En 1966, el economista británico Kenneth Boulding (1910-1993) escribió un ensayo en el que utilizaba la metáfora «nave espacial Tierra» para poner de manifiesto los límites del planeta Tierra, tanto en su contenido de recursos como en su capacidad de asimilación de residuos. El planeta en que vivimos es un sistema cerrado: ningún material puede entrar y salir, lo único que puede entrar y salir es la energía procedente del Sol.
La reflexión anterior sirvió a Boulding para reclamar un cambio en los principios económicos, sobre todo, un cambio en la actitud hacia el consumo: se debería distinguir entre recursos renovables y recursos no renovables. Y, por supuesto, pensar que se puede hacer con los residuos.
Para terminar este ensayo, Boulding señalaba: «Mi olvido de los problema inmediatos no pretende restarles importancia, puesto que sino comenzamos a resolver los problemas inmediatos no tendremos oportunidad de resolver los más importantes. Por otra parte, quizá sea cierto que una visión como esta, de las crisis profundas que habrá de afrontar la humanidad, puede predisponer a la población a tomar más interés por los problemas inmediatos y a dedicar mayores esfuerzos para su solución. Esto puede sonar como un optimismo más bien modesto, pero probablemente un optimismo modesto es mejor que ningún optimismo en absoluto».
En septiembre de 2011, Ramón Tamames (1933- ), catedrático de Estructura Económica de la Universidad Autónoma de Madrid, publicó un trabajo en el que utilizaba también la expresión «nave espacial Tierra». En ese trabajo, Tamames escribió: «El viaje es indefinido a través del universo, con un nutrido pasaje humano y otros espacios, que podrán sobrevivir por mucho tiempo, o indefinidamente, pero que podía perecer, en lo que a la humanidad se refiere, si, en un momento dado, las potenciales fuerzas destructivas, no se concilian entre sí».
Las potenciales fuerzas destructivas, que indica Tamames, son la obsesión por un crecimiento económico ilimitado y la desigualdad económica. En contra de lo que debería ser, en la nave espacial Tierra, existen unos pocos pasajeros de primera que viajan cómoda y lujosamente, y un gran número que casi no tiene donde sentarse y al que no llegan siquiera los servicios básicos de alimentación y sanidad, con el agravante de que los ocupantes de los lugares más cómodos no están satisfechos y con el deseo de gozar de más comodidad están destrozando partes esenciales de la nave, algo que, sin duda, conducirá a que el viaje termine para todos los seres humanos.
Siendo el ser humano la única especie dotada de inteligencia y sabiduría, tiene toda la responsabilidad respecto al planeta, sus seres vivos y sus ciclos.
Con estos conocimientos no se comprende la obsesión de las élites del vigente sistema económico-social por un ilimitado consumo de recursos no renovables, contaminación de los recursos renovables hasta hacerlos inutilizables y generando residuos que ya no tiene sitio donde almacenar.
Lo pequeño es hermoso.
Ernst Friedrich Schumacher, economista alemán, en Lo pequeño es hermoso, un libro traducido a más de treinta idiomas y considerado como uno de los cien libros más influyentes de los publicado después de la Segunda Guerra Mundial, indica que los recursos no renovables no deben ser considerados como «artículos de renta» (ingresos), cuando debe ser tratados como «capital», puesto están sujetos a agotamiento. Este economista abogó por reorientar la economía para ponerla al servicio del hombre; según él «los economistas ignoran sistemáticamente la dependencia del hombre del mundo natural».
En el prefacio de ese libro, Schumacher dice: «¿Vamos a seguir aferrándonos a un estilo de vida que crecientemente vacía al mundo y devasta a la naturaleza por medio de su excesivo énfasis en las satisfacciones materiales o vamos a emplear los poderes creativos de la ciencia y de la tecnología, bajo el control de la sabiduría, en la elaboración de formas de vida que se encuadren dentro de las leyes inalterables del universo y que sean capaces de alentar las más altas aspiraciones de la naturaleza? Estas son las preguntas que deberán haber ocupado nuestra atención durante muchas décadas en el pasado y que ahora están planteadas muy claramente, por no decir brutalmente».
En cuanto a la necesidad de distinguir entre lo urgente y a lo importante, en el libro del escritor, Miguel Delibes y su hijo el eminente biólogo Miguel Delibes de Castro, La Tierra herida. ¿Qué mundo heredarán nuestros hijos?, el hijo recuerda lo que dijo José Antonio Valverde, ecólogo y biólogo: «No olvides los asuntos importantes por preocuparte de los urgentes».
Refiriéndose al cambio climático, Miguel Delibes de Castro habla de una ética intergeneracional: «Se supone que, aunque casi nunca lo hagamos, deberíamos adoptar las decisiones de hoy teniendo en cuenta las condiciones en que vamos a dejar el mundo para los hombres de mañana».
Cualquier persona que se considere perteneciente a la especie humana pensará (el pensamiento es un atributo únicamente del ser humano) en la herencia que estamos dejando a las generaciones futuras. Este pensamiento ha conducido al concepto de «sostenibilidad».
El actual concepto de sostenibilidad apareció, por primera vez, en el informe Broundtland, también llamado Nuestro futuro común, publicado en 1987. Este documento, elaborado por Naciones unidas, intenta alertar sobre las consecuencias medioambientales negativas del crecimiento económico, al mismo tiempo que ofrece algunas soluciones. Se trata de garantizar las necesidades del presente sin perjudicar a las generaciones futuras. Se trata de tomar conciencia de las características del planeta en que vivimos.
La Agenda 2030.
«Se creía que el cielo es tan inmenso y claro que nada podría cambiar de color, nuestros ríos tan grandes y sus aguas tan caudalosas que ninguna actividad humana podría cambiar su calidad y que había tal abundancia de árboles y de bosques naturales que nunca terminaríamos con ellos. Después de todo vuelven a crecer. Hoy en día sabemos más. El ritmo alarmante a que se está despojando la superficie de la Tierra indica que muy pronto ya no tendremos árboles que talar para el desarrollo humano», escribió Victoria Chilepo, Ministra de Recursos Naturales y Turismo de Zimbabwe.
No es cuestión de corregir algunas cosas. Lo que se nos plantea es un verdadero cambio de rumbo que exige importantes transformaciones. No por nosotros, sino especialmente por las futuras generaciones, cuyo bienestar estamos robando.
Pensando en todo esto, el 25 de septiembre de 2015, los 193 Estados miembros de las Naciones Unidas aprobaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.