Hasta hace poco se creía que el primer ser humano había nacido en el continente africano y aunque ahora parece que la cosa no está tan clara, lo que sí resulta evidente es que eso que llamamos el mundo desarrollado siempre le ha dado la espalda a África salvo para saquear sus recursos sin el más mínimo escrúpulo.
Por un momento creímos que la mayor pandemia de nuestro tiempo iba cambiar esa visión tan cruel del capitalismo que viene castigando al planeta desde hace décadas pero, a la vista está, de qué manera aborrece al continente que posiblemente viera nacer la especie humana.
Una larga historia que se remonta a los tiempos de la esclavitud, que no parece haberse superado y que castiga una y otra vez a África, aún más penalizada por una crisis climática de la que no tiene la menor culpa y se ve golpeada de nuevo por otro maldito virus ante la mirada indiferente del resto del mundo.
Ya no parece suficiente ver como millares de personas pierden la vida en el Mediterráneo o frente a las costas canarias, año tras año, ante esa misma indiferente respuesta de los que han dado pie a tan terrible manera de huir de sus hogares.
Los mismos que ante esta plaga desatada por el coronavirus ven como este se multiplica y replica sin control en África, con tan increíble estrechez de miras que ni siquiera les permite detenerse a pensar cuantos perjuicios podrá causar, más temprano que tarde, en cualquier otra parte del mundo.
Poco más del 3.5 % de la población africana ha sido vacunada a estas alturas del metraje cuando en países como España ese rango se eleva hasta al 80 %, vamos camino del tercer pinchazo y millones y millones de vacunas en el primer mundo se tiran a la basura caducadas.
Ahora una nueva cepa procedente de Sudáfrica, una más de las que habrán de surgir en el continente mientras se permita que el virus campe a sus anchas por el mismo, ha vuelto a dar la voz de alerta al respecto.
Mientras, las grandes farmacéuticas hacen su agosto –la primera premisa de tan enrarecida forma de ver el capitalismo-, eso que llamamos «la comunidad internacional» pretende ponerle puertas al mar y, en definitiva, en ese ejercicio que se ha vuelto tan habitual del «sálvese quien pueda», ni siquiera los millones de vidas que se ha cobrado ya el virus han servido para percibir la necesidad del bien común.
África es rica en recursos pero pobres sus habitantes. El cóctel ideal para las grandes potencias y su sed insaciable, ahora en forma de multinacionales, como han puesto en evidencia siglos de historia no solo en África sino en los cinco continentes más poblados.
Desde los imperios de la antigüedad hasta la omnipresencia de los EE.UU. y China en estos duros tiempos que corren, pasando por otros imperios tan vastos como el español y el británico o la Gran Alemania a la que aspirara el Tercer Reich y la todopoderosa URSS en el pasado SXX.
Ni las evidencias con que el cambio climático nos viene advirtiendo que de no mediar remedio acabaremos precipitando el fin de nuestros días, ni los estragos de una criatura infinitesimal como un virus parecen capaces de poner freno a tan feroz manera de entender la sociedad y la vida.
«Pero si la mayor parte de los hombres fueron corderos ¿Por qué la vida del hombre es tan diferente de la del cordero? Su historia se escribió con sangre; es una historia de violencia constante, en la que la fuerza se usó casi invariablemente para doblegar su voluntad. ¿Exterminó Talaat Pachá por sí solo millones de armenios? ¿Exterminó Hitler por sí solo a millones de judíos? ¿Exterminó Stalin por sí solo a millones de enemigos políticos? Esos hombres no estaban solos, contaban con miles de hombres que mataban por ellos y que lo hacían no solo voluntariamente, sino con placer»
Erich Fromm (psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista alemán, 1900-1980)