Confieso que me gusta leer al ínclito Paco Marhuenda. Sí, el director de La Razón, aunque esté en las antípodas de mi pensamiento político y mantenga esa actitud chulesca, que a un servidor le resulta hasta divertida, en sus apariciones en la tele. Por cierto que no sabemos entre tantos saraos cuánto tiempo le dedicará este hombre a su diario.
Pero me seduce su manera de escribir en la que, a pesar de mostrarse como un consumado adalid neoliberal, no pierde las formas ni utiliza un lenguaje soez, ni muestra esa inquina desmedida de otros contra todo lo que queda a su izquierda que, valga sea de paso, es casi todo.
Me pasa como con José A. Zarzalejos, que en su mismo espectro aunque con un registro más sosegado, siempre me pareció un ejercicio de sinceridad de lo más loable cuando después de haber dirigido durante muchos años el ABC, el periódico monárquico por excelencia, tras el estropicio de Juan Carlos I en su famosa cacería afirmó sin tapujos «que al rey se le había tapado mucho». Nadie podría saberlo mejor que él.
El caso que tanto uno como otro publicaba la semana pasada sendos artículos poniendo de vuelta y media el marxismo y la teoría comunista. Que, más o menos de eso, es de lo que va hoy el asunto.
Los hechos
«El comunismo había sido derrotado. En esto no hay ninguna duda, aunque se haya reciclado y adopte otros nombres. No hay que olvidar que sigue gozando de aceptación entre sectores de la izquierda, periodistas e intelectuales. La excusa es que se aplicó mal, pero que las ideas son buenas. No lo deben ser porque en ningún lugar ha conseguido ser algo más que una brutal y criminal dictadura». (Francisco Marhuenda, La Razón 10/09/21)
De forma similar y en relación a la presentación de una nueva edición del Manifiesto Comunista de Marx y Engels de 1848, que la ministra Yolanda Díaz prologa y a la alocución de ésta en la misma dice Zarzalejos:
«No hay referencias a los regímenes marxistas que fueron cayendo como castillos de naipes en la última década del siglo pasado; ni de lo que significó la opresión soviética sobre media Europa. No explica la vicepresidenta a qué ‘democracia’ y a qué ‘libertad’ vincula las teorías marxistas». (José A. Zarzalejos, El Confidencial 14/09/21)
En esa misma línea y a renglón de esto último, la diputada popular Cayetana Álvarez de Toledo, en el mismo espectro que Marhuenda y Zarzalejos pero mucho más faltona que estos, ha planteado una pregunta a Yolanda Díaz en el Congreso acerca de «los 100 millones de muertos del comunismo».
La historia
La cuestión planteada por Álvarez de Toledo, no tiene mayor recorrido por cuanto culpabilizar a Marx y Engels de todos los crímenes perpetrados por tipos como Stalin, Pol Pot o Mao Zedong, sería como culpar al mismísimo Jesucristo de todas las atrocidades cometidas en nombre del mismo durante los últimos dos mil años.
Más interesantes son los textos de Zarzalejos y Marhuenda que vienen a decirnos, de forma mucho más sutil, que el actual gobierno de la nación está formado por personas afectas a un modelo ideológico que tiene su sino en el totalitarismo.
Dejando de lado comparaciones del todo odiosas y personajes que han causado tanto dolor y muerte a lo largo de la historia, resulta más que interesante que ha sido precisamente la antítesis al marxismo, el capitalismo, la que ha puesto el planeta al borde del precipicio por sus consecuencias en el medio ambiente y ha devenido como principal instigador de estos duros tiempos que corren.
Eso, sin desmerecer todo tipo de crisis que han sacudido a eso que llamamos civilización occidental las últimas décadas, sobre todo tras la llegada del nuevo milenio, en materia social y económica y remotamente alejadas de oscuras influencias izquierdistas.
Esa es otra historia pero, en cualquier caso, no por eso se le pasaría tampoco a un servidor achacar el deshielo de los polos a Adam Smith o al propio Milton Friedman.
Del gobierno del PSOE
Socialcomunista, populista, totalitarista, de extrema izquierda por no decir ciertas palabras gruesas que abundan en las redes sociales y de las que algunas de ellas hasta se han oído en sede parlamentaria –gobierno criminal, amparo de terroristas y un largo etcétera-, son algunos de los epítetos con los que una enfervorizada oposición y su coro de aduladores mediáticos califican al actual gobierno de España.
Por una parte el PSOE, con Pedro Sánchez a la cabeza, secundado por personalidades tan ridículamente sospechosas como Nadia Calviño o Carmen Calvo a las que de manera objetiva sería difícil de tachar de alborotadoras incendiarias.
Más bien diría yo que si bien las dos segundas se presentan como propicias socio liberales –en especial de lo segundo-, al carismático presidente podría definirse como un atractivo embaucador ajeno a cualquier ideología.
