Como todos sabemos, el petróleo –combustible fósil-, es un recurso natural que se debe considerar no renovable, porque se forma por descomposición, a través de millones de años, de sustancias orgánicas existentes en el interior de la tierra.
Personas interesadas por este recurso natural, indican que el primer pozo de petróleo moderno se perforó en 1859 en Pensilvania (Estados Unidos) y que, desde 1928 hasta 1970, Venezuela fue el primer país exportador de petróleo en el mundo.
Preocupados por el tiempo en que el ser humano podía utilizar este recurso, denominaron pico del petróleo al momento en el que se alcance la tasa máxima de extracción; después de ese tiempo la cantidad de petróleo que se puede extraer de ese pozo es cada vez menor y más difícil.
Hace mucho tiempo que se habla de la llegada del pico de petróleo. En 1971 alguien previó que el pico de petróleo llegaría en 2005. Entre 1998 y 2004, las compañías multiplicaron por tres sus esfuerzos por buscar yacimientos. Desde el año 2014, viendo que estaban perdiendo muchísimo dinero, redujeron drásticamente sus inversiones en un 60%.
Antonio Turiel, físico del Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC) y autor del blog The Oil Crash, explica en su último libro (Petrocalpisis, Alfabeto, 2020), que nuestra economía adicta al petróleo se enfrenta a un inminente síndrome de abstinencia, debida al pico del petróleo: una caída irreversible en la producción de hidrocarburos.
Por otra parte, otros científicos están advirtiendo de los problemas que plantean los gases que se desprenden en la combustión del petróleo: gases que alteran la composición de la capa gaseosa que nos protege de las radiaciones ultravioleta procedentes del astro alrededor del cual gira la Tierra, El Sol. Efectos negativos de las emisiones de efecto invernadero sobre el clima. Advertencias que no cesan, debido a la evidencia de que nos aproximamos a lo que muchos califican de catástrofe planetaria o extinción de la especie humana.
Hace unos días el secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), indicó que los científicos que siguen la evolución del clima habían alertado de que estamos cerca del punto de no retorno. «Estamos cavando nuestra propia tumba» o como ha dicho el pensador indígena Ailton Krenak, «el futuro es ahora y puede que no haya mañana».
Tenemos dos problemas que giran alrededor de un mismo recurso natural: uno el problema del cambio climático, y otro el que, según algunos cálculos, estamos llegando o ya hemos llegado, al máximo de producción y a partir de ahí inexorablemente irá disminuyendo la cantidad de combustibles fósiles disponibles cada año.
El fracking
Con ocasión de la guerra de Ucrania y el consiguiente interés para no comprar petróleo a Rusia «Biden ofrece gas a Europa para que renuncie al de Rusia» (El Pais 25 de marzo) y «Europa acepta un gas de Estados Unidos fruto del fracking, sistema de extracción que la Unión Europea rechaza» (El Pais de 26 de marzo) y siempre ha rechazado.
¿Por qué Europa no ha empleado o emplea el sistema de extracción de petróleo que utiliza Estados Unidos, es decir el denominado fracking? Porque el fracking es una técnica empleada cuando se ha llegado al pico y que consiste en extraer combustibles fósiles del subsuelo mediante el empleo de agua a presión. Es un sistema que ha generado muchas protestas porque supone una contaminación de acuíferos, elevado consumo de agua, contaminación de la atmósfera, contaminación sonora, migración de los gases y productos químicos utilizados hacia la superficie, contaminación en la superficie debida a vertidos y los posibles efectos en la salud derivados de ello. También argumentan que se han dado casos de incremento en la actividad sísmica.
Son dos problemas distintos pero muy relacionados entre sí; los dos plantean problemas fundamentales sobre nuestro futuro. Como señaló el Informe sobre Desarrollo Humano 2011 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) «Nuestro modelo de desarrollo está chocando con límites concretos: nuestra dependencia de los combustibles fósiles (carbón y petróleo) y la emisión cada vez más intensa de los gases de efecto invernadero».
Cada vez está más claro que nos vemos abocados a construir una sociedad que emita menos gases de efecto invernadero y que vaya sustituyendo su dependencia de combustibles fósiles.
