«Nosotros mismos somos nuestro peor enemigo. Nada puede destruir a la Humanidad, excepto la Humanidad misma».
Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955)
Como decíamos la semana pasada no hace falta recurrir a muchas encuestas para comprender la necesidad de un pacto entre las fuerzas políticas que contribuya a la reconstrucción del país derivada de esta crisis. Pedro Sánchez lo sabe y con toda seguridad todos los líderes de las fuerzas políticas, con la sola excepción de aquellos cuyo único objetivo sea la asunción del poder.
El protagonista.
A Pedro Sánchez le ha tocado erigirse como principal protagonista político en una situación que a buen seguro no desearía nadie ni al peor de sus enemigos. Con apenas tres meses tras la constitución de su gobierno, con una parte de la oposición implacable desde el primer momento y que intenta ahora aprovechar los estragos causados por el coronavirus para dilapidarlo, tiene ante sí un desafío como jamás hubiera imaginado.
Para colmo, Sánchez tiene en contra que su carrera política ha estado lejos de generar confianza. Toda vez vistos sus vaivenes desde el socioliberalismo al uso de su partido cuando arribó por primera vez a la secretaría general para, más tarde tras haber sido defenestrado por la vieja guardia del PSOE, abrazar la socialdemocracia en su segunda elección en un momento crucial en su carrera que se vio respaldada por el calor de los afiliados.
De aquel aparente cambio de rumbo y a pesar del «con Rivera no», que le pedían sus seguidores tras ganar las elecciones de Abril de 2019, su inquietante pacto con el propio Rivera en la versión más liberal y nacionalista del mismo que resultaría un sonoro fracaso y su tortuosa andadura en todo el proceso que acabó obligándole a convocar nuevas elecciones, le acabara propiciando ser carne de cañón para muchos.
Bien es cierto que Pedro Sánchez y la renovada cúpula de su partido habrán tenido que soportar presiones inimaginables, no ya desde las andanadas que no ha dejado de enviarle un cada vez más desconocido Felipe González –una caricatura de aquel que allá por los 80 cautivó a millones de españoles-, sí no desde las más altas instancias de los poderes económico y financiero empeñados en mantener a toda costa sus enormes privilegios.
Rectificar es de sabios y su repentina apuesta por un gobierno de coalición con Unidas Podemos, en el espacio natural que le correspondería al PSOE en coherencia a sus siglas, pilló a todos de sorpresa tras los incontables dimes y diretes que habían soliviantado tan necesario acuerdo hasta solo unas semanas antes del mismo.
Su cambio de actitud había despertado nuevas expectativas en un país del peso de España en la U.E. que, como en el caso de la vecina Portugal, apostaba por una especie de nueva edición de un Estado del Bienestar que la versión más extrema del capitalismo ha puesto al borde del precipicio.
La crisis del coronavirus ha hecho saltar por los aires dichas expectativas, al menos por el momento y resta por ver si la posterior y durísima reconstrucción del país será una oportunidad para empezar de nuevo, lejos de la respuesta que se diera a la crisis de 2008 que acabaron pagando las clases medias y trabajadoras mientras se enriquecían aún más los de siempre.
No lo va a tener fácil Pedro Sánchez para reunir en una misma mesa y sin que se tiren los trastos a la cabeza –a tenor de la terminología empleada en el congreso y la violencia desatada en las redes sociales desde hace tiempo-, toda la amalgama de protagonistas que habrán de sentarse alrededor de la misma.
A pesar de todo y a sabiendas del terrible drama al que se está enfrentando su gobierno, desbordado por toda una serie de acontecimientos desconocidos, tampoco hubiera estado de más haber pedido desde el primer momento al PP, como principal partido de la oposición, su colaboración para afrontar tan hercúleo desafío. Aunque no es menos cierto que la actitud de los populares ha sido tan cicatera con éste que habría hecho difícil a cualquiera haber dado un paso en dicho sentido.
