Un servidor hizo «La mili», el Servicio Militar obligatorio para nuestros lectores más jóvenes. Corría 1981, pero en verdad tenía que haberlo hecho creo que un par de años antes pero me concedieron eso que llamaban «prórrogas», como en el fútbol, un procedimiento al que se podían acoger los que trabajábamos o tenían ciertas obligaciones y se podía dilatar algo el asunto.
Llegué poco después del 23F -ya saben, la intentona de golpe de Estado de Tejero, Armada y demás secuaces-, vamos que me escapé por los pelos del jaleo pero eso no fue óbice para que apenas nos dieran permisos para ir a casa durante los 13 meses que duró el Servicio.
Reconozco que desde entonces, en todos estos años, más de una vez he dicho aquello de «una buena mili le metía yo a este», cuando me he topado con esos chavales que responden al estereotipo del «nini», que ni estudian ni trabajan y tienen una caraja por todo lo alto.
Pero, la verdad sea dicha, que aquello más que un ejército como debiera se parecía más al ejército de Pancho Villa. Algunas maniobras militares en la que no te enterabas de nada, yo creo que ni siquiera los que mandaban, mucha instrucción -de desfilar y ya está no crean otra cosa- y poco más.
Por decir algo positivo de aquello es que a toda persona que no supiera leer y escribir se les facilitaban clases para cuando terminara el Servicio pudiera defenderse mejor en la vida. Ah, y que te podías sacar casi toda clase de carnés de conducir gratis que se convalidarían más tarde en lo civil.
Por lo demás un auténtico alarde y despiporre de fraudes y excesos en todos los aspectos habidos y por haber de la llamada vida castrense. Porque aquello era realmente eso, una forma de vida para la mayoría de los mandos menores sin apenas estudios y de los superiores de academia, aunque poco o nada aportaban también en el oficio y sin tener que rendir cuentas ante nadie.
No era para menos. El «glorioso» ejército español de aquella época era una institución prácticamente al margen de la sociedad, casi también de las leyes civiles y que había sido diseñada por el régimen franquista para vigilar a los españoles puertas adentro más que de puertas afuera.
Lo peor es que tuvieron que pasar muchos años para que aquellos tipos se fueran renovando y empezarán a perder muchas de sus numerosas prerrogativas. Por cierto que tuvo que llegar en 1996 un nacionalista catalán como Jordi Pujol para obligarle nada menos que a José María Aznar que diera al traste con el servicio obligatorio del sacrosanto ejército si quería su necesario apoyo para formar gobierno. Quién lo diría en estos tiempos que corren.
Afortunadamente el ejército se ha modernizado y profesionalizado mucho y nada tiene que ver con aquella historia de tantos favoritismos.
Pero todavía a estas alturas del metraje, en pleno s. XXI, parte de aquella vieja guardia, en general entre los de superior rango, sigue haciendo ruido nostálgicos de otros tiempos y de su estrecha visión de España y de los españoles como entonces.
Así, la pasada semana ha visto la luz en la web de la Asociación de Militares Españoles un manifiesto en el que instaba al ejército a dar un golpe de Estado para derrocar al gobierno de Pedro Sánchez y convocar después elecciones generales. Aunque no explicita si pudieran presentarse a las mismas otros nacionalistas o alguien a la izquierda del PP que a tenor de la propuesta parece del todo imposible que pudiera ser.
Ya en 2020 los mismos protagonistas enviaban una misiva al rey en la misma línea para días después articular en un chat «la necesidad de matar a 26 millones de hijos de puta». Digo yo que la cifra saldrá de todos los españoles que según ellos no sean de derechas además de catalanes, vascos, inmigrantes, refugiados, homosexuales, etc.
El problema no es ya la naturaleza de semejantes disparates sino que hoy mismo, en un ambiente de crispación tal, casi no ha habido ningún reproche con la debida contundencia del Partido Popular -a Vox ni se le espera-, al respecto. Tan solo interpelado sobre el caso su coordinador general Elías Bendodo nada más se le ha ocurrido decir «que no tiene nada que decir sobre esas cosas».
