«Los más obstinados suelen ser los más equivocados, como todos los que no han aprendido a dudar»
Samuel Butler (novelista) (1835-1902) Novelista inglés.
A fuerza de ser sincero que no me gusta nada el tema del artículo de hoy. Pero es que resulta tan difícil contenerse ante tantos excesos que no he podido evitar, muy a pesar mío, dedicar unos cuantos párrafos a ello.
Si un servidor fuera Pedro Sánchez –líbreme Dios-, a la mañana siguiente de haber presentado los criterios y plazos para lo que se ha dado en llamar «la desescalada» hacia esa otra «nueva normalidad» que nos va a permitir el condenado coronavirus hasta que haya una vacuna o un tratamiento que lo detenga, me habría quedado aún más acojonado de lo que ya de por sí merece el asunto.
Digo esto porque según parece muchos representantes de la Comunidades Autónomas, no sabemos si en base a los criterios de sus respectivos comités científicos o del imaginario de sus responsables, han expresado su disconformidad en todo o en parte con las medidas adoptadas, con toda una variopinta serie de matices en cuanto a territorios, índices, criterios y demás cuestiones.
Lo que viene a decir que cualquier otra cosa que se hubiera o hubiese hecho, dicho o propuesto, hubiese sido criticada igualmente con la incapacidad práctica de satisfacer a todo el mundo. Ni que decir, a la vista de ello, la imposibilidad de poner a todos de acuerdo.
O lo que es lo mismo que nadie tiene ni la más puñetera idea de qué hacer con el bicho, cómo volver a la normalidad, con qué garantías y no se atreven a reconocerlo y menos aún a decirlo. Aunque de esto último librémonos también porque todavía daría más cancha a los que le importa un carajo el virus si no es solo para para sacar rédito del mismo.
La verdad que uno que no sabe nada de epidemiología, virología, gestión de pandemias y demás cuestiones de índole sanitarias, muy al contrario de toda esta nueva suerte de retóricos advenedizos de toda índole que inundan los medios de comunicación y las redes sociales, carezco de tantas certezas que casi estaría por decir que no le falta razón a cada uno de nuestros líderes autonómicos e incluso al propio presidente del gobierno. Y de hecho que a buen seguro del dicho al hecho aún quedará un buen trecho por el que entre todos acabarán modelando el camino. O eso al menos es lo que cabría de esperar, mucho más allá de seguir tirándose los trastos a la cabeza.
Pero lo que sí sé es mirar mucho más allá de un post de Facebook, una cadena de WhatsApp o los no sé cuántos caracteres de un tweet. Dicho esto sin la más mínima intención de molestar a todos aquellos que no se han vistos abducidos por el lado más oscuro de las redes sociales, el mismo que a base de contar mentiras ha llevado a la cima del poder a tipos como Jair Bolsonaro y Donald Trump.
Así, rebuscando e investigando sin tampoco mucho profundizar, resulta que la tan cacareada desescalada vamos a afrontarla más o menos en los mismos tiempos y de las mismas o parecidas maneras que el resto de países de nuestro entorno, algunos tan pocos sospechosos como Francia, Italia o Alemania.
Y hablando del caso alemán, en una entrevista concedida por Christian Drosten, asesor científico de Ángela Merkel para esta crisis –que digo yo tampoco deberá tratarse de un peligroso extremista-, manifiesta sin tapujos las mismas dudas que el resto de sus colegas en todo el mundo desarrollado. En cuanto al maldito virus, la forma de tratarlo, la idoneidad en el uso de los test, la susodicha desescalada, los riesgos que va a comportar la misma, su temor a los rebrotes por una descoordinada actuación de los responsables públicos, de los propios ciudadanos y, faltaría más, la insostenible presión de la economía:
«En Alemania, la gente ve que los hospitales no están abrumados y no entienden por qué sus tiendas tienen que cerrar. Solo miran lo que está sucediendo aquí, no la situación en, digamos, Nueva York o España. Esta es la paradoja de la prevención, y para muchos alemanes soy el tipo malvado que está paralizando la economía. Recibo amenazas de muerte, que paso a la policía. Más preocupantes para mí son los otros correos electrónicos, los de personas que dicen que tienen tres hijos y están preocupados por el futuro. No es mi culpa, pero esas me mantienen despierto por la noche.».
Ya sabemos que todo este despropósito en que se ha convertido la política española viene de lejos por tantos y tantos motivos que no vienen ahora al caso de este artículo pero de los que hemos hablado en otras ocasiones y a buen seguro que lo seguiremos haciendo más veces. Aunque jamás, en las actuales circunstancias, cabría creer que pudiera haber llegado a semejantes extremos.
El gobierno actual aunque voluntarioso ha cometido numerosos errores, entre otros que no solo se trata de escuchar a los representantes autonómicos en un estado cuasi federal como es España sí no al menos que tengan debido conocimiento también antes de cualquier toma de posiciones que les afecte y con el debido derecho a la réplica. Aunque eso resulte tan difícil con el clima político actual y la premura que exigen los acontecimientos. Ahí es donde cuenta la honesta implicación de todas las partes que es donde nos asalta precisamente la duda.