Es obvio que durante la presente crisis el gobierno ha cometido errores, algunos de ellos de bulto y a buen seguro todavía le quedarán por cometer más, algo que sin duda podríamos extender a los de la mayor parte del mundo en la lucha contra un enemigo tan inédito como imprevisible. Además de haber pecado en ocasiones de soberbia, otro mal endémico de los que gobiernan.
Pero no es menos cierto que la actitud del Partido Popular, todo un partido de gobierno, ha sido absolutamente ruin con respecto al mismo, sin duda porque se trata de una postura que viene de lejos, mucho antes que el coronavirus aflorara en las noticias y del que, por cierto, en ningún momento, hasta la declaración del Estado de Alarma, hizo una sola interpelación al respecto.
Una cosa es la crítica y otra todo el repertorio de descalificaciones que está propiciando contra el gobierno de Pedro Sánchez, muy al contrario de lo que está ocurriendo en el resto de Europa con la salvedad, claro está, de formaciones en el extremo del tablero político como es el caso en España de Vox o en Francia del Frente Nacional.
En cualquier caso lo hecho, hecho está y tanto por una parte como por la otra esperemos que hagan caso al criterio de esa inmensa mayoría de ciudadanos que se manifiestan en todas las encuestas favorables a que pueda llegarse a un acuerdo entre todos o casi todos ante el chorro de dificultades que está afrontando y va a tener por delante España.
«Altura de miras», una expresión que si no creo recordar mal empleaba con cierta asiduidad Adolfo Suárez, es lo que van a necesitar todos para resolver semejante encrucijada.
El reparto (de papeles), quién es quién.
Enfrentarse a la mayor catástrofe que ha conocido el mundo civilizado en los últimos 80 años y sobre todo en un país como España que necesita un completo reseteo tras los estragos causados durante varias décadas por las políticas neoliberales, antes y después de la Gran Recesión de 2008, es todo un reto de proporciones ignoradas hasta ahora.
Evidentemente Vox, un partido en los límites de la democracia, con un personaje como Santiago Abascal a la cabeza que pide que España se convierta en la versión europea del Far West, resulta casi inverosímil que pueda firmar un acuerdo de las características que se propone junto a la mayor parte del arco parlamentario y lo más probable que en su línea habitual lo repruebe con un sonoro portazo.
Abascal y su corte de adláteres necesitan del «cuanto peor, mejor», para mantenerse en la cresta de la ola y pescar todo lo posible a río revuelto. Probablemente de no haber sido por el dilema catalán, por la general disminución del nivel de renta de la mayor parte de la ciudadanía tras el crack de 2008 y por el ya referido efecto acción/reacción a cuenta de determinadas cuestiones sociales Vox difícilmente hubiera alcanzado cuotas tan relevantes en el parlamento español.
Si aceptara por tanto forma parte de un acuerdo de estas características y que, de una manera u otra le implicara, perdería toda razón de ser su iracundo discurso y con ello el beneficio de su electorado más fiel al que encandila fácilmente a base de arengas a cual más exageradas, respuestas simples a problemas altamente complejos y un excepcional manejo de las redes sociales del mismo modo que sus homólogos europeos.
Por su parte Pablo Casado y el Partido Popular no deberían tener alternativa posible como partido de gobierno que ha sido y que aspira volver a ser para unirse a este reto. Por mucho que intente endurecer su discurso contra el actual gobierno, ni su propio electorado podría perdonarle su incapacidad para sumarse a la iniciativa de motu proprio y que sus propuestas más concretas cara a esta crisis se limiten por el momento a exigirle al gobierno corbatas negras, banderas a media asta y las habituales recetas de bajadas de impuestos de su doctrinario.
Lo que más debería preocuparnos de Casado es la influencia que pueda ejercer sobre el mismo su mentor José Mª. Aznar al que se diría encandilado en su papel de prohombre que levita sobre las aguas y con su prédica remede la palabra de un dios. Y eso, por mucho que en su bagaje figure ser el promotor de la mayor burbuja financiera e inmobiliaria de la historia de España o que junto a sus amiguetes liderara un partido convertido en un entramado de corrupción con el objetivo de ganar elecciones, tal como dictaminara la justicia.
