólo acompañamos a Orsolya, la funcionaria, durante el resto de la película asumiendo su culpa psicológica en el resultado de su actividad, intentando encontrar respuestas y aceptando que, no siendo responsable, no puede seguir con normalidad con su vida diaria, que al día siguiente coincidía con sus vacaciones y un viaje familiar a Grecia que decide suspender quedándose sola en su casa cerca de Cluj.


Jude cambia por completo el punto de vista y también la película cambia el tono y la forma. Pasamos del silencio casi absoluto, un personaje abandonado, solitario, sin vida social, arrinconado como desecho del sistema, perfectamente dibujado en poco más de diez minutos, a otro que solo permanece en silencio si no está acompañado, que repetirá hasta la saciedad lo que ocurrió, cada vez contado de manera más resumida, como si el abreviarlo la distanciara de la responsabilidad que va pasando al “sistema”. Así la película pasa a hablarnos de cómo el suceso es vivido desde dentro de ese sistema, de aquellos que no tienen problemas para sobrevivir, cómo todos niegan responsabilidad a Orsolya, porque en el fondo lo que vienen a negar es la responsabilidad colectiva en estas soluciones extremas provocadas por la desesperación. Desde el Fiscal que rápidamente cierra el procedimiento, la amiga que le cuenta un episodio personal con un indigente que la molestaba por el olor pero que al mismo tiempo promueve una ONG que ayuda a los desfavorecidos, el marido que busca sexo el mismo día del suicidio, la madre que aprovecha para cargar contra los rumanos y defender a Orban………..todas las situaciones que en esos pocos días vive Orsolya van mitigando el peso de una culpa personal asumida en nombre de la comunidad, pero que el director aprovecha para cartografiar la situación en una región con innegables raíces húngaras dentro de Rumanía, dejando entrever algo que en sus películas previas no se vio, o no se vio en tiempo presente, pues Aferim! sí hablaba de nacionalismos y etnias, y es que el nacionalismo rumano es un nacionalismo fragmentado en etnias y lenguas, un nacionalismo excluyente para el extranjero sin recursos pero también hacia las minorías étnicas del país, que, a su vez, muestran su desprecio y su sentimiento de superioridad como herederas directas del imperio austrohúngaro frente a los bárbaros rumanos, identificados todos ellos como gitanos.


Las películas importantes hacen pensar y aquí Jude viene a mostrarnos la inconsistencia actual de la carta de derechos fundamentales europea y el abandono progresivo de los valores que hicieron de Europa un referente mundial; un capítulo más en la filmografía del director donde la forma escogida permite mostrar con excelencia el fondo sin aniquilarlo ni porque se busque epatar con el estilo sin prestar atención a que éste carece de contenido. La sociedad capitalista hace saltar por los aires el estado social y de bienestar europeo mientras nos miramos el ombligo, voraces con el dinero ya no les basta y la dictadura económica se extiende a lo social, lo público sólo sirve en cuanto proporciona dinero a lo privado, adecentamos ciudades para atraer visitantes mientras las periferias se abandonan por los ayuntamientos, se subvencionan rehabilitaciones para instalar negocios privados, los centros urbanos se convierten en fotocopias de mal gusto de una ciudad a otra acaparados por las mismas marcas de ropa (mala) y de comida (peor), y el entramado ciudadano desaparece, como Jude ilustra a la perfección en los últimos planos de la película, centros de postal vacíos y nuevas urbanizaciones sin fin donde antes debería haber campo y granjas. Nada más sintomático que esas pequeñas barracas de madera engullidas, acogotadas, asfixiadas, encerradas entre bloques de hormigón, el último resistente del campo frente al traslado de la ciudad al campo donde todo se vuelve impersonal, anodino, mecánico.

Dirección: Radu Jude. Rumanía 2025. Guion: Radu Jude. Fotografía: Marius Panduru. Montaje: Cătălin Crystal. Música: Matei Teodorescu. Productoras: Saga Film, RT Features, Bord Cadre Films, Sovereign Films, Paul Thiltges Distributions. Reparto: Eszter Tompa, Gabriel Spahiu, Adonis Tanta, Serban Pavlu. Duración: 109 minutos.