Imposible no sentir miedo ante el odio que supuran las huestes tuiteras de ideologías varias hacia los discursos antirracistas. De repente, da la impresión de que frases como «nativa o extranjera no es la misma clase obrera», o «fuego al orden colonial», acaparan la indignación que debería dirigirse, por ejemplo, hacia los incendios de las viviendas precarias de las temporeras y temporeros en Huelva. El fuego simbólico les importa más que el fuego real, aún cuando no pueden separarse uno del otro. ¿En qué momento llegamos a esto?
En los discursos que atraviesan nuestro presente vemos el pasado, pero también intuimos el horizonte que se está configurando en este mundo de incertidumbre pandémica. Y, nuevamente, causa miedo y tristeza enfrentarse, en este espacio público virtual que son las redes, a discursos racistas provenientes de personas con las que, en algún momento, se ha trabajado por un horizonte de lucha compartida. Da la impresión de que, durante esta pandemia, la violencia en las redes sociales ha terminado de fragmentar espacios comunes. ¿O esa rabia incontenible es una muestra de que, en realidad, ciertas luchas nunca lograron ser comunes?
Por ejemplo, que la articulación entre la lucha feminista y la lucha antirracista ha sido constantemente una tarea pendiente, no es una sorpresa. En los últimos tres años, las demandas antirracistas han formado parte de argumentarios y manifiestos cada 8M y, sin embargo, cuando se intentó trasladar la masiva potencia política del movimiento feminista a las puertas de los CIEs y los CATE, esto simplemente no sucedió. Porque, a pesar de los intentos discursivos y del incansable trabajo de muchas compañeras dentro del 8M, lo cierto es que las demandas antirracistas no son del todo consideradas como propias.
Por supuesto que, en teoría, se respalda al movimiento antirracista, pero una gran mayoría de mujeres no piensa todavía que en el 8M debería irse a la puerta de una de esas cárceles racistas a decir que la ley de extranjería es violencia machista. Cuando, quizás, una de las demandas centrales dentro del feminismo ahora mismo debería ser: ¡Regularización Ya! No como si se tratara de un pedido con el que se simpatiza, sino como un reclamo urgente del que depende la vida de muchas mujeres. Un reclamo, por lo tanto, profundamente feminista.
La primera gran movilización post pandemia en todo el Estado español, organizada por la Comunidad Negra Africana y Afrodescendiente en España (CNAAE), fue antirracista. La ola de indignación que siguió al asesinato de George Floyd en Estados Unidos generó protestas en múltiples territorios. No porque fuera una «moda», como acusaron algunos en las redes, mostrando su absoluto desconocimiento de los colectivos antirracistas locales, sino porque el racismo institucional atraviesa los cuerpos de las personas racializadas en múltiples territorios del planeta.
Hay un reconocimiento mutuo que es una de las bases de un internacionalismo cada vez más necesario y especialmente importante, además, para mostrar la forma en la que fronteras y racismo operan en conjunto. Como sucedió con la Huelga Feminista del 8M, cuya inspiración fueron el paro de mujeres en Polonia y el Ni Una Menos de Argentina, la vocación internacionalista es una de las potencias políticas fundamentales en las luchas sociales contemporáneas, ahora que el discurso soberanista se alimenta con la incertidumbre de la pandemia y que las crisis económicas que ya se anuncian son un presagio de las violencias, que se intensifican día a día, hacia los cuerpos de las migrantes.
El reconocimiento en las experiencias de otras latitudes y la larga tradición de luchas y aprendizajes feministas locales fueron el aliciente para que el 8M irrumpiera de forma masiva en los últimos años. De igual forma, el asesinato de George Floyd y la tradición de lucha antirracista en el Estado español, organizada alrededor de demandas muy concretas como la derogación de la ley de extranjería, la ratificación del convenio 189 de la OIT, y el fin de las redadas racistas, entre otras, fueron el combustible que encendió la gran movilización en todo el territorio español en junio de este año. Internacionalismo radical y genealogía: ambas herramientas forman parte fundamental del feminismo y del antirracismo de estos últimos años.
Mirarnos en nuestras tradiciones de lucha y en los horizontes compartidos con los movimientos feministas y antirracistas en otros territorios, reconocernos en ellos, tiene el potencial político necesario para hacerle frente a la extrema derecha y al fascismo que, lastimosamente, también se fortalecen por medio de alianzas transnacionales. Es necesario tener presente que en los discursos de la extrema derecha el ataque frontal al feminismo se solapa de forma muy hábil con el racismo, agitando a partir de cifras manipuladas la imagen distorsionada de «manadas de extranjeros», ante las que las feministas supuestamente guardan silencio. La respuesta, por lo mismo, debe ser necesariamente conjunta: al racismo soberanista y testosterónico, hay que responderle con feminismo antirracista y transnacional.
Tenemos las herramientas y el tejido internacional para articular a gran escala ambas luchas. Y, sin embargo, este reciente ciclo de movilizaciones antirracistas globales, no parece haber contado con el impulso masivo de todos los feminismos del Estado español. Quizás porque, una vez más, sus demandas no han sido percibidas como propias. Sin embargo, en este contexto pandémico en el que nos hallamos, todavía estamos a tiempo de que la demanda por «la regularización permanente y sin condiciones de todas las personas migrantes y refugiadas» sea reivindicada como una prioridad en la agenda feminista. Quizás, incluso, el impulso de la lucha global antirracista pueda abrir un nuevo ciclo de movilizaciones feministas masivas, que trasladen las protestas y la potencia política de los cuerpos a las fronteras asesinas del Estado español, que tanto obsesionan a los soberanistas y que, sin lugar a dudas, se tornarán más violentas en el mundo post pandemia.
En este sentido, el odio que supuran las redes sociales es tanto un síntoma preocupante del presente como un recordatorio urgente de lo que puede venir. El antídoto, entonces, debe ser la apuesta decidida por un internacionalismo radical, que articule las genealogías feministas-antirracistas locales y defienda una agenda de demandas compartidas que, en un sentido profundamente vital, son herramientas de una misma lucha.
Más información ǀ https://regularizacionya.com/ ǀ https://hacialahuelgafeminista.org/migracion-antirracismo/