Frondas tiernas y bellas
de mi plátano amado,
¡que os favorezca el destino!
Que truenos, relámpagos y tempestades
no turben vuestra querida paz,
ni os logre profanar el viento del sur.
Nunca fue la sombra
de una planta,
más querida
y amable.
(Ombra mai fú, Xerxes, de G.F. Haendel, 1738)
La imagen embellecida, idealizada, de las cataratas de Iguazú inicia la última película del director chileno Sebastián Lelio (Navidad, La sagrada familia, Gloria), fotogramas espectaculares de una maravilla de la naturaleza sobre las que la imagen va desapareciendo producto del vapor y agua en suspensión generado por la caída de las propias cataratas. De esa niebla, de ese vapor, de esa cortina que impide la visión, se intuye, va cobrando forma, termina sobreimpresionándose completamente, el título de la película.
Una imagen lírica, relajante, espectacular, muy alejada de lo que Lelio va a ir contando a lo largo del metraje pero que resume, de manera esencial y muy conseguida cuál es y cuál va a ser la realidad de Marina (Daniela Vega) a lo largo de toda la historia. Una película que concluye con el personaje de Marisa, definido, centrado, rotundo, cantando el aria transcrita al principio del comentario, nunca una sombra fué más querida, porque Marisn emerge de un mundo de sombras, como el propio título, para reafirmarse como mujer ante una sociedad dispuesta a anularla continuamente como tal, emergiendo con timidez, con pudor, pero terminando por reaccionar a tanto odio y repulsión concentrada contra ella de la manera más sublime y reivindicativa.
Marina es el personaje que soporta de manera singular la complejidad del relato de Lelio y Maza, Daniela Vega asume el reto importante de permanecer continuamente en pantalla a partir del minuto 5 de película para no volver a abandonarla. La presentación es harto elocuente porque todo parecería indicar que el centro, el núcleo de la historia, va a girar sobre el omnipresente caballero que protagoniza esos primeros minutos, hasta que hombre y mujer se reúnen para celebrar un cumpleaños, el de Marina, beber, divertirse y amarse.
Hasta ahí nada anormal para una pareja común de cualquier país occidental, los problemas surgen cuando en mitad de la noche, Orlando se siente mal, se desorienta, cae por las escaleras y tras ser llevado por Marina a un hospital, fallece con las heridas propias de una caída víctima de un aneurisma fulminante. Lo que fue un día de celebración en una casi recién inaugurada convivencia tras casi un año de relación, se torna en un calvario permanente para la mujer, obligada a desnudar su intimidad a cualquiera que se cree con derecho a juzgar, a moralizar, a cuestionar el comportamiento ajeno que a nadie incumbe, un incidente de la vida diaria se transforma en todo un juicio social sobre un comportamiento libremente escogido, deseado y llevado a cabo.
Porque el problema de Marina es que es una mujer con cuerpo de hombre, éste es el núcleo de la historia y el padecimiento de un personaje complejo, resistente, luchador e invencible que se va transformando en una mujer fantástica conforme pasan los minutos, y se va transformando a nuestros ojos, no por ejemplo a los del fallecido Orlando, o su hermano Gabo (pequeña pero solvente interpretación de Luis Gnecco), único exponente de un humanismo protector en medio de una jauría implacable, quienes sí reconocen y reconocían la valía y entereza de la mujer. La transformación ante nosotros del personaje de Marina obedece a su salida del mundo de las sombras, ese mundo nocturno al que parecería que la sociedad «bienpensante» de Santiago pretende reconducir a aquellos que sienten y viven su sexualidad de manera diferente. Marina surge con nosotros porque siguiéndola día tras día comprobamos su rutina y también su determinación, su necesidad de afecto, su búsqueda de salvavidas momentáneos con los que reflotar.
Frente a quienes le niegan la normalidad nosotros descubrimos a una mujer de verdad pese a quien pese, consecuente con sus sentimientos y con la necesidad de despedirse de la sombra de Orlando. Hay dos líneas muy definidas en el cine chileno que nos llega, amén del reconocimiento a la Araucaria, la preservación y reivindicación de lo indígena, convenientemente oculto y perseguido en el Chile postcolonial también, como son el cine directamente dirigido a revelar las caras ocultas de connivencia con la dictadura sanguinaria de Pinochet, y el cine destinado a radiografiar la realidad de la sociedad chilena y su conservadurismo, y pocas veces mejor que adentrarse en la identidad sexual del que actúa contra los designios de la mayoría para apreciar cómo el cuerpo social permanece anclado en la homofobia (como ocurría en «Joven y alocada»).
Marina no aparece así muy distanciada de Gloria, la protagonista de su anterior película, son dos mujeres que han decidido comportarse de manera inexplicable para la mayoría de la sociedad y que, en ese comportamiento, provocan el rechazo por no ocultarse, por no avergonzarse de ser mental y sexualmente libres, y para las que la música supone el mayor momento de desinhibición en público, un «soltarse la melena» para ser quienes realmente quieren ser (musicalmente, y es una lástima la ceguera del distribuidor en España cuando no subtitula las canciones, la película también utiliza el mecanismo empleado en «Gloria» para definir a su personaje).
Y no conviene confundir Una mujer fantástica con una reivindicación del movimiento LGTB, ni mucho menos, si reivindica algo, reivindica la libertad del individuo para ser, sentir y comportarse como quiera. En el momento, a mi juicio, menos conseguido de la película, que es el segmento en que Marina es tratada como una potencial delincuente, o víctima, sexual, bien por dedicarse a la prostitución o por haber agredido al fallecido antes de la muerte en medio de un comercio violento, sin embargo se define a la perfección, aunque sea exagerando y falseando la realidad de un procedimiento penal, el acoso al que el poder público, de manera tanto consciente como inconsciente, puede someter a una persona por el solo hecho de ser diferente. La negativa a aceptar su condición de mujer por parte de un carabinero, el reproche moral que lanza el médico de urgencias, la violación de la intimidad que implica desnudarse delante de extraños revelan la cantidad de prejuicios que han de cambiar aún en el mundo que consideramos más civilizado.
Metáfora muy evidente y demasiado remarcada, pero visualmente muy bella, Marina ha de andar contra un viento creciente, casi contra un huracán que le impide avanzar y que la obliga a lanzarse hacia delante para permanecer anclada en el mismo sitio. La asfixia social que sufre esta mujer es tan fuerte que toda su lucha y su esfuerzo agotador van dirigidos a poder permanecer en el mismo sitio, al menos conseguir un mínimo espacio de reconocimiento a su condición de mujer, de amante, de persona entregada a un hombre querido cuyo entorno quiere borrar toda evidencia de su existencia por considerar ese último año de vida un estigma familiar fruto de una perversión de la que Marina sería culpable. Durante un año la familia ha eludido el contacto con Orlando por su opción sentimental abandonando a su esposa y una hija pequeña, una vez muerto hay que borrar el pasado reciente y ocultar la existencia de Marina, pero ella no se va a dejar porque es una mujer fantástica.
Ficha técnica
[…] 4 de mayo: Una mujer fantástica (Sebastián Lelio) […]