Una persona se coloca unas mallas ajustadas y nos creemos que es un superhéroe, o un esmoquin y te transformas en hombre para poder trabajar, o una peluca y dos pelotas en el pecho y te transformas en una actriz de éxito. Para otros el disfraz es más natural, tienes hambre, te crecen los colmillos y, siendo el mismo, ahora consigues aterrorizar como otra persona diferente. Con el disfraz te desinhibes, aunque todo el mundo sepa quién eres, cabe la duda de cuál es tu personalidad real, si la que se muestra tal cuál o la travestida. Winfried (excepcional Peter Simonischek) huye de la monotonía inventándose otras paralelas. Su vida, como la de cualquiera, se rige por pautas reiteradas día tras día, la vida es remolona y perezosa mientras notas que se agota, como la de tu perro, al que tienes que trasladar en brazos porque ya no hay aliciente que le haga moverse, por eso hay que incorporar algo diferente cada mañana para procurar divertirse, ya sean unos dientes postizos, un medidor de ritmo cardiaco o pintarse la cara como un cadáver andante. Puedes reírte interiormente en la cara del repartidor del que te burlas, presentarte como un payaso delante de tus cuñados, de tu madre, de tu ex, de tu hija. Lo que ocurre es que todos conocen ese punto excéntrico tuyo y nadie te toma en serio, ya saben que eres así, ya saben quién es Toni, tu hermano hortera, vulgar y que ha salido de prisión, aunque el Toni Erdmann que sale al principio de la película no tiene nada que ver con el Toni Erdmann rumano. Winfried quería divertirse al inicio de la película, luego querrá que otros se puedan divertir aprendiendo el lado lúdico de la vida, pero la vida no es sólo risa, también son reveses, frustraciones. Para Winfried, aceptando esa realidad, se trata de encontrar algo que permita decir que en cada día hay un momento por el que ha merecido la pena levantarse por las mañanas .
Ahora que se estrena Toni Erdmann resulta que todo el mundo conocía el cine anterior de Maren Ade, y eso pese a que su anterior película data ya de 2009. Leyendo su entrevista en la revista “Caimán” uno advierte que hay muy poca espontaneidad en la planificación de la película, una muestra del arquetipo de mentalidad alemana traducida al cine. Una idea justa en la que todo encaja porque tiene que encajar debido a que todo está previsto. Las unanimidades absolutas plantean dudas relativas, hay situaciones, obras, hechos incontestables que sólo pueden ser valorados en un sentido, pero el homenaje excesivo y en la misma línea a partir de determinadas fechas cinematográficas anuales empieza a levantar más de una sospecha. Pueden ser los Goya a nivel rural, los Oscar a nivel mundial, Cannes a nivel de la pseudocinefilia, pero todos los años se propaga un runrún imparable a partir de estas citas que conduce, inevitablemente, a la consagración crítica y de público de un par de películas que, pasados los meses, han quedado olvidadas y arrinconadas una vez repletas las arcas de la productora. Toni Erdmann me parece una notable película pero no es la octava maravilla del universo, hay momentos sobresalientes y otros que se rehuyen con cobardía que rebajan la nota global del conjunto. No debería ser “la película”, pero es una estimable película.
Pese a sus 160 minutos, desaprovecha muchas oportunidades para haber ahondado en la esclerosis de la vieja Europa, utilizando el rodaje en Rumanía como un mero lavado de cara antigermánico, que termina pareciendo más un retrato folclórico de otra cultura, que una crítica al sistema neoliberal y avasallador que se nos ha impuesto desde el país del que nace la idea cinematográfica. Por eso hablaba de su falta de espontaneidad, de su encorsetamiento a una idea preconcebida que no se deja crecer en ramificaciones secundarias, pero igualmente importantes, o si lo hace, apenas me parecen destacables. Y virtudes tiene la película, y muchas, una fundamental, que sus casi 3 horas no cansan, no decaen, no aburren aunque el ritmo sea lento, metódica y planificadamente lento, para que la escena termine convirtiéndose en comedia plena o drama absoluto. No hay alardes de cámara ni de iluminación, no se nota la dirección, escondida tras un segundo plano por la presencia absoluta y espléndida de dos personajes muy bien tratados para hacérnoslos cercanos y humanos. ¿Dos o tres? Sí, porque Winfried, el padre de Inés (también espléndida Sandra Hüller), ¿es un personaje o son dos? La película es, y son, estos dos actores, sobre los que cualquier parabién es acertado que recaiga, todo el peso cae sobre ellos y el resto que orbita alrededor son meros comparsas, de hecho la película es una película de padre e hija en dos escenarios, y lo que ocurre a su alrededor, o las personas con las que interactúan, son meros mecanismos narrativos para justificar la evolución de dos personas con objetivos muy claros, y en la tesitura de ceder parte de sí mismos para sentirse, o procurarlo, sentirse mejor.