El único del trío de las Azores que ha sido incapaz de reconocer que la guerra de Irak fue un error y que sus consecuencias han resultado devastadoras a lo largo y ancho de todo el mundo. El hombre que, todavía no ha podido asumir la derrota de su partido tras los atentados del 11M y se diría que reclama venganza a diario por ello.
¿Podría cobrársela ahora poniendo palos a las ruedas hasta que resulte imposible un marco sincero de colaboración con el gobierno, aunque ello resulte perjudicial para los ciudadanos? De momento FAES, la fundación que dirige el ex presidente, la que utiliza como altavoz de su retórica y de la que se apartaron Rajoy y los anteriores líderes del partido, se diría va marcando las pautas a su nuevo paladín.
Ese y no precisamente Pedro Sánchez o Pablo Iglesias quizá sea el verdadero escollo que tendrá que salvar Pablo Casado para aceptar lo que la inmensa mayoría de españoles le reclaman –incluidos sus propios electores-, para que participe en una mesa de trabajo y diálogo y sea capaz de alcanzar acuerdos para la reconstrucción de España. Dicho de otro modo, respetar las reglas de la democracia empezando por reconocer la legitimidad del actual gobierno y aprender de los errores cometidos desde hace muchos años y que están contribuyendo a vivir hoy tan trágicos momentos.
Ciudadanos, con una renovada Inés Arrimadas, en su enésimo viraje hacia no se sabe qué, parece más dispuesto ahora a formar parte de la solución que del problema. Muy al contrario de como ha venido haciendo desde el pistoletazo de salida del conflicto catalán. Otra lección a aprender.
Y con respecto al resto más relevante de nuestra familia política, lo más previsible es que el PNV, el más hábil negociador que ha conocido esta etapa de la historia de España, esperemos quiera arrimar el hombro dentro de su habitual equidistancia. Y nos quedan los independentistas catalanes, pero eso es otra historia.
Insistamos en que ERC tiene que ser consciente de cuales han de ser las prioridades y las perentorias necesidades de los ciudadanos en el corto y medio plazo. ERC es un partido con larga experiencia también y, haciendo gala a su ideario social vistas las consecuencias derivadas de la presente crisis, deberá dejar a un lado sus pretensiones independentistas inmediatas y esperar, años vista, un entorno más favorable para embarcarse en tan sentimental aventura. Menos aún intentar sacar tajada del gobierno en tan dramáticas circunstancias.
Lo de Junts per Catalunya resulta aún más complicado por dos razones: la primera que bajo las siglas de Convergencia el desafío independentista es lo que le ha permitido sobrevivir al malestar del pueblo catalán por sus políticas de recortes como respuesta a la crisis de 2008 y de paso también desviar la atención de sus tramas y corruptelas.
Y en segundo lugar su decidido carácter liberal. Lo único que nos queda desear por su parte es que, del mismo modo que ha sabido pactar numerosas veces con el gobierno de España sea cual fuere el color de éste favoreciendo la gobernabilidad del país, en un arrebato de lucidez sepa estar nuevamente a la altura.
Empresarios y trabajadores.
Ni al margen de la política y menos aún fuera del tablero. En las antípodas en cuanto a sus respectivas inclinaciones ideológicas, sí hay algo que les une no es otra cosa que ambos se necesitan para llevar la nave a puerto.
Al margen de la quimera del mundo financiero donde solo se trata de reconducir de uno a otro lado toneladas de bytes para obtener suculentos beneficios, las empresas del mundo real necesitan trabajadores de carne y hueso para echarlas a rodar y que estos perciban una remuneración suficiente para que de manera directa e indirecta las mismas puedan tener dividendos.
Está en juego el conjunto de la sociedad española y por eso sería lógico contar con ambas partes en este proyecto.
Un problema de talento.
Hay quien reprocha la falta de líderes con suficiente predisposición y juicio en estos duros tiempos que corren. Hombres y mujeres «de estado», para sacar a España de semejante estropicio. Es verdad, no los tenemos desde hace muchos años y no es menos cierto que pocas veces pudo jugar este país semejante baza. A la vista queda su cuenta de resultados con un sistema sanitario diezmado y el conjunto de servicios públicos en desbandada.
