
Tenía 13 años.
No era su guerra,
pero cayó en el fuego
de un odio que no era suyo.
Jugaba y dibujaba soles
en papeles sin sombra.
Sus pasos apenas nacían,
y ya la arrancaron del suelo,
como si fuera poco ser niña,
La usaron como puñal
para herir el pecho.
El verdugo no tuvo manos,
tuvo miedo.
No tuvo valor,
tuvo rabia disfrazada de poder.
Y ella,
pagó con su risa y ternura
el precio del patriarcado.
Nunca debió partir.
Nunca debió conocer
la furia ajena, no era suya.
Hoy su nombre es eco
grito y promesa
por ella,
no callaremos
No olvidaremos.