Aunque algunos gobiernos están permitiendo que se extraigan combustibles fósiles después de que, en un yacimiento, se haya llegado a su cenit, no tendremos más remedio que diseñar un mundo sin esos recursos, aunque los gases procedentes de su combustión no fueran tan dañinos como lo son porque esos gases son los culpables del cambio climático.
La transición de un mundo con combustibles fósiles a otro sin combustibles fósiles la debemos realizar lo antes posible: somos responsables de dejar a las generaciones futuras un mundo donde sea posible la vida del ser humano.
Comunidad de transición
En 2005 Rob Hopkins, ambientalista, docente de una escuela de adultos en la Universidad de Kinsale (Irlanda), abordó, junto con sus alumnos, el problema de cómo la sociedad podía adaptarse al cambio climático y funcionar sin necesidad de petróleo. De ese trabajo surgieron las denominadas comunidades (pueblos y ciudades) de transición.
Una comunidad de transición no es una comuna, ya que cada uno tiene su trabajo y sus bienes; es un pacto de cooperación en el que cada uno está dispuesto a ayudar a sus vecinos cuando tengan dificultades sabiendo que los demás harán lo mismo el día que los problemas tengan su propia cara.
Quienes participan activamente en el proyecto reducen su consumo de energía y el uso del coche, cultivan y compran comida local, trabajan lo más cerca posible de sus casas, conocen a sus vecinos, construyen sus viviendas con materiales de la zona, aprenden habilidades perdidas como coser o hacer punto y tratan de no viajar en avión (Hopkins renunció a este medio de transporte y cuando daba charlas fuera del Reino Unido lo hacía por videoconferencia).
Los miembros de una misma comunidad comparten sus jardines para plantar verduras con quienes viven en pisos, las empresas encargan auditorías para reducir su consumo energético y más de 70 tiendas vendían sus productos en libras totnes, su moneda local (El País, 7 de agosto de 2010). Su modo de hacer está muy relacionado con la economía colaborativa: empresas de intercambio de residuos, reparación y reciclaje de objetos antiguos en lugar de tirarlos a la basura, etc.
Es muy difícil saber cuántas ciudades y pueblos han suscrito un plan de ciudad en transición. Parece que en septiembre de 2008 ya eran cientos los pueblos y ciudades reconocidos oficialmente como comunidades de transición en Reino Unido, Irlanda, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Italia y Chile. En España van surgiendo tímidamente pueblos y ciudades como Coín (Málaga), Jerez de la Frontera (Cádiz), o Barcelona, que van andando hacia la Transición.
Existen bastantes páginas web creadas para hacer fácil la creación de comunidades de transición. Además, se imparten cursos para enseñar cómo formar un ciudad de transición, uno de ellos tuvo lugar –no recuerdo la fecha- en la Casa Encendida (Madrid) a cargo de Ana Huertas y Juan del Río (Red de Transición).
Debo confesar mi extrañeza ante la ausencia de más propaganda sobre las comunidades de transición o cualquier otra propuesta de la sociedad civil, El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz ha dicho que la verdadera fuente de riqueza de una nación es la creatividad y la innovación de su gente. No es la única persona que ha realizado una afirmación de este tipo.
Jeremy Rifkin, uno de los pensadores sociales más celebres de nuestra época, en su libro La sociedad de coste marginal cero. El Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo (2014, Paidós), «relata la aparición de un sistema económico en la escena mundial, el procomún colaborativo, el primer paradigma económico que ha arraigado desde la aparición del capitalismo y el socialismo a principios del siglo XIX.
Según Rifkin, este nuevo sistema está transformando la manera de organizar nuestra vida económica ofreciendo la posibilidad de democratizar la economía mundial, reducir la diferencia en los ingresos y crear una sociedad más sostenible desde un punto de vista ecológico» (Portada). «La transición de la era capitalista a la Edad Colaborativa va cobrando impulso en todo el mundo y es de esperar que lo haga a tiempo de restablecer la biosfera y de crear una economía global más justa, más humanizada y más sostenible para todos los seres humanos de la Tierra en la primera mitad del siglo XXI» (Último párrafo del libro). Las comunidades de transición son un ejemplo.