¿Realmente estamos siendo víctimas de un plan orquestado desde las altas esferas para acabar con la libertad y la democracia? «1984» la legendaria novela de George Orwell publicada en 1949 que nos presenta una ficción distópica donde aparecen conceptos como los del «Gran hermano» o la «policía del pensamiento», auténticos hilos conductores de una futura sociedad totalitarista, vuelve a encabezar las ventas en las librerías de EE.UU. y hacerse un hueco entre los libros más vendidos en numerosos países.
La llegada de Donald Trump a la jefatura del país más poderoso de la tierra y la acuñación por su parte de la noción de «hechos alternativos», del mismo modo que la llamada «posverdad» se ha convertido en bandera de buena parte de la política dominante en todo occidente, está poniendo sobre la mesa demasiados paralelismos con la tétrica sociedad que nos mostraba Orwell en su novela. O lo que es lo mismo, tanto en unos u otros casos, es la verdad objetiva la que salta por los aires en beneficio de la falsedad y la mentira a través de la propaganda política. Un instrumento que viene siendo usado con cierta notoriedad desde que la ultra-ortodoxia capitalista cayera en evidencia y sus fórmulas saltaran por los aires con la crisis económica de 2007/8 y que ahora se ha convertido en recurrente ante el estropicio causado por sus recetas «austericidas» como remedio a la misma y que han acabado dando lugar a enormes desequilibrios sociales y una tan inaudita como injusta distribución de la riqueza generada a lo largo de las últimas décadas.
Cuando en Octubre de 2011 el diario ABC en su portada reproduce en toda su integridad una imagen de la violencia desatada en Roma, el único caso entre un millar de manifestaciones en las principales ciudades del mundo, y la titula «Los indignados festejan su protesta planetaria», ¿está dando un tratamiento objetivo a la verdad?. Nigel Farage, probablemente, haya sido uno de los mayores artífices del brexit en el Reino Unido al amparo de mentiras colosales como que «Europa le roba al Reino Unido 350 mill. de libras semanales». ¿Cómo ha podido caer el pueblo británico en semejante trampa? En España la precariedad laboral se ha convertido en un problema crónico para el empleo con catastróficas consecuencias tanto en el corto como en el largo plazo para el sostenimiento del estado del bienestar y de la propia cohesión social. ¿Cómo pueden entonces los responsables de ello alardear de sus políticas laborales?
Con términos similares a los discursos que estamos presenciando hoy entre significados líderes políticos de las principales potencias del mundo, basados en el nacionalismo y proteccionismo más radical, Adolf Hitler alcanzaría la cancillería germana en 1933, después de haber ganado repetidamente las elecciones pero, a buen seguro, que la inmensa mayoría de sus votantes jamás hubiera pensado que conduciría a Alemania y al mundo a la tragedia a la que los acabaría llevando años más tarde.
Es difícil creer que exista ese plan orquestado ex profeso a liquidar nuestro régimen de libertades. Pero no es menos cierto que la interpretación de este nuevo orden mundial, basado en la avaricia y la codicia más extrema, sí que está sentando las bases de un estallido social. Por eso, consciente de ello y a través de sospechosos procedimientos legales, la plutocracia dominante intenta ponerse a buen recaudo recortando derechos y libertades. Ocurre o bien levantando muros entre países, poniendo el foco de sus males en los inmigrantes por cuanto tienen de diferentes dentro de ese nuevo ardor nacionalista, mitigando las voces en contra a través de normas como nuestra consabida «Ley mordaza» o simplemente por las bravas como acaba de hacer Trump con varios medios de comunicación.
Pero que a pesar de todo se ven favorecidos en las urnas resultando elegidos de forma repetida por mucho que dieran luz al problema, gracias al uso y abuso de esa misma «posverdad» y a un recurso siempre tan útil como es el del miedo. O para colmo otros que peor que éstos acabarán agradándolo aún más y perjudicando más sensiblemente a sus propios electores.
Sin embargo, a pesar de ese futuro que cada vez parece más inminente y de tan siniestra apariencia, numerosos movimientos sociales y políticos se han ido forjando los últimos años, a lo largo y ancho de todo eso que llamamos Occidente arengados por jóvenes capaces y formados intelectualmente, que no solo han acabado sacándole los colores al sistema si no que lo han puesto en evidencia ante buena parte de la ciudadanía.
Una lucha desigual entre la omnisciencia y opulencia del poder establecido y el entusiasmo y los insuficientes recursos por parte de los jóvenes y la mayor parte de los que les apoyan desde unas denostadas clases medias. A pesar de ello las evidencias resultan tales que cada vez hay más personas que empiezan a desconfiar de las supuestas e infalibles virtudes del modelo económico actual. Precisamente es el miedo a ese estallido social ante tales evidencias y su puesta sobre la mesa por todos estos nuevos grupos de activistas y militantes, lo que está haciendo que instituciones tan apegadas al sistema e instigadoras del mismo hasta sus límites más extremos como por ejemplo el FMI estén poniendo en duda sus propias políticas de austeridad y advirtiendo del peligro del aumento de la desigualdad social en progresión geométrica, tal como viene ocurriendo desde que se desatara la crisis. Incluso resulta curioso ver a un personaje tan aparentemente engreído como Cristóbal Montoro quejarse de la pírrica aportación de las grandes empresas españolas a la hacienda pública, favorecidas por sus incontables deducciones fiscales.
En definitiva, quizá estemos a solo unos pasos de esa sociedad orwelliana que desarrollara el escritor británico en «1984», pero quizá tengamos también el mismo tiempo para evitarlo.
Toda la presión mediática a Trump es mero ruido. Se le acusa de querer echar a los inmigrantes, de querer levantar muros fronterizos y se le tilda de poco menos que tirano, pero lo gracioso es que en nuestra querida Europa ya tenemos de eso. No en vano son famosamente conocidas las concertinas, las devoluciones en caliente y los centros de internamiento de inmigrantes ilegales. Pero, como siempre, los medios de comunicación atienden a sus amos y repiten lo que se les ordena, ya sea sembrar la confusión o ahogar el canal de información con medias verdades.
Temible el ritmo que llevamos y desconozco en qué acabará, pero no soy optimista. Aunque no me gustó la película Elysium, quizá vayan por ahí los tiros. Magnífico artículo como siempre.
Hay dos cosas que son evidentes. En lo que respecta a Trump, él lo que está haciendo es cumplir su programa. Al fin y al cabo los que le votaron le votaron por eso. Hay quien creería que cuando llegaría a la Casa Blanca se retractaría de alguno de sus disparates pero, al contrario de lo que estamos acostumbrados por estas lides, nos guste o no, es que el tipo está cumpliendo lo que dijo. No lo olvidemos, insisto, A Hitler lo votó el pueblo y cuando hizo lo que hizo, incluso este llegó a ponerse de perfil y a mirar a otro lado.
Por lo que respecta a lo del muro, pues claro que hay más muros. En Ceuta y Melilla, sin ir más lejos. O en Palestina o en… hasta el propio Mediterráneo se ha convertido en otro muro además de un reguero de cadáveres. Cada uno lo justificara a su manera pero los muros ahí están y sirven para lo que sirven: para que algunos no puedan pasar.
Un saludo.