En alguna ocasión nos hemos referido al exceso de ruido en la política española. Desde que José Mª Aznar diera el pistoletazo de salida a la crispación y la política de trincheras con aquel «márchese Sr. González», la política en este país ha sido un ir y venir «a degüello», entre unos y otros.
Lo peor de todo es que poco haya importado una crisis económica como la de 2008, ni siquiera una pandemia con millones de víctimas en todo el mundo, una guerra más de por medio en suelo europeo, una deriva inflacionista incontrolada o una sequía con una ola de calor incluida a cuentas de un cambio climático que cada día parece más irreversible y cuyas consecuencias van a resultar dramáticas para la vida en la Tierra.
Para colmo una crisis energética provocada en buena parte por la voracidad de unas multinacionales que gracias a una legislación extraordinariamente favorable para las mismas están multiplicando y exhibiendo de manera impúdica sus beneficios tras la pandemia y a las que, de paso, la guerra de Ucrania les está viniendo como anillo al dedo.
España, como el resto de países de su entorno, está sufriendo todo este estropicio de manera irremediable y no es que haya siquiera un mínimo consenso entre las fuerzas políticas más representativas, sino que estas se siguen tirando los trastos a la cabeza con la misma naturalidad de siempre y, salvo contadas excepciones, dejando de lado los problemas de la gente.
Luego vendrán los pesares. En EE.UU. hay ya quien advierte de la venida de una especie de República de Gilead si Trump o alguno de sus secuaces recupera la presidencia. No sabemos si dado el caso llegará a ese extremo pero que de cualquiera de las maneras daría más alas a los ultranacionalistas europeos, no cabe la menor duda. Y la historia es bastante explícita al respecto.
Por el momento, por estos lares, una neofascista confesa, Giorgia Meloni, es la máxima favorita a ganar las elecciones este mismo mes de septiembre en un país de la importancia y trascendencia para la U.E. como es Italia y en Noviembre Joe Biden podría perder la mayoría en el Congreso estadounidense con lo que los republicanos le harían el resto de su mandato extraordinariamente difícil. Atentos.
Del gobierno
La verdad que el primer gobierno de coalición desde el regreso de la democracia, lo primero que ha puesto en evidencia es que esta aún no ha superado en España la adolescencia. El mero hecho de que la oposición lo bautizara como «gobierno Frankenstein», ya es sobradamente indicativo de ello. Aun siendo la fórmula más habitual en Europa y en algunos de los países más avanzados socialmente del mundo desde tiempos pretéritos.
Tampoco en lo que respecta al PSOE que, como era de esperar vista su trayectoria, pretende seguir campando a su antojo sin tener en cuenta a su socio de coalición y menos aún al resto de fuerzas políticas que sostienen su minoría parlamentaria.
Tal es el caso del anunciado incremento del gasto en defensa, de fiascos del calibre de su cambio de orientación en la cuestión del Sahara y otros tantos de los que han tenido conocimiento sus presuntos socios antes por los medios de comunicación que por los propios responsables del PSOE en el gobierno.
No es menos cierto que tampoco se puede decir que la legislatura haya sido un camino de rosas ya que el gobierno ha tenido que enfrentarse, nada más llegar a la Moncloa, con una pandemia sin precedentes desde hace más de un siglo y cuando todavía no había amainado del todo esta, como relatábamos al principio, todo un reguero de dificultades extremas que han puesto patas arriba todo el planeta.
Por eso se hace todavía más incomprensible que el PSOE haya seguido yendo a su aire, tomando decisiones y pasando por encima de sus colaboradores teniendo que echar mano, día sí y otro también, de eso que ha dado en llamar la geometría variable parlamentaria.
Menos disposición todavía con una oposición encasillada en el «NO», desde el inicio de la legislatura y que en lo único que ha cambiado con respecto a Casado el nuevo líder popular Núñez Feijoo es el volumen de la escandalera.
Pero a pesar de todo no estaría de más, en estos duros tiempos que corren y aún a sabiendas de la respuesta, que pusiera en conocimiento previo también a los populares sus iniciativas y propuestas antes de aparecer estampadas en el BOE en cuestiones de especial trascendencia.