Pero es lo que tenemos y no podemos dejar olvidar que no son más que el espejo de un modelo de sociedad que ha volatilizado preceptos básicos para el beneficio de la comunidad en pos de un individualismo exacerbado.
Las respuestas a la crisis financiera dieron buena prueba de la falta de empatía de la clase política con los problemas de la gente. Esperemos que una crisis como la actual -humanitaria en primer lugar y económica después-, sea capaz de dotar de una nueva identidad a la misma.
Los prolegómenos.
Hemos de asumir que el capitalismo seguirá formando parte de nuestro modelo económico y social pero hemos de ser conscientes del mismo modo que la corriente neoliberal dominante, la versión más radical del mismo, ha traído consigo consecuencias desastrosas como la Gran Recesión de 2008, el desaforado aumento de los desequilibrios sociales tras la fallida salida de la misma y la incapacidad para afrontar en las mejores condiciones la actual crisis sanitaria con un coste de vidas inasumible y unas derivadas sociales y económicas que aún están por ver.
A la vista de la reunión de la semana pasada entre el líder de la oposición y el presidente del gobierno, se diría que se han rebajado las expectativas ante la primera propuesta de un acuerdo de la extensión de los Pactos de La Moncloa. Que el asunto se debatirá en una Comisión del Congreso específicamente creada de manera inminente para el mismo y se centrará, al menos por el momento, en cuatro bloques: el sistema de salud pública, la reconstrucción económica, la protección social y las reivindicaciones ante la Unión Europea.
Un primer paso alentador vista la manera en que se está utilizando una crisis sanitaria de esta índole para endurecer aún más las andanadas de algunos de sus adversarios contra el gobierno. Solo hay que ver la reacción de estos ante unas aciagas declaraciones del Jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil en relación a los bulos y las noticias falsas que todos entendimos perfectamente, a pesar del patinazo, pero ante las que los agitadores salieron en tropel desde lo más profundo de la caverna mediática.
En ese clima resulta dificultoso pero no imposible que Casado pueda sumarse a un acuerdo más amplio –ya sin ningún tipo de apelativo a La Moncloa-, y más todavía cuando el gobierno ha aceptado que dicho acuerdo se debata en una Comisión al efecto en el Congreso aun siendo conocidas por su poca eficiencia. Esperemos que esta sí lo sea, se centre en lo verdaderamente importante y no sea retén de un relato del que todos, gobierno y oposición, andan siempre tan preocupados.
En cualquier caso Sánchez y su gobierno no pueden prescindir de arrestos ante la ferocidad de los ataques que viene recibiendo desde el primer día mucho más allá de la crítica y de cualquier cosa parecida a la libertad de expresión que se han acentuado ahora con la crisis sanitaria y con seguridad no lo serán menos durante la inminente crisis económica.
Deberá asumir, tanto él como su gobierno, que se trata del mismo procedimiento que vertebra especialmente la extrema derecha desde su irrupción con fuerza en toda Europa a la sombra de la crisis de 2008, con un modus operandi similar al que se empleara en el periodo de entreguerras en el primer tercio del SXX. A través de acaloradas pláticas y un prolífico uso de la propaganda con el objetivo de crear inestabilidad social, su objetivo no es otro que el de derribar gobiernos para presentarse después como salvadores de la nación y garantes de sus tradiciones y esencias.
Su retórica se adorna con continuas alusiones a la libertad y la democracia, aunque sean los primeros en repudiar a los medios críticos con su discurso, para después en el uso del poder fulminarlos literalmente. Algo que ya está ocurriendo en algunos países de la Unión Europea sin que las instituciones comunitarias sean capaces de frenarlo.
Casado por su parte debería asumir mayores riesgos y hacer cesiones en su voraz modelo económico no solo en el corto, sí no también en el medio y largo plazo o lo que es lo mismo no limitarse al citado «paréntesis» en el capitalismo. No se le puede exigir a un partido como el suyo su renuncia al liberalismo económico pero que al menos valore las durísimas consecuencias de llevarlo a sus límites más extremos.
