«No hay riqueza más peligrosa que una pobreza presuntuosa»
San Agustín (354-430) Obispo y filósofo.
En la primera parte de este trabajo vimos el porcentaje de ciudadanos de este país que se enmarcan a sí mismos en la clase media, sus ingresos y sus gastos más básicos. Ahora, para finalizar, veremos las conclusiones.
A vista de pájaro
La gráfica nos muestra los salarios medios en la UE. Como vemos España no solo está por debajo de la media europea sino que aún lo está mucho más de los países más desarrollados aun tratándose de la cuarta economía de la misma.
Además, como hemos visto en el capítulo anterior, un buen número de indicadores básicos nos muestran que los salarios en nuestro país resultan más desproporcionados que en estos.
Así comer todos los días, tener acceso a internet, pagar el teléfono, la luz y tener un sitio donde dormir, aparte de vestirse, llevar a los niños a la escuela y acometer todos los gastos inherentes a una familia, a la vista de los datos y teniendo en cuenta los ingresos más habituales se hace toda una odisea para un alto porcentaje de la población de este país llegar a fin de mes.
Lo que en definitiva nos indica que para todas esas personas su capacidad de ahorro es prácticamente nula y todavía nos quedará un parámetro incuantificable pero también a tener en cuenta: «el disfrute de vivir».
La pobreza
¿Cuál es el umbral de la pobreza? La ONU utiliza dos acepciones distintas según se trate de países subdesarrollados o de países desarrollados. En el primer caso se trata del llamado «umbral de pobreza absoluto» mientras que en el segundo se trata del «umbral de pobreza relativo». Para el primero se valoran términos que conducen a un mínimo de supervivencia.
El segundo, que es el que ahora nos interesa, estima en riesgo de pobreza a todas aquellas personas cuyos ingresos no alcanzan el 60 % del salario medio del país que se trate. Ello nos sirve para evaluar los desequilibrios existentes y el porcentaje de población que sale peor parada y, como decíamos antes, le cuesta más llegar a final de mes.
Al margen, claro está, de sus enormes dificultades para acceder a otras actividades más lúdicas como por ejemplo asistir a un espectáculo, salir a cenar o menos aún ir de vacaciones.
En el caso de España el umbral de pobreza para una familia media con dos menores de 14 años se estima en los 18.919 € anuales (datos de 2018). Si lo comparamos con el resto de países de nuestro entorno veremos que los datos no nos dejan tampoco muy bien parados, situando a España en el 6.º lugar de la UE con una de las tasas más altas.
Los resultados
El apartado anterior resulta harto significativo. Por cuanto los indicadores nos dicen que todos aquellos hogares con ingresos iguales o inferiores a 19.000 € anuales se sitúan próximos o por debajo del umbral de la pobreza relativa y, sin embargo, según su percepción subjetiva buena parte de los afectados se consideran clase media como veíamos al principio de este trabajo.
Y para colmo el último informe laboral de Cáritas nos advierte que en España 2.5 millones de personas que trabajan son pobres.
A la vista de todo lo expuesto los datos son lo suficientemente elocuentes para afirmar que la clase media ha sido la víctima propicia de la borrachera neoliberal de las últimas décadas y la gran damnificada de la crisis financiera de 2008.
Una borrachera impulsada y sostenida por los partidos liberales de manera dominante en la escena europea desde finales del milenio pasado y con la connivencia de los partidos socialdemócratas al abandonar éstos sus principios más elementales.
Un estropicio en toda regla que, de no mediar remedio, culminará la actual pandemia. Algo que, curiosamente, apenas si ha tenido coste electoral en el lado conservador, mientras que ha situado al borde del abismo a las formaciones socialdemócratas.
La clase media, alimentada en su ego de manera absolutamente ruin por la ortodoxia capitalista, ha resultado su víctima más propicia a partir de ilusorias necesidades que contribuyen de forma ciega e inconsciente a un consumismo insaciable.