Capaz de poner en manos su destino de otro falaz personaje como Albert Rivera, consumado nacionalista ultra liberal, para acto seguido cambiar sin más de registro antes las acometidas de su actual socio de gobierno, Unidas Podemos, como último recurso.
Más o menos la historia del PSOE desde la profundidad de los tiempos.
Dice un habitual seguidor de estas peroratas que el PSOE nunca ha sido, por mucho que se desgañiten algunos desde sus apasionados púlpitos, un partido socialista de pura cepa. Como ya lo denominara no hace mucho el mismísimo Alfonso Guerra –sí, otrora el de los descamisaos-, de «accidentalista» y que nuestro apreciado interlocutor llama «del sí, pero no».
Nos recordaba también en uno de sus últimos comentarios los casos de Julián Besteiro o de Francisco Largo Caballero, ambos reconocidos dirigentes del partido en el primer tercio del SXX que secundaron la dictadura del General Primo de Rivera (1923-1930) y que incluso, el primero, llegó a participar en el golpe de estado contra la república del coronel Segismundo Casado de marzo del 39.
Dicho golpe puso fin a la guerra civil pero de poco le sirvió a Besteiro que murió un año más tarde en la cárcel de Carmona tras haber sido condenado a 30 años de prisión por los cargos que había ostentado en el PSOE y la UGT.
Qué decir de Felipe González instalado cómodamente en su archimillonaria atalaya después de haber dado un puntapié a los términos Socialista y Obrero de su partido. Así como buena parte de quienes con él sí que asaltaron los cielos pero quedaron al pueblo solo las migajas de lo que prometieron.
Lo cierto que el PSOE al completo podría considerarse un auténtico superviviente en la escena europea. De hecho, algunos de sus homólogos en el continente prácticamente han desaparecido o se han convertido en partidos residuales de sus respectivos parlamentos. Abandonados a su suerte por un electorado decepcionado.
La deriva que desde los 90 sacude a la mayor parte de los viejos partidos socialdemócratas europeos por renunciar a sus principios más elementales, pero que en el caso del PSOE no le ha causado del mismo modo el desgaste que a estos.
Del de Unidas Podemos
Ni siquiera esa habilidad innata del PSOE de proclamar una cosa mientras se está en la oposición para hacer justo lo contrario en el ejercicio del poder, no le ha pasado en exceso factura.
Otra cosa es la corrupción a la que el electorado de izquierdas resulta más sensible por contra de la parte conservadora de este enfrascada en el culto al individualismo. Pero esa también es otra historia de la que hemos hablado en alguna ocasión y a buen seguro tendremos que hacerlo alguna otra.
Unidas Podemos por su parte representa un auténtico incordio para el PSOE por justamente lo contrario. O lo que es lo mismo, por intentar poner en práctica lo que prometió a sus votantes.
Por cierto que más o menos las mismas propuestas que las apuntadas por el partido socialista en su tercio de oposición, pero con la claridad de la socialdemocracia clásica y distanciadas de ese socio liberalismo que ha puesto a pie de los caballos a la mayoría de sus colegas europeos.
Ni más ni menos que las bases que propiciaron el cada vez más devaluado Estado del Bienestar europeo.
Lo que en España hoy considera la ortodoxia liberal aberraciones tales como un reparto más equitativo de los beneficios, menores desequilibrios, una fuerte apuesta pública por la educación, la ciencia o la salud entre otras actuaciones cotidianas, sin menosprecio a la libertad de mercado pero sin perder de vista las acciones y repercusiones de la misma.
Una considerada gestión pública de los servicios básicos para la vida y tantas otras cuestiones en aras del bien común que en las últimas décadas han ido quedando descartadas fruto de ese mismo individualismo.
Las mismas que han acabado en el mejor de los casos en manos privadas con tan cruel corolario que la actual pandemia ha demostrado con rotundidad ante la falta de recursos humanos y logísticos para hacer frente a la misma.
Pero tanto Izquierda Unida como en su día en solitario un Partido Comunista de España renovado durante la Transición –amparado por las teorías de Enrico Berlinguer así como en su renuncia y condena del modelo soviético, el llamado allá por los 70 Eurocomunismo-, han venido sufriendo por una parte el desprecio constante del PSOE y de otra el lastre de un modelo electoral inmisericorde a pesar de haber sido durante mucho tiempo la tercera fuerza política del país.
Yes, we can!
«Podemos», con su extraordinaria irrupción en la arena política en un momento de enorme deterioro no solo de las condiciones generales de vida de la mayor parte de la ciudadanía tras la crisis de 2008 y la nefasta gestión posterior de la misma encumbrando a las clases altas, devaluando las clases medias y enviando al ostracismo a las clases trabajadoras, sino también de un alto grado de menoscabo de las instituciones por la corrupción política, vino a poner negro sobre blanco los defectos e irregularidades del sistema.
Una auténtica provocación no solo para el sistema sino en especial para el partido socialista que veía como buena parte de su potencial electorado desviaba su atención hacia un nueva formación política con sus mismas o similares propuestas pero presta a llevarlas a la práctica.