El ritmo interno de la película es magistral, las situaciones han de alargarse para colocarnos en una final incomodidad. Si el chiste es momentáneo, queda en anécdota barata, en mera comparsa sin significado argumental. Si la situación cómica se prolonga, o se llega a la hilaridad (la primera aparición de Toni Erdmann en Bucarest, la escena de la fiesta en casa de Inés), o al momento de ruptura hacia el drama. Wnfried e Inés son dos personajes solitarios, cada uno ha hecho su vida mediante compartimentos estancos impenetrables, para Winfried en una pequeña localidad alemana sin atractivo, para Inés como consultora de multinacionales, eufemismo que oculta la verdadera naturaleza de esos trabajos, asépticos directivos que determinan cuántos cientos o miles de empleados sobran en una empresa, a cuántos hay que cambiar de domicilio, qué factorías hay que llevar de un lado a otro en función de las ventajas fiscales, explotación laboral o posibilidades de contaminar libremente. En el fondo ninguno tiene vida más allá de su soledad, si se les priva de su actividad laboral, no queda nada, el vacío absoluto. Para el padre puede ser cosa menor al estar en la fase final de una vida, para Inés puede ser más trascendente, en una treintena indefinida, acercándose a los 40, volver a casa cada tarde-noche es enfrentarse a la nada, algo que el padre trata de evitar mediante la ideación de un plan que devuelva a su hija la posibilidad de disfrutar de la vida.
Otro gran logro de la película es conseguir el tránsito del drama a la comedia con una simple peluca y unos dientes postizos. La película se puede resumir muy fácilmente, pero no es algo que me apetezca contar alrededor de ella, resulta sorprendente la facilidad con la que Ade transforma lo que se apunta como un melodrama intergeneracional entre un padre y una hija que parecen no entenderse, en un simulación de slapstick a ritmo lento. No estamos ante Gary Cooper, Barbara Streisand, Cary Grant, Katherine Hepburn, ni Hawks, Sturges, Lubitsch han resucitado con Toni Erdmann, el humor de la película no busca la carcajada, sino el estado de bienestar, contemplar el ridículo y solazarse con él, ir evolucionando como lo hace Inés, desde el más absoluto rechazo al comportamiento de su padre, tanto cuando es Winfried como cuando se transforma en Toni, hasta la complicidad y asunción de que se puede uno comportar de otra manera, si no en el trabajo, sí en las relaciones sociales, usando diversas catarsis emocionales en ese personaje femenino, que encarna todos los roles de dominación machista posible, como única forma de prosperar y asentarse en el mundo empresarial. La liberación de la voz y del cuerpo en la escena musical, el juego divertido y erótico con el amante rumano al que aparenta ignorar, provocándole frustración y humillación por partes iguales, hasta la definitiva liberación personal desnudando completamente cuerpo y alma en una escena que culmina en un abrazo a un nuevo disfraz, el cuerpo desnudo y el cuerpo recubierto de capas, pero ambos eliminando todas las barreras que les han impedido tocarse a lo largo de la historia.
La mayor objeción que se me plantea es la del desaprovechamiento del entorno socio-político de la historia. Rodar en Rumanía no es gratuito, tiene la ventaja de que los personajes pueden moverse en un entorno donde casi nadie les conoce, sobre todo Toni, desinhibirse con la tranquilidad del anonimato, algo que para Inés incrementa la incomodidad porque todas las personas con las que Toni termina relacionándose, pertenecen al entorno laboral de ella. Para Winfried es fácil decir que está pensando en alquilar una hija sustituta, para Inés es un bofetón social en presencia de sus jefes y compañeros. Mostrar un Bucarest lujoso, de espacios para élites surgidas al calor del capitalismo salvaje, con restaurantes, hoteles, apartamentos vedados al común de los rumanos, debería conllevar cierta profundidad en la realidad social del país que acoge ese desembarco multinacional para enriquecerse. Aquí Ade filma con timidez y de soslayo, apenas advertimos, y sólo es Toni-Winfried quien se percata de la realidad, en qué mundo y cuáles son las consecuencias de las acciones de estos ejecutivos trajeados y moralmente cuestionables, que ocultan sus actos en meros números y sus sentimientos bajo capas de hielo impenetrable. Una escena revela el sometimiento del nacional a cualquier comentario del invasor alemán, una escena que sólo parece afectar a Toni, quien se da cuenta de que el humor no abre puertas ni facilita las relaciones, aunque a continuación, Ade, para no romper la armonía cómica de esta fase de la película, rápidamente compensa a Toni con un episodio divertido y optimista.
La película se inicia y termina en Alemania, prácticamente en un mismo lugar, pero con muy distinto tono, aunque, afortunadamente, el optimismo que la película puede llegar a desprender no cae en el triunfalismo. Entendiendo Inés perfectamente el mensaje que su padre le lanza, cada uno termina en un punto final parecido al de partida, es posible incluso que ella haya aprendido cómo sacar partido divertido a situaciones que no apuntan en esa dirección, pero al final no son sus dientes ni sus disfraces; ha de aprender a encontrar esos momentos por otra vía, la propia, la de su personalidad, incluso es posible que cambiar Rumanía por Singapur no cambie nada, ni en su forma de vida, ni en su monástica concepción del trabajo. Este verano rumano quedará como una anécdota, una formación sentimental, un redescubrimiento de cómo es cada uno, pero los caminos están marcados desde hace tiempo y no se van a cambiar totalmente por otros nuevos. Inés seguirá viendo muy poco a su padre y sus diálogos serán prácticamente monólogos del padre contestados con monosílabos. En el funeral de la abuela, Ade representa lo que va a ser, en un futuro relativamente cercano, el funeral de Winfried.
Ficha técnica