En lo político no puede concentrar sus fuerzas en intentar recuperar a toda costa un electorado ensimismado por Vox y su contumaz verborrea anclada en un nacionalismo recalcitrante. De hecho a tenor de las encuestas, si Sánchez sale mal parado por la gestión de la crisis tanto o peor resulta el líder del Partido Popular.
En todo o en parte: El temario.
Si todo va bien, habría que desear que en breve plazo sea posible llegar a acuerdos y saber por fin cual va a ser la postura de la UE, otro de los parámetros fundamentales a tener en cuenta. Si la de huir nuevamente hacía adelante, incapaz de mutualizar la tragedia, lo que podría acabar significando la estocada al proyecto europeo o dar luz a una versión autóctona del Plan Marshall que garantice un espacio mejor de convivencia para todos.
Esperemos que, muy al contrario de lo que ocurriera en 2008, Alemania tenga la misma condescendencia que tuvieron con ella sus acreedores por las deudas contraídas durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial que le permitieron salir adelante y convertirse en la potencia que es hoy en día. Y que Holanda deje a un lado su intransigencia, máxime cuando tampoco puede decirse que, en lo que le toca, sea un techado de virtudes.
El Covid-19 ha obligado al reseteo de nuestro modelo de sociedad y como no nos cansaremos de repetir ha puesto en evidencia todas las fallas del sistema. Por eso, además de poner todos los medios a su alcance para la pronta recuperación de la normalidad, la Comisión del Congreso deberá tener en cuenta los problemas endémicos que arrastra España desde hace demasiado tiempo aportando respuestas y sentando las bases para el futuro.
Numerosas cuestiones a abordar, de las que solo relacionaremos aquí algunas de las mismas:
- Al margen de la iniciativa privada, el Estado tiene la imperiosa obligación de garantizar mediante servicios públicos de calidad necesidades básicas para la ciudadanía como son la sanidad, la energía, la educación o la vivienda entre otras. La pandemia del COVID-19 ha puesto en evidencia las debilidades de los mismos como ya venía advirtiendo desde hace tiempo la comparativa de numerosos indicadores con sus vecinos europeos y que ha acabado llevando en esta ocasión al colapso del sistema sanitario.
- El mundo financiero no puede campar a sus anchas, estar por encima de la economía real e influir en la vida de los ciudadanos de manera tan pretenciosa, por lo que debe estar sometido a un control riguroso de sus actos.
- Del mismo modo que a la banca, por ejercer un servicio público de necesidad para la ciudadanía, no se le pueden permitir todas las licencias. Como es ahora el caso de que vaya a obtener pingües beneficios de los créditos avalados por el estado, a raíz de la crisis del coronavirus, después de no haber devuelto la mayor parte del dinero del rescate que se le prestó.
- La deslocalización de la producción ha causado estragos en la crisis actual, motivo más que suficiente para rediseñar conceptos como los de reserva estratégica y globalización.
- En una sociedad avanzada no se puede tener una dependencia desproporcionada del turismo y el ladrillo para vertebrar todo un país en el club de los más desarrollados del mundo. Por lo que hay que fomentar otras vías de desarrollo a través de diferentes sectores de la industria, los servicios, etc.
- España es uno de los países donde la educación y la ciencia pasan de puntillas entre las inversiones del estado cuando ambos sectores resultan imprescindibles para el desarrollo. El primero fortaleciendo el nivel intelectual de sus ciudadanos para dar paso al segundo aportando respuestas al mundo actual y con el impulso de nuevas actividades que generen empleo y riqueza.
- Es preciso articular un modelo fiscal realmente progresivo. No se trata de subir tipos pero si de poner coto al fraude de las deducciones. Se trata de arbitrar un modelo justo, proporcionado y que, entre otras cosas, fiscalice todas las actividades comerciales, financieras e industriales que se desarrollen en nuestro país.
- En ese mismo apartado es necesario impugnar