La combinación de semejantes fuerzas, las de unas élites inquietas ante la puesta en evidencia de sus tropelías durante décadas y la puesta en solfa del propio PSOE; los continuos errores de gestión de la nueva formación, el carácter egocéntrico de su líder Pablo Iglesias víctima de su propio éxito y el reconocido carácter crítico de la izquierda que acaba martilleándola una y otra vez provocando su dispersión, ha debilitado sensiblemente a Podemos y frenado un esperanzador proceso de recuperación de unos valores que la vorágine capitalista ha hecho saltar por los aires.
El fenómeno Iglesias
Pablo Iglesias ha sido el catalizador para todo lo bueno y todo lo malo que le ha pasado a Podemos desde su fundación hasta su abandono de la vida política hace solo unos meses tras su fiasco en la Comunidad de Madrid.
Pero no es menos cierto que ha vertido realidades que hasta ahora nadie se había atrevido a decir y que casi todo el mundo, sobre todo los que frecuentamos los caladeros políticos, sabemos desde siempre.
A buen seguro, la que ha escocido más entre tan flagrante camarilla, ha sido su repetida denuncia del extraordinario e interesado poder de los grandes medios de comunicación. Lo que le ha granjeado cada vez más enemigos en un sector tan influyente entre la ciudadanía.
No solo de la caverna, la menos trascendente para el caso, sino de las principales corporaciones de la esfera mediática que han resultado sus más implacables detractores. Muy especialmente el todopoderoso Grupo Prisa, con El País a la cabeza, magnífico preservador de las ambigüedades y anacronismos del partido socialista.
Lo que ha acabado propiciando, aun no exento de críticas debido a su carácter presuntuoso y excesivos errores de bulto, que solo cierta prensa independiente se haya mostrado condescendiente con su proyecto y con él mismo.
Pero por otro lado, la salida de Iglesias de la cartelera política puede haber provocado el efecto contrario al deseado por sus numerosos detractores y aunque queda mucho por ver quizá podría acabar representando un nuevo empuje para Podemos.
Del gobierno de España
Tras la moción de censura que aupara a Pedro Sánchez como presidente del gobierno en Junio de 2018 y una serie de envites electorales de lo más rocambolesco Unidas Podemos consiguió entrar, aunque fuera de manera minoritaria, en el primer gobierno de coalición de la actual democracia española.
La inexperiencia de una coyuntura política desconocida en España, una oposición despiadada y una pandemia universal implacable a menos de los cien primeros días de la formación de dicho gobierno ha mantenido en un brete constante al mismo en un momento extraordinariamente grave para la sociedad española.
En lo que aquí se trata, entre continuas y furibundas afirmaciones encaminadas a posicionarlo en la antigua órbita soviética o en otros tantos estados totalitarios del pasado y el presente al objeto de soliviantar a un electorado conservador ciertamente desorientado por la deriva del Partido Popular y la aparición de nuevas e inéditas opciones en su lado del tablero.
Sembrando la duda ante tan exagerado, prolongado y desproporcionado discurso, incluso en esa parte del electorado progresista que se debate entre el habitual desencanto hacia el PSOE y la esperanza en la joven formación morada.
Basta ver la ardorosa reacción de las huestes conservadoras tras el anuncio de la intervención del gobierno de la nación sobre la desproporcionada y abusiva subida de los precios de la electricidad y los ingentes beneficios de los magnates de la energía en España quienes se han visto sorprendidos por lo que debería considerarse una acción lógica de un gobierno ante una normativa europea que permite tamaños desatinos y las autoridades comunitarias se resisten a modificar.
Los extremos no se tocan
Dice un buen amigo que si no es aceptable la calificación de extremista en el caso de Unidas Podemos y menos aún del propio gobierno, por qué del mismo modo no debería rechazarse tal calificativo a todos aquellos movimientos que se sitúen a la derecha del PP.
En primer lugar, como ya hemos referido en otros artículos, la percepción del tablero político y el modo en que se desplaza el eje del mismo cambia con el devenir del tiempo y los acontecimientos.
De hecho, basta echar un vistazo a mis propios artículos en esta columna para darse cuenta que, sin variar un ápice los mismos, hace 50 años sería considerado un socialista moderado mientras que al día de hoy habrá quien me considere poseído por el mismo demonio.
Pero lo que es obvio es que en esos mismos 50 años, el eje del tablero se ha desplazado tan a la derecha con el fervor del neoliberalismo que apenas queda sitio para la izquierda en este.
Y en segundo lugar hace solo unos meses un tipo tampoco nada sospechoso como Iñaki Gabilondo se peguntaba ¿Se han dado ustedes cuenta que estamos observando el peligro que puede constituir la amenaza del socialcomunismo del cual permanentemente nos hablan y todos los elementos de inestabilidad de los últimos tiempos proceden del otro rincón?