Por lo mismo que a Bolsonaro, Le Pen, Abascal, Salvini… ¿Qué tienen todos ellos en común? Una perturbadora verborrea, el uso fraudulento de la propaganda a través de lo que se ha dado en llamar «posverdad», un poderoso componente nacionalista y un marcado odio a lo diferente, bien en forma de racismo o contra los inmigrantes.
Entre otras particularidades como puedan ser la exaltación del militarismo, la censura a los medios que ejercen algún tipo de crítica con los mismos, en lo económico un ultra neoliberalismo recalcitrante y el reproche constante a las instituciones erigiéndose de paso en adalides del orden y la democracia.
Sin ir más lejos en lo que nos toca más de cerca, Vox con Santiago Abascal al frente que no oculta sus simpatías al magnate americano y promueve sus delirantes teorías conspiratorias, se ha caracterizado por negar la entrada a sus mítines a medios no afines, la incorporación a éstos de marchas militares y evocadores cánticos a la muerte o por citar lo más reciente su feroz crítica al ingreso mínimo vital apoyada en falacias y, por enésima vez, criminalizando a la inmigración por el mero hecho de serlo.
Tácticas que recuerdan en buena medida a las empleadas por los movimientos extremistas en Italia, Alemania o Austria en el periodo de entreguerras, que se valieron de la democracia hasta lograr el poder para acabar denostándola después con las devastadoras consecuencias que dejaron para la historia en el continente.
¿Qué representa Trump?
Donald Trump es un multimillonario procedente del mundo de la construcción, gestor de casinos, hoteles, organizador durante dos décadas de concursos como Miss Universo y Miss USA al que le ha gustado siempre la fama y el estruendo mediático y no en vano fue protagonista de un reality show en la televisión durante más de diez años.
En su lógica egocentrista, Trump decidió dar el salto a la política en el año 2000, sufriendo una serie de traspiés hasta que inmiscuyéndose en la singular maquinaria electoral republicana, ante la sorpresa de propios y extraños, completó una tan polémica como triunfante campaña electoral que acabó propiciándole la presidencia del país más poderoso del planeta en 2016. Curiosamente, también como en algún que otro caso, habiendo obtenido menos votos populares que su rival en las urnas en aquella ocasión la representante del Partido Demócrata Hillary Clinton.
Imbuido por ese nacionalismo radical al que nos referíamos antes Trump se desinteresó desde el primer momento por la política internacional, más allá de los habituales intereses comerciales, para centrarse específicamente en la política interna de su país, el «America first», tomando por referencia elementos tan peligrosos como la supremacía blanca, la xenofobía y el negacionismo -tal como puede verse hoy por hoy en todo el desarrollo de la actual pandemia del coronavirus-, todo ello promocionado a través de un virtuoso uso de las redes sociales.
Trump, haciendo una y otra vez gala de su obstinas individualismo –un perfil de alto calado en buena parte de la cultura estadounidense-, que exhibiera sin tapujos durante la campaña electoral proclamando su visceral rechazo a una sanidad pública en base al mismo, en lo económico ha propiciado el desmantelamiento de los servicios públicos en aras del capitalismo más despiadado.
No en vano y con la intención de priorizar la salud de la economía norteamericana sobre la salud de los ciudadanos de su país, después de haber negado una y otra vez los estragos del Covid-19, Trump incita a los citados movimientos supremacistas a que se manifiesten en contra de las políticas de confinamiento aplicadas en los diferentes estados en su lucha contra la pandemia, con sus peculiares y extravagantes formas exhibiendo su fuerza y sus armas, ante las sedes de la soberanía parlamentaria.
La revuelta popular.
El homicidio de un inocente como George Floyd de raza negra, a manos de una policía cada vez más radicalizada, es el enésimo episodio más de un racismo intrínseco en buena parte de la sociedad americana que no se ha marchado nunca del todo. Pero en cualquier caso, lo que en un principio dio lugar a una serie de manifestaciones en contra de lo sucedido se ha acabado transformando en toda una revuelta social que, en tiempos de coronavirus, ha puesto en evidencia la desafección de otra gran parte de la sociedad americana a un modelo político y económico altamente deshumanizador de la misma.
Por desgracia, las escenas de saqueo y violencia de una minoría frente a multitudinarias manifestaciones pacíficas, han acabado resultando el foco de atención mediático por una parte dado el sensacionalismo mórbido de muchos medios de comunicación y su ávida clientela y de otra una excusa más para la exacerbación del «Trumpismo», intentando deslegitimar con su charlatanería habitual el sentir mayoritario de la protesta.
Tras la Gran Recesión la recuperación económica apoyada en la caída del desempleo impulsada por las políticas económicas de la administración Obama, no ha podido paliar la cada vez mayor precariedad laboral que está dando pie a la sensible polarización de la sociedad norteamericana. Y a una preocupante deriva antidemocrática que viene poniendo de manifiesto Trump y sus huestes, guardianes de la ortodoxia capitalista y neoconservadora de su administración.
La pandemia ha puesto en evidencia todos los estragos causados por las políticas ultra liberales durante décadas y, más especialmente, las impulsadas por la administración Trump y, como ya hemos citado, tras la aniquilación de las reformas planteadas por la del anterior presidente Barack Obama.
El horizonte electoral.
El peligro se cierne ahora sobre el horizonte de las elecciones presidenciales del próximo mes de Noviembre en que sea la propia revuelta la excusa para, en una sociedad tan altamente polarizada, Trump pueda hacer tambalear los cimientos mismos de la democracia, contando para ello con un apoyo suficiente en las urnas.
Algo no muy diferente a lo que puede suceder en Europa con sus correligionarios citados al principio de este artículo y que proliferan por doquier a lo largo y ancho del continente europeo.
El coronavirus ha venido a trastocar, sin duda, nuestro modelo de sociedad. El que sea para bien o para mal aún queda tiempo para verlo pero, en cualquier caso, buena parte de la respuesta pasa por las que tendrá que tomar la ciudadanía cuando llegue el momento oportuno para ello.