«Yo no digo que lo pasado sea lo mejor. Digo que el capitalismo en su momento fue naciente, pero ahora es insostenible. La mejor definición de su decadencia la dio Bush. Dijo: He suspendido las reglas del mercado para salvar al mercado. Es decir, el mercado es incompatible con sus propias reglas».
José Luis Sampedro (Escritor, humanista y economista español. 1917-2013).
La economista búlgara Kristalina Georgieva se ha estrenado como directora del FMI con unas declaraciones que se diría pueden marcar un cambio de rumbo en las estrategias del hasta ahora uno de los organismos que con más ahínco ha defendido la ortodoxia capitalista en las últimas décadas. Si bien es cierto que Christine Lagarde, su antecesora en el cargo, ya había dado síntomas de lo mismo en los últimos tiempos avisando de la necesidad de reducir los desequilibrios Georgieva ha ido un paso más allá advirtiendo sin ambages que es necesario colocar «el bien común en el centro de la gestión pública».
Con esto no es que pretendamos decir y menos aún creer que una institución como el FMI que en las últimas décadas ha estrangulado a la población de numerosos países al dictado de las tesis neoliberales, vaya a gozar de tan sensible cambio de rumbo pero no es menos cierto que si hasta la ínclita Christine Lagarde ya advertía de la necesidad de un cambio de premisas ante un modelo tan radical que ha acabado provocando sucesivas crisis económicas e incluso previsiblemente otras venideras, las palabras de la nueva directora nos permiten ser algo menos pesimistas de lo que hemos sido hasta ahora.
Que el capitalismo se ha impuesto como patrón a seguir en la economía mundial es innegable y salvo sucesos de proporciones casi podrían decirse apocalípticas, hay que asumir que eso no va a cambiar en tiempos venideros. Otra cosa es si podrá contenerse su ortodoxia más letal, el neoliberalismo, que además de fracturarse una y otra vez ha aumentado los desequilibrios además de la extorsión continuada de los recursos del planeta hasta poner en riesgo la habitabilidad del mismo.
La teoría capitalista.
Según la RAE el capitalismo es un «sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción y en la libertad de mercado». No cabe la menor duda que el mismo ha propiciado el mayor desarrollo de la economía mundial en los últimos dos siglos pero, desde que en la década de los 80 del siglo pasado su versión más radical, el neoliberalismo, se ha convertido en su hilo conductor resulta flagrante que esa testaruda concepción de situar a la empresa privada en el eje de la economía como motor exclusivo de la misma, ha dado lugar al enaltecimiento del individualismo en menosprecio de la colectividad o de los que es lo mismo de ese otro concepto del bien común que ahora rescata la nueva directora del FMI.
Tal como los valores fisiocráticos postularan en el siglo XVIII, el neoliberalismo se basa en la creencia de que las leyes del mercado funcionan de manera natural tal como los ecosistemas de la naturaleza y por tanto no deben sufrir el acoso y control de un tercero, en este caso el estado. A la postre, de cumplirse el enunciado, el triunfo del individualismo devengará en el triunfo del conjunto de la sociedad. Por desgracia el principio falla de manera muy elemental por cuanto la naturaleza humana está sujeta a numerosas perversiones de las que carece la naturaleza, tal es el caso de la avaricia, la codicia, la erótica del poder y tantos otros tantos desenfrenos de los seres humanos que hacen que tales proposiciones se alejen cada vez más de la utopía.
Además de eso la falta de controles rigurosos del mundo financiero, una estrategia fiscal injusta con una alarmante falta de progresividad real o la persistente evasión de capitales a los paraísos fiscales sin que se produzca una actuación decidida de las autoridades, acaban resultando acicates que ponen en evidencia la catadura de un modelo económico que resulta extraordinariamente beneficioso para unos pocos y sumamente perjudicial para el resto con un evidente y manifiesto aumento de la desigualdad.
El bien común.
Tan sencillo como anteponer la vida de las personas a los intereses del capital. ¿Rayano a esa misma utopía que citábamos antes? En lo teórico porque aun asumiendo la utopía como una meta inalcanzable, en todo caso, debe constituir el objetivo que fijar en el horizonte. Un camino a seguir hacia un futuro que debiera ser mejor para todos.
En lo práctico dependerá de la voluntad política, además de por las capacidades de sus actuales dirigentes lo que en su caso nos hace ser pesimistas en el corto plazo. Se trata solo de poner orden en un mundo absolutamente demencial donde se ha perdido por completo la cordura. Donde conceptos como el bien común, la solidaridad, la concordia y tanto otros en el mismo sentido parecen haber desaparecido de las agendas de nuestros políticos.
Precisamente la falta de empatía tras la Gran Depresión de los 30 tuvo como una de sus consecuencias la Segunda Guerra Mundial y de aquella enseñanza surgieron la mayor parte de organizaciones internacionales con la intención de que no pudieran volver a darse las mismas condiciones que dieron lugar a aquella tragedia en generaciones venideras.
Pero como dijera el insigne Quevedo «poderoso caballero es don dinero» y el ser humano vuelve a caer una y otra vez en sus mismos delirios. Tanto que tras la crisis desatada hace ya más de una década seguimos sin aprender lo suficiente, estamos a las puertas de la siguiente y quién sabe si al borde de un abismo que nos conducirá a un retroceso en nuestras libertades e incluso a la degradación irreversible del planeta.