Bien es cierto que, como hemos referido también en repetidas ocasiones, ni Pedro Sánchez ni el PSOE se encuentran a gusto en una coalición de izquierdas, por cuanto esta solo fue su última opción para formar gobierno ya que la primera fue resultas de un primer acuerdo con un ultra liberal y nacionalista conservador como Albert Rivera, por aquel entonces líder de Ciudadanos.
Una prueba definitoria de las capacidades de prestidigitador del actual presidente del gobierno.
Del trabajo y el empleo
Sin embargo y a pesar de sus conocidas reticencias al respecto ha sido gracias a sus socios de coalición, aún sus defectos y virtudes pero más prestos cara a la ciudadanía que a los fuegos de artificios habituales de la política, los que le vienen salvando el trasero desde entonces.
Sobre todo en materia laboral que, al fin y al cabo, viene a ser el pilar fundamental que determina el nivel de vida de los ciudadanos de un país, por cuanto su capacidad de ahorro y gasto.
Así, en los últimos cuatro años el SMI ha pasado en España de unos raquíticos 858.60 € a los 1.166.70 €, que pretende seguir subiendo la ministra de trabajo, antes de que acabe la presente legislatura, hasta alcanzar ese 60 % del salario medio que recomienda la Comisión Europea.
Algo tan importante como inimaginable hasta hace bien poco en un país que se ha caracterizado históricamente por ese «modelo intensivo laboral de salarios bajos», tantas veces referido.
Tanto es así que ante un problema que viene reproduciéndose cada vez con más insistencia como es la falta de trabajadores en determinados sectores, hasta directivos de algunas asociaciones de hosteleros, el mejor botón de muestra en un país donde el turismo resulta determinante, reconocen abiertamente que uno de los motivos que dificulta la contratación de camareros es la extraordinaria precariedad a la que se somete a los mismos con contratos de cuatro horas y jornadas de doce en muchos casos.
No obstante la patronal que ya en el mes de mayo pasado se levantó de la mesa de la negociación colectiva tras negarse a incluir una cláusula de revisión salarial, en la que ni siquiera se pedía una recuperación inmediata con respecto al IPC, algo que debería quedar fuera de discusión en las circunstancias actuales con una inflación fuera de control, ya ha advertido que se opone a un nuevo incremento del salario mínimo.
Aún con sus omisiones, el ministerio -esta vez con el beneplácito de la CEOE-, también ha rematado una reforma laboral que fagocita en buena parte la temporalidad, otra perversión del modelo laboral español. En la cocina un Estatuto del Becario que dignifica la situación de los mismos, tal como vienen advirtiendo también desde hace años las instituciones europeas, así como una reforma en el ámbito del empleo de la formación profesional.
Un nuevo Estatuto de los trabajadores en la recámara actualizado a los tiempos o la participación de los trabajadores en las decisiones de las grandes empresas, tal como ocurre en otros países europeos.
Además, el desarrollo de los ERTE durante la pandemia ha permitido salvar millones de puestos de trabajo, por el contrario a lo que sucediera en la crisis de 2008.
A vuelta del verano volveremos a encontrarnos con la histórica confrontación ideológica a costa de la negociación colectiva y la subida del SMI. O lo que es lo mismo entre los que pretenden que los paganos de esta crisis sean los mismos de siempre –las rentas medias y bajas-, y las élites que deberían aflojar alguna vez de vez en cuando. Sobre todo cuando son los beneficios los que han disparado la inflación en este caso y no precisamente los salarios.
Año electoral
Por lo general en el resto de Europa y en situaciones de crisis como la actual los electores prefieren lo conocido hasta la fecha que los cantos de sirena de los grupos opositores. Sobre todo si estos han manifestado una oposición frontal a las acciones del gobierno y nadan contra corriente respecto las propuestas de la Unión Europea, como es el caso de nuestro país.
De hecho todos los analistas coinciden que el éxito de Scholz en las últimas elecciones alemanas se debe a que el electorado lo ve como un sucesor de Angela Merkel, a pesar de militar en partidos a priori contrarios, pero que han sido fruto de la colaboración entre ambos estos últimos años.
Sin embargo, en España parece que esa regla no se cumple y no en vano es lo que sucedió durante la crisis de 2008 con el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero que acabó dando la mayor mayoría absoluta de su historia al PP.
En cualquier caso el principal problema del gobierno y que le ha hecho retroceder en las encuestas radica precisamente en lo que dicta el título de este artículo: el ruido.
Además de la prepotencia manifiesta del PSOE en su modus operandi, el continuo ruido entre el mismo y sus socios. El enfrentamiento público y notorio antes y después de cualquier proyecto de ley, la redacción de una norma cualquiera o tras cualquier tipo de propuesta.
Por último su probada incapacidad para saber transmitir en la forma debida a la opinión pública sus aciertos, aunque es evidente que en un contexto como el actual, con los precios disparados y con una oposición que usa todo ello como arma arrojadiza y que domina ampliamente la cobertura mediática, es difícil hacerlo.
Estamos a las puertas de un año electoral –municipales y autonómicas en primavera y generales en otoño-, donde va a decidirse buena parte del futuro de este país y de no mediar remedio no sería la primera vez que acabara cayendo un gobierno que cuenta con mejor beneplácito allende de sus fronteras que puertas adentro de su propio país y que ha acometido reformas trascendentales para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos.
Por el medio los presupuestos del estado para 2023, una auténtica prueba de fuego para el gobierno y sus compañeros de viaje y con elecciones a la vista. Un fenómeno que hasta ahora no se había dado en España y veremos a ver cómo se resuelve.
Esperemos que de la mejor manera, porque aún queda mucho, pero que mucho por hacer.
La oposición
Quien suscribe estas peroratas, ha nacido y reside en Badajoz, una ciudad con una población estable de unos 150.000 habitantes y que es gobernada por el PP desde hace la friolera de tres décadas. Si no recuerdo mal, dicho de forma más vulgar, la capital de provincias más «pepera» de España y que, a tenor de las previsiones, lo va a seguir siendo tras las municipales de la próxima primavera.
A pesar de las continuas críticas a su gestión por buena parte de pacenses, el éxito popular se ha basado durante todos estos años en dos pilares fundamentales. El primero de ellos hacer recaer en terceros todos los problemas de la ciudad. Desde el ente autonómico al gobierno de la nación, pasando por la Diputación Provincial y el resto de instituciones.
Incluso en sus propios vecinos, haciéndoles responsables de la falta de limpieza de la ciudad, sus calles, plazas, parques y jardines y su generalizado deterioro.
En segundo lugar haciendo suyas las infraestructuras y demás obras y servicios de la ciudad que no son competencias del ayuntamiento pero que tan hábilmente publicitan en cada proceso electoral.
Otra cosa es el resultado de esa batalla cultural que libran desde hace generaciones los que anteponen el individualismo que parece arraigar por estos lares frente al bien común, pero esa es otra historia que daría para hacer correr ríos de tinta y de la que a buen seguro volveremos a tener ocasión de hablar en otro momento.
El caso, más o menos, es que esa es la estrategia del PP no solo en Badajoz sino en otra escala a nivel nacional. Así los populares, ahora de la mano de Núñez Feijoo, mantienen una extraordinaria capacidad de persuasión para responsabilizar de todas las fallas del sistema económico vigente y en el contexto actual al gobierno de la nación, como en su día hizo con Rodríguez Zapatero.
El Partido Popular ni siquiera se para en mientes contraviniendo decididamente las recomendaciones de los diferentes organismos internacionales y, en especial, la propia Unión Europea, por mucho que este comandada por un miembro de su propio grupo político, el PP Europeo, como es Úrsula von der Leyen; una vez haya decidido la Comisión actuar de forma antagónica a como lo hiciera en la crisis de 2008 y en la línea del actual gobierno de España.
Pero funciona y si a eso le añadimos el total del trasvase de votos, en la práctica, del extinto Ciudadanos –de ahí los adelantos electorales en varias CC.AA.-, blanco y en botella. Hasta colocarse como el máximo favorito ante los comicios que devengará el presente curso político.
Máxime al reducirse a dos opciones la derecha española mientras se multiplican las siglas en todo lo que queda a su izquierda. Otra cosa que está por ver, es lo que dará de si Yolanda Díaz y su proyecto de unificación de esa parte del espectro político hispano que buena falta le hace y no debiera desestimar ante el buen oficio de su ministerio.
En definitiva, la consolidación de Núñez Feijoo manteniéndose en la misma línea política de su antecesor Pablo Casado, sin propuestas de calado pero de forma mucho menos ruidosa, está sirviendo de paradigma de una estrategia que podría decirse tiene por objetivo ver pasar delante suya el cadáver de su enemigo, abatido por toda esa serie de desatinos declarados en la esfera internacional.
Sin embargo, si bien ofrece muchas similitudes con la que utilizó Mariano Rajoy en el caso de Rodríguez Zapatero, las circunstancias son muy diferentes a las de entonces. Entre otras cosas porque las medidas que aplicó en su día este último para hacer frente a aquella crisis iban en contra directamente de la ciudadanía, todo lo contrario a lo que está ocurriendo en la actualidad.
La estrategia
Precisamente es ese mismo ruido que da pábulo a este artículo el que de manera inversamente proporcional perjudica al gobierno de Pedro Sánchez y, sin embargo, beneficia en su caso a Díaz Ayuso y a su polémico mentor, Miguel Ángel Rodríguez, que ejerce a modo de místico Rasputín sobre la misma.
Una china en el zapato para su propio partido que no en vano le costó la presidencia a Pablo Casado y ahora le sigue marcando el paso a Núñez Feijoo.
Le ha ocurrido recientemente con el decreto de ahorro energético presentado por el gobierno al que se ha opuesto el líder gallego, aun cuando trasladaba las medidas manifestadas por él mismo sólo unos días antes de que viera la luz este. El motivo: los exabruptos y amenazas expresadas por la lideresa madrileña.
Una airada y triunfal Díaz Ayuso, al menos por el momento, de esa citada batalla cultural entre aquella sociedad de la edad de oro del capitalismo que propició el estado del bienestar y esa visceral que ella tan magníficamente representa y alimenta, empeñada en reducirlo a su más mínima expresión en el éxtasis de su apología del individualismo.
De ahí su continuo desprecio por el bien común que expresa tan categóricamente mediante la privatización de los servicios públicos, el menoscabo de la enseñanza pública -siendo la C.A. que menos se gasta en sanidad y educación por habitante-, o con sus prácticas de dumping fiscal.
Lo que, muy a pesar suyo, no le exime a Madrid de ser la Comunidad que más aporte al resto del estado, como no podía ser de otro modo, por cuanto concentra las mayores y más numerosas rentas del país.
Por su parte Feijoo, más comedido cara a la galería, prima en su plan una táctica similar a la que utilizara con tanto provecho en las elecciones gallegas de 2009. Ofrecer acuerdos al gobierno para luego hacerlos imposibles culpando al mismo de ello. Sin embargo, Galicia tiene sus características propias que no son aplicables a otros territorios.
Otra habilidad, su asombroso tacto para decir una cosa y acto seguido la contraria según la dirección en que sople el viento en cada instante. Lo que si bien deteriora el pulso de la izquierda con el carácter crítico sus electorado, en el caso de los conservadores y más especialmente en el de Núñez Feijoo pasa más fácilmente desapercibido.
En cualquier caso, negarse a todo –o casi, sobre todo a lo más relevante-, por el mero hecho de que lo proponga el gobierno de turno, como viene ocurriendo repetida y alternativamente entre PP y PSOE según sea el papel que les corresponda en cada caso desde que la crispación y la polarización se asentaron como modelo de estrategia política en España, perjudica de manera muy sensible a la ciudadanía.
Peor todavía durante la presente legislatura cuando el PP, al margen de las formas con que Pedro Sánchez encara muchas de sus propuestas, se opone sistemática y reiteradamente a medidas que, aunque puedan ser mejorables, resultan claramente positivas para el pueblo.
Apostarlo todo a fomentar el odio contra Pedro Sánchez, recurriendo una y otra vez a la confrontación, promoviendo acuerdos con una mano mientras lanza dardos con la otra, al independentismo catalán, a la banda terrorista ETA, al uso indebido del Falcon o anécdotas como las de «la corbata» y comparando a Unidas Podemos con los soviets de Stalin o el peor de los demonios veremos a ver cuánto le dura.
Pero, parece que de momento la táctica funciona. A lo más ha enfatizado entre líneas Feijoo una posible alianza PP/PSOE. A buen seguro con la clara intención de anular al resto de formaciones del mapa parlamentario asegurándose así que nada cambie y todo siga igual.
Pero para eso habrá que esperar no a este sino al siguiente curso, y de aquí entonces, todavía queda mucha tinta por gastar.