La absoluta frialdad y rotundidad de los datos nos advierte también que de no reconducir el modelo económico la civilización actual está condenada a la desaparición de la clase media y con ello a un incontenible aumento de los desequilibrios.
El futuro presente
En otro tiempo el modelo laboral se fue articulando conforme se desarrollaba la agricultura, la industria, el comercio, las finanzas, los servicios, etc. Incluso con la aparición de la informática los puestos de trabajo fueron evolucionando sin que ello significara una merma sensible de los mismos.
Pero la aparición y consolidación de la inteligencia artificial –máquinas capaces de tomar decisiones y que pueden rectificarse a sí mismas-, según todos los expertos va a significar la irremediable pérdida de millones de puestos de trabajos en todo el mundo.
Lo que provocará, en primera instancia en la industria manufacturera, que buena parte de esa clase media desaparezca y se ubique dentro de la clase trabajadora por cuanto solo quedarán dos tipos de trabajos: los especialmente cualificados y los que no.
De no mediar remedio la riqueza generada, tal como venimos viendo, se concentrará cada vez más en un menor número de personas. Lo que redundará en dichos desequilibrios y una cada vez mayor inestabilidad con los riesgos que ello supone para la paz social.
Conclusiones
Como hemos reiterado en diversas ocasiones la actual pandemia y las consecuencias derivadas de la misma, han puesto al descubierto todas las fallas de tan depravado modelo económico.
España se ha visto sacudida de manera extremadamente violenta por la pandemia, víctima además de todo el cúmulo de insuficiencias y deficiencias acumuladas durante décadas en su desarrollo productivo y social con extraordinaria repercusiones en el ámbito sanitario.
Quizá estemos ante la última oportunidad para revertir el sistema ante las amenazas de toda índole que sacuden al planeta y en ese sentido se atisban ciertos movimientos favorables en instituciones y medios influyentes de ámbito mundial que hasta hace poco parecían aferrados de forma inmutable a la doctrina dominante.
Sobre todo en lo que se refiere a la mejora de los servicios públicos y por ende del estado del bienestar en todas y cada una de sus facetas. Lo que proporcionaría estabilidad y mejores desempeños para las familias.
E incluso se masculla en determinados círculos, hasta hace poco inimaginables, la necesidad de restar a las élites en beneficio de lo que se llama «economía real», la que afecta a los hogares y las familias a pie de calle.
Sin embargo Isabel Díaz Ayuso, candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid por el Partido Popular, interpelada al respecto de la falta de desarrollos normativos desde su gobierno tras dos años de gestión, respondía hace unos días que su obligación, desde el punto de vista liberal, no era la de legislar sino la de «desregular», hasta el límite de lo posible.
Una respuesta de lo más coherente con la lógica neoliberal y un síntoma de las enormes reticencias de una parte del aparato conservador para cambiar el modelo a pesar de sus consecuencias altamente dolorosas para un segmento importante de la ciudadanía.
Ignoradas e incluso asumidas por su propio electorado, tanto o más numeroso, presa de su versión del sueño americano.
Su fe le mantiene aferrado a ese mantra neoliberal que afirma que las disfunciones del modelo vigente son consecuencia de un todavía exceso de regulación y que solo a través de una mayor liberalización en todos los campos y materias será posible el progreso. O al menos su manera de entender este último.
En resumidas cuentas mayores dosis del «laissez faire» que propusiera François Quesnay y de «la mano invisible» y ese «egoísmo responsable» que fraguara en ambos casos Adam Smith.
Impasibles frente al keynesianismo y las virtudes del estado del bienestar fruto de las políticas del periodo de posguerra europeo.
De seguir avanzando por tan inconmovibles derroteros la cuestión a dilucidar será entonces si la civilización podrá sobrevivir a semejante modelo de sociedad cautivo de sus ambiciones y presto siempre a tocar a rebato.