A pesar de eso no cabe la menor duda que ni al Sr. Bendodo ni a ningún responsable del PP se le pueda pasar semejante disparate por la cabeza.
Pero del mismo modo que si no condena expresamente dicho comunicado lo hace para permitir que unos desalmados y recalcitrantes nostálgicos del franquismo echen más leña al fuego a una parte de la población contra el legítimo gobierno de España.
A buen seguro que solo se trata de eso y porque de un modo u otro tienen sentado de socios en numerosos Ayuntamientos y CC.AA. a los que lanzan proclaman por el estilo día sí y otro también.
Sino no puede entenderse otro motivo por el que los populares no condenan tampoco de manera categórica el continuo hostigamiento al que están siendo sometidos los miembros del PSOE, sus sedes y Casas del Pueblo, especialmente en Madrid y al que instan directamente los dirigentes de Vox, a sabiendas de los altercados que acabarán produciendo numerosos grupos de violentos que orbitan entorno al mismo.
Curiosamente también la única persona que se ha desmarcado de estas actitudes en las filas populares ha sido la ínclita Isabel Díaz Ayuso quien sí que se ha manifestado en contra tanto de tan disparatadas propuestas de estos militares como de las acciones violentas desatadas contra los socialistas. Sin duda, una manera más de marcar su propia línea en el partido al margen de la de la cúpula del mismo.
En cualquier caso expresiones como golpe de estado, cambio de régimen, ataque a la democracia, subvertir el estado de derecho, un peligro para la democracia o fraude electoral, entre otras muchas expresiones en boca de los dirigentes más destacados del PP contra el nuevo gobierno no pueden acarrear nada bueno cuando por su derecha tienen un partido ultra nacionalista lo suficientemente fuerte, una serie de organizaciones que se posicionan abiertamente más allá de la democracia y los citados grupos, procedentes de «lo más florido» del fútbol de la capital madrileña curtidos en la lucha callejera.
Veremos a ver cómo evolucionan los acontecimientos pero mientras el PP no sea capaz de asumir su derrota en el campo electoral y sea capaz de encauzar sus reivindicaciones por las vías institucionales, sin desacreditar a las mismas como hacía con descaro González Pons hace unos días poniendo en entredicho al propio Tribunal Constitucional, va a ser difícil frenar tan peligrosa deriva.
Sin que eso le exima de poder organizar cuantas manifestaciones estime oportunas con cualquier pretexto, los populares deberían evitar tanta hipérbole con declaraciones tan estridentes y evitar ponerse a la altura de tan inestable socio, aún a riesgo de ver deterioradas sus relaciones con el mismo.
Sobre todo visto la facilidad de este último para incendiar las calles como sus homólogos europeos y como vimos en pleno directo también en el asalto al Congreso de los EE.UU. o tras la derrota de Bolsonaro en Brasil.
De hecho cada vez se parece más Madrid a Barcelona en uno de los días más encendidos del procés. Lo que son las cosas y, sin embargo, a nadie entre los dirigentes conservadores se le ha ocurrido calificar estos acontecimientos de golpe de estado y actos de terrorismo; dos acepciones precisamente convertidas en cajón de sastre por los mismos.
La pregunta que quedaría por hacernos es si en el caso de que el PP lograra la quiebra del gobierno y nos condujera a nuevas elecciones –aunque la Constitución dice que una vez superada la investidura hay que esperar un año al menos para ello-, qué es lo que tiene pensado hacer si el resultado volviera a ser el mismo.
Actualización 22/11/23: Rectificar es de sabios, aunque uno se siga considerando en esto de escribir un aprendiz, y por eso me advierte un buen amigo que el PP no fue derrotado en las pasadas elecciones generales por cuanto fue la lista más votada. No le falta razón aunque mi intención al describirlo en este artículo como tal no era tratar la expresión de modo literal. Pero a lo hecho pecho así que donde dice tal cosa corrijámoslo por «derrota parlamentaria» que, al fin y al cabo, es lo correcto.