
El tiempo del desquicie, del desorden, del sentirse como un elefante en una cacharrería.
Cacharrería ha sido siempre una de mis palabras mágicas, porque cuando me acerco a la ch mientras me aproximo a la doble rr explota en mi cabeza todo tipo de objetos con su ruido y, entonces, me sumerjo instantáneamente en ese lugar minúsculo y repleto.
Así se sienten los días previos al duelo.
Les escribí a mis amigas y a algún amigo, este mensaje: Hola, amigas, solo para deciros que Pepi ya está muy mal, no sé si la semana que viene o la próxima la voy a llevar al veterinario, está sufriendo y aunque es muy difícil esta decisión creo que es lo mejor para ella. También le escribí a su cuidadora, Carmina, la cuidadora de los viajes fugaces nunca más de cuatro noches. Quedamos el domingo, quería despedirse, darme un abrazo, verla. Preparé una bolsa con la comida para que se la llevara, guardé todos sus juguetes en el altillo del armario, todavía no estoy del todo preparada.
Ese fin de semana, por turnos, algunos amigos y amigas comimos y bebimos en casa, fue ese nuestro pequeño homenaje de despedida, hice fotos, pensé que me gustaría verlas más adelante.
Ana me dijo uno de esos días, en el desayuno, que me acompañaba a ponerle la inyección. Ana es mi AA. Le dije que lo que más miedo me daba era que se quejara en el coche, que se resistiera, Pepi odia el coche. Me dijo que si yo quería ella la llevaba: «no, quiero acompañarla hasta el final» .
Noté cómo el tic en el ojo que me acompañó de octubre a enero se ha convertido en la tos nerviosa que vuelve después de su primer ataque hace años.
Pedí disculpas torpemente por mis desquicies. Lo hice de manera desquiciada.
Mandé un WhatsApp a mi psicóloga, me dijo que la avisara, tengo permiso de duelo para escribirle fuera de horario.
Releí muy rápido el libro de Otessa Moshfegh Mi año de descanso y relajación. Fantaseé con poder estar un par de meses solo durmiendo, solo pensarlo me reconfortó.
El olor esos últimos días era cada vez menos soportable, lo aguanté estoicamente, como últimas muestras de amor. Una noche Pepi se hizo pis en la cama. La muerte nunca es limpia.
Preparé una montaña de libros. Anticipé mis lecturas del duelo.
No sé cuánto tiempo necesitaré para salir de la cacharrería.
¿Te puedo dar un abrazo?
El día X
Hace semanas que pasó. Pude quedarme hasta el final. Vino Ana y también Jose. El veterinario, Manuel, nos dejó estar con ella en una habitación mientras le hacía efecto el sedante. Pepi se durmió en mis brazos, le dije bajito “sueña conmigo”, le dije más bajito todavía “no dejes de cuidarme”.
Ese rato en esa sala Ana y Jose hablaban, yo menos, pero, también; recordé mis siestas preferidas de la infancia cuando en el salón de la abuela había más gente y yo me quedaba dormida plácidamente escuchando las conversaciones de mi tío, de mi madre. Pepi se relamía mientras se quedaba dormida escuchándonos. La echo de menos.
Firmé la baja del chip, firmé la autorización del ayuntamiento: gestor de residuos urbanos, felina, menos de 10 Kg. Pagué. A partir de aquí los primeros días son brumosos. A la mañana siguiente fui a mi médica, no pude parar de llorar desde que llegué al centro de salud: “no quieres baja, no quieres medicina, llora, llora todo lo que puedas y toma tila”, volví a casa con sus recomendaciones y el justificante médico para ese día.
Una autómata, una máquina, lágrimas, miles de ellas.
La última enseñanza de Pepi: la conexión profunda.
Durante algún tiempo he fantaseado con la idea de establecer algo que en mi cabeza se nombraba como conexión profunda. Una idea, supongo, un tanto naïf donde poder desmontar las capas del daño que van conformando las vidas humanas a lo largo de los años. Una suerte de altheia interpersonal donde se descubre lo que hay detrás de las máscaras que nos protegen, a veces del dolor y otras de la propia vida. Sin embargo, estas semanas he pensando mucho cómo en ocasiones convertimos en idealizaciones, o al menos a mí me pasa, cosas que simplemente ya son. A veces, o al menos a mí me pasa, se trata de cambiar la mirada, ¿qué pensáis?
Gracias Ana, Marta, María, Joselito, Sua, Chus, Noa, Carmina, José María, Jesús, José Luis, Pablo, Esther, Bea, Pepa, Alba, Anisa, Willi, Amets, Cris, Cristina, Sole, Anita, Ana, Mónica, Melga, Joanna, Ana, mamá, Cuñá, Gloria, Dora, Eva, Ali, Sara, Valle, Maripaz, Laura, Maca, María, Luis, May, Irene, Akane, Sofía, María Laura ,Paula, Elena, Valeria, Fernando, Anamari… por ser mis vínculos profundos, por constituir este archipiélago de la ternura y el cuidado. Un archipiélago siempre en construcción donde, a veces, hay pérdidas o distanciamientos pero aún así sigue siendo sólido y seguro; y, donde, a veces, de puro natural sin quererlo ni pensarlo se caen lo velos y nos dejamos ser y querer.
Gracias por los mensajes, por los audios, por las velas, por respetar mis tiempos, por respetar mi necesidad de aislamiento temporal, por vuestros te quieros y los “te echo de menos”, por vuestros “nos vemos en Semana Santa, ya no queda nada”, por vuestros recuerdos compartidos de Pepi, por la comida y las flores, por los “buenos días, ¿cómo estás hoy?”, por las buenas noches y los deseos de sueños bonitos, por los cuidados, por el amor y los “estoy aquí para lo que necesites”, por contarme vuestras cosas para yo olvidarme un poco de las mías. Sin duda, sois vosotros y vosotras mi conexión profunda.
Coda
En los últimos días fantaseo fuertemente con mi próxima familia animal. Dos gatas, una perra. Una pequeña comunidad de mamíferas.