En cualquier caso Sánchez debería empezar a darse cuenta que si quiere mantener un gobierno estable, con todo lo que queda por delante, necesitará de algo más que buenas palabras y buenas intenciones y eso pasa por dar la oportunidad a los que le apoyaron en la investidura y a las autonomías de ser algo más que meras comparsas en la crisis y en la legislatura.
A pesar de eso resulta irremediable que se sigan cometiendo errores no ya sólo por la excepcionalidad de la situación o, como decíamos no hace mucho, por ese mal endémico del que gobierna que es la soberbia, sí no por la incansable ferocidad de sus adversarios empeñados en mantenerlo contra las cuerdas y sin el más mínimo respiro desde el mismo día de su nombramiento.
Los mismos que intentan aprovechar una crisis de proporciones terroríficas de la que nadie tiene el debido manual de instrucciones y con un sistema sanitario sumamente deteriorado en las últimas décadas, con miras a explosionar el gobierno de coalición, que el PSOE vuelva al rebaño del neoliberalismo rampante para que nada cambie y todo siga igual que siempre. Como si eso fuera la panacea y sin haber aprendido la lección. Rozando si cabe hasta lo suicida en lo referido a la lucha contra el coronavirus:
«No queremos una vida diferente a la que teníamos, queremos la misma. (…) Le pedimos al Gobierno que nos devuelva la vida que teníamos antes del 14 de marzo». Cuca Gamarra (PP) ante el Ministro de Sanidad (30/04/2020)
Peor todavía en el caso de la señora Gamarra cuando su partido pretende declinar con la mayor desfachatez la deficiente gestión que ha hecho de la sanidad pública en las Comunidades donde gobierna –alguna desde hace décadas-, una competencia exclusiva de las administraciones autonómicas y de la que ahora vemos sus consecuencias.
La verdad que a uno le está resultando cada vez más difícil digerir la actualidad política. Lo de Sánchez y sus complicidades de boca chica, las mismas con las que Casado le brinda una mano mientras con la otra le torpedea de forma inmisericorde y una impudicia inusitada.
Tan impúdica como incomprensible acusando una y otra vez al gobierno de los mismos errores que él y su propio partido han venido cometiendo hasta la declaración del Estado de Alarma, restando importancia a la sucesión de acontecimientos que se iban produciendo y sin que en ni un solo momento interpelara al gobierno al respecto. Alentando incluso a la participación en actos multitudinarios y con la absoluta seguridad que con mayor conocimiento que el resto de mortales interesados por lo que sucede en el mundo.
Cometiendo los mismos fallos que el que suscribe este puñado de textos que nunca creyó fuéramos a ser los protagonistas de semejante película de ciencia ficción, a pesar de estar al tanto de lo que estaba pasando y de las advertencias de la OMS.
Por cierto una OMS que sirve de evasiva, para bien o para mal, según interese o no. Una organización a la que cuesta adivinar que una dictadura tan soberbia, cruel y oscurantista como la china le diera manga ancha para investigar en su país los rastros de la enfermedad. Si a estas alturas todavía no sabemos cuántas personas fueron masacradas por los sucesos de Tiananmén y de eso van más de 30 años, cuesta mucho creer que las autoridades chinas hayan dicho toda la verdad a la OMS y la comunidad internacional sobre la epidemia. Dicho esto sin entrar en teorías conspiranóicas de cualquier tipo.
Volviendo al tema que nos ocupa la verdad que uno que gusta de seguir la actualidad internacional no he encontrado en ningún país de relevancia como el nuestro ese grado de verborrea violenta y temeraria en el primer grupo de la oposición, por mucho que puedan haber arreciado las críticas contra el gobierno de turno, como es el caso de los populares españoles. Ni siquiera en EE.UU. con un excéntrico prepotente como Donald Trump al frente.
Y tampoco, salvando el caso de Vox pero eso es otra historia, he visto u oído en cualquier otro grupo parlamentario español, por muy crítico que haya sido con el gobierno, las formas esgrimidas por el que así mismo se autodenomina partido de estado como es el Partido Popular. Lo que debe resultar una labor agotadora para los populares lanzando continuas y procaces soflamas a cualquier decisión del gobierno y vuelta a lo mismo cuando este decide cambiarla.
Digo yo que, ante la mayor crisis sanitaria de escala planetaria de los últimos cien años y con la más que segura extraordinaria crisis económica que se nos viene encima, no estaría de más que el principal partido de la oposición y responsables políticos varios hagan una crítica constructiva del asunto, sepan ser humildes, que así se lo apliquen al gobierno si está falto de ello y que de una maldita vez insuflen esperanza a los ciudadanos y dejen de esparcir tanto odio y crispación entre los mismos.