Hace unas semanas abría su portada el ABC con un nuevo SOS de los pequeños negocios, en esta ocasión tras el cierre de 19.000 establecimientos al finalizar el mes de agosto.
Casualmente, esos mismos días, escuchaba unas declaraciones de un concejal del ayuntamiento de Badajoz en el que valoraba el esfuerzo de su administración –casi tres décadas al frente del mismo-, siendo la que menos tasas cobra de España favoreciendo así a los pequeños comerciantes de la ciudad.
Sin embargo tanto en España en general como en Badajoz en particular la secuencia es la misma: el pequeño comercio se desvanece y es obvio que no se trata de una cuestión tributaria sino porque sus ventas y márgenes se hunden inexorablemente y, para colmo, sus costes estructurales aumentan y coyunturas como la actual crisis energética vienen a propiciar la estocada definitiva.
Hace años que empezó el declive del pequeño comercio. Antes incluso de la anterior crisis económica de 2008. Por una parte la proliferación de grandes centros comerciales en la periferia de las ciudades, de otra la consolidación del comercio online y con él la irrupción de gigantes como Amazon, Aliexpress o más recientemente Shein, y, lo más importante, la fascinación por un nuevo modelo de consumo que ha alejado a la ciudadanía de su comercio de toda la vida.
Este último extremo, un consumismo desaforado alentado por una publicidad endiablada basado en el concepto de «usar y tirar», por el que se empuja al consumidor a reemplazar la calidad por la cantidad y del que el «fast fashion» en el mundo de la moda es uno de sus principales exponentes.
Así como su infame ampliación del concepto de clase media, aun la manifiesta devaluación de la misma, que ha arrastrado a los consumidores a semejante deformación del modelo de consumo. Una consecuencia más de esa errónea concepción de clase sobredimensionada, manipulada artificialmente, hasta quedar atrapada por una ilusoria percepción de sí misma.
Ni siquiera las conocidas y devastadoras consecuencias de tan desorbitada manera de consumir para el medio ambiente sirven de freno a una mayoría de consumidores ensimismados con la posibilidad de atiborrar su armario y acumular más y más pertenencias que, a su juicio, les reconozcan el ascenso social.
La cadena de valor
La consolidación de la precariedad laboral es otra de las características de esta cadena de valor. Desde la fabricación y la distribución hasta llegar a las tiendas minoristas donde el empleo es sinónimo igualmente de temporalidad y salarios bajos.
Además ello conlleva la multitudinaria pérdida de otros tantos puestos de trabajo en la red minorista tradicional por lo general más estables y cualificados. Cuando no la manifiesta merma de ingresos fiscales, como en el caso de Amazon que a través de la ingeniería fiscal no ha pagado ni un solo euro de impuestos en Europa tras facturar más de 51.000 millones en 2021.
No es menos cierto que el pequeño comercio debe actualizarse también en muchos casos pero, sin duda, solo a través de la especialización y el predominio de una manufactura que conlleve cierta exclusividad podrán lograr su supervivencia.
Por lo general, más allá de muy contadas excepciones, su incorporación a los medios online, acaba siendo reducida a cenizas absorbidos por las grandes plataformas que, como en las grandes cadenas de distribución, sus reducidos costes permiten unas contraprestaciones, en ocasiones en precio, en ocasiones en servicios, inasumibles para el pequeño comercio.
Poco o nada han logrado las administraciones públicas, más allá, de expresiones grandilocuentes y ayudas y subvenciones malogradas al carecer de juicio alguno fruto bien del desconocimiento o de un argumento electoralista cualquiera.
Reconducir una situación tan deteriorada, peor aún la envergadura de sus competidores, solo es posible con una actuación firme y decidida de la política y, sobre todo, un esfuerzo en todos los niveles por fomentar otro modelo de compras entre los consumidores.
Un esfuerzo titánico de todas las administraciones que difícilmente podrá tener efecto mientras el neoliberalismo siga siendo el santo y seña del modelo económico.
En resumidas cuentas
Por último bien podrían los habituales tertulianos de los grandes medios de comunicación abstenerse de debates absurdos en torno a la mayor o presión fiscal sobre los autónomos por cuanto esta, en su mayor parte, no dejar de ser una variable directamente proporcional en función de los beneficios y no su «casus belli».
En lo concerniente a las tan entredichas cotizaciones estas hace tiempo que proporcionan ventajas para aquellos que se aventuran por su cuenta durante los primeros años de ejercicio. Además, por fin, el actual gobierno ha atendido una histórica demanda del colectivo por la cual dichas cotizaciones, como en el régimen general, serán conforme a los ingresos netos de los autónomos.
En definitiva dejemos lo superficial, a buen seguro más fruto de la distracción -cuando no del desconocimiento-, que de la discusión y centrémonos en lo verdaderamente importante.
El atolladero fundamental del emprendedor en España es la inviabilidad de la mayor parte de proyectos con los que una interesada promoción mediática aboca a muchas personas en busca de una salida más en modo supervivencia que profesional, como cabría exigirse en estos casos.
Es sabido que España ha excedido siempre la cuota natural de pequeños centros de trabajo mientras que en los países más avanzados progresan mucho más las pequeñas y medianas empresas con mayor número de trabajadores, proporcionándoles mejores aptitudes e incrementando los beneficios de todas las partes implicadas.
De esos barros estos lodos y si a eso añadimos tan delirante marco laboral como es históricamente el caso en España, tenemos la necesidad de romper ese círculo vicioso de una vez por todas. Lo que se hace sumamente difícil con unas organizaciones empresariales y de capital con unas conductas tan viciadas en el tiempo, a mayor gloria de las mismas y para las que nunca ha llegado el momento de actualizar un modus operandi que les proporciona pingües beneficios en el corto plazo.
O lo que es lo mismo: «Es el mercado, amigo» o «A quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga».
¿Hasta cuándo?