Con The Dumb Girl of Portici nos hallamos ante el enésimo ejemplo de un trabajo femenino importante en la dirección sin apenas trascendencia en la historiografía fílmica. Me he hecho eco de bastantes casos ya de muchas nacionalidades, pero el de Lois Weber quizá sea, del cine mudo, el más injusto. Su notoriedad en la década de 1910 –siendo la primera directora de un largometraje, la mejor pagada de la Universal y la persona a la que más proyectos de envergadura le encargaban–, y su profesionalidad, no explican de ninguna forma cómo pudo caer en el más ominoso olvido, relegada en el estudio al que se dedicó en cuerpo y alma para acabar en la miseria. Asistimos con estupefacción al dato de que, a pesar de crear su propia productora, escribir los guiones de sus películas y ser la artífice de una vasta obra (con la ayuda secundaria de su marido, Philips Smalley), y las más ambiciosas aspiraciones del todopoderoso estudio Universal Pictures (que competía con otras Majors de la época) su trayectoria fue ensombrecida y silenciada por una nueva jerarquía de la industria cinematográfica.
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The Dumb Girl of Portici surge en el contexto de ese cine colosal que impulsaron los italianos con Cabiria (1914) de Pastrone y que tanto impactó a Griffith para intentar superarla con un proyecto con su sello realizado en EEUU. Así, surgiría la superproducción Intolerancia (1916), realizada después de la controvertida El nacimiento de una nación (1915), película en varios episodios que marcaría un antes y un después en la épica del cine (a pesar de su relativo fracaso comercial) con proyectos a gran escala e incontables extras, apoyado en una dirección de arte que ideó espacios y estructuras acreedores de una megalomanía sin precedentes. Como reacción a esta noticia de ese macroproyecto de la competencia, Carl Laemmle, el fundador del gran estudio Universal, decidió que Lois Weber acometería la potente respuesta ante ese ambiente proclive al cine épico.
Con esta película que voy a describir nacería la mayor producción hasta esa fecha de su empresa convirtiéndose en una arriesgada decisión económica que revelaba la confianza depositada en Lois Weber, (comentando que “pondría cualquier suma de dinero en su primera directora”), su brazo fuerte a la altura del citado D. W. Griffith o Cecil B. DeMille en esos años de ebullición y evolución de la gramática del cine. La realizadora pasaría de una gran producción de películas más modestas, humanas y sociales (han sobrevivido muy pocas para la gran cantidad que dirigió) a una obra dotada de mucho más presupuesto y personal técnico, engrandecida por enormes decorados, rodaje en exteriores e innumerables extras. Hasta la inclusión de bailarines para los números musicales que alegran la historia. Definida por los periódicos de la época como “la más grande y suprema producción del siglo, dirigida por un genio del mundo del cine como Lois Weber”.
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Y así, se constituyó el germen de esta superproducción de la década a la que, además, había que dotar de una estrella insólita que deslumbrara al público y le atrajera en masa a las salas. Y fue, nada más y nada menos, que la aclamada bailarina rusa Anna Pavlova (en créditos Pavlowa), trasladada y establecida largo tiempo en EEUU con motivo de la I Guerra Mundial para actuar con la Boston Opera Company. Un sabroso contrato acordado con Max Rabinoff, director de la compañía, el cual salvó la delicada situación de su empresa para materializarse en la única incursión de la artista en la industria del cine. Ella sería la protagonista Fenella, una adaptación realizada por Weber de la ópera Masaniello, o La muda de Portici, de Daniel-François Auber (considerada la primera gran ópera francesa).
El rodaje de dos meses tuvo que amoldarse a su trabajo como bailarna y empezó a rodarse en Chicago para los interiores, donde la Universal construyó un estudio temporal y en los jardines Sans Souci, para trasladarse a California a rodar los exteriores cuando finalizó su contrato de danza. Muchos elementos de calidad estaban sobre la mesa. Dinero para gastar a su antojo, una buena obra clásica en que basarse, equipo técnico de altura, localizaciones lujosas y una protagonista presentada como “incomparable”. Faltaría el resto del reparto al que se sumó como protagonista Rupert Julian, famoso como director de El fantasma de la ópera (1925) y que daría vida al pescador y héroe revolucionario Masaniello. Una historia de tintes políticos y románticos basada en un hecho real del s.XVII de la época del virreinato español en Nápoles, poco antes de las protestas y liberación ante la feroz imposición de la nobleza hacia el pueblo.
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Desde el inicio de la película se exhiben las facultades para el baile de Anna Pavlova que surge en una sobreimpresión sobre vegetación para pasar a estar sobre un fondo negro donde es elevada por un bailarín camuflado para parecer invisible y aportarle magia a la escena. La bailarina se presenta muy vivaracha, siempre jovial y expresiva (a veces algo sobreactuada) al ser muda, en ese poblado que vive de cara al mar en casas muy humildes con suelo de arena. La población vive aplastada por la nobleza que castiga con impuestos más severos, lo que fomenta el malestar que pagan contra el hijo del Duque de Arcos, tirándole piedras mientras huye a caballo. Esto desencadena que el hijo mayor, Alfonso, se disfrace de pobre para infiltrarse entre el pueblo con su hermano para observar in situ las terribles circunstancias de los pescadores. Allí conocerá a Fenella (la hermana de Masaniello) de la que se enamorará al instante pasando una noche de amor, pero abandonándola al día siguiente arrepentido por su inminente boda con la princesa Elvira. A partir de aquí se desencadenarán acontecimientos tumultuosos de lucha de clases por el secuestro y maltrato a Fenella y el nuevo impuesto a la fruta. El pueblo se enfrentará de forma contundente contra la nobleza, asaltando el palacio y arrasando contra todo sistema opresor.
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Asistimos a una historia real reinterpretada para que una mujer alcance mayor protagonismo, como es la chica muda y que será la causante de la rebelión social contra el virreinato napolitano. El buen hacer de Lois Weber y su equipo ofrecen distintos escenarios muy bien conseguidos como la extensa plaza y las torres donde ocurren los primeros enfrentamientos, con un decorado que remite perfectamente al s. XVII; los habitáculos de la playa y las lujosas estancias ajardinadas con estanques y sus nenúfares y numerosas salas donde se exhiben varios números de baile con aires españoles, aunque un tanto errados en temática. El lujoso y abigarrado vestuario da cuenta del gran presupuesto, así como el gran número de extras que participan en la escena del epílogo con el asalto al castillo, la orgía, catarsis y desenfreno del poder derrocado.
La directora plantea bien la estructura de la secuencia violenta y rebelde, encadenando planos generales, medios, cortos y un montaje dinámico, así como guía un desarrollo narrativo que va in crescendo poco a poco hasta desatar la rebelión. Vemos una estupenda panorámica de escenas costumbristas en la plaza al inicio, además de un trávelin por una sala en la escena del asalto a los nobles, que huyen o se esconden de forma ridícula; si bien otras adolecen de algo de teatralidad y estatismo en muchos planos fijos. Aunque teniendo en cuenta que se trata de una película de 1916, es de alabar su brío, su fuerza y presencia de escenas más dramáticas visuales como las cabezas decapitadas sobre las picas, la muerte de un bebé u otras muy sentimentales. Weber trata de sugerir la profundidad de campo en varias ocasiones para compensar otros planos más sencillos, así como sorprende con un plano cenital de un guarda borracho como ya hizo en Suspense (1913).
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El final cierra de nuevo con Fenella en sobreimpresión ascendiendo y bailando por un cielo nublado que le aporta una belleza extraordinaria. Gran película de la década, vestigio de una industria que comenzaba a despuntar con superproducciones de los estudios de Hollywood, que despegaba con el Star System y contratos escandalosos en esa lucha de las Majors por hacerse con el mejor producto y el mejor negocio posibles.
Lo que resulta más triste es que una directora de ese calibre, que ocupaba muchas páginas en las revistas de la época, que estuvo en primera línea, terminara decayendo como lo hizo hasta acabar arruinada e invisibilizada. Es hora de destapar la responsabilidad e importancia de muchas mujeres en éste y otros sectores.
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TÍTULO: The Dumb Girl of Portici. AÑO: 1916. PAÍS: EEUU. DIRECCIÓN: Lois Weber y Philips Smalley. GÉNERO: Drama. DURACIÓN: 112 min. ADAPTACIÓN: Lois Weber. PRODUCCIÓN: Universal Pictures, , Weber y Smalley. INTÉRPRETES: Anna Pavlova, Rupert Julian, Wadsworth Harris, Douglas Gerrad, Betty Schade. FOTOGRAFÍA: Dal Clawson, Allen G. Siegler, R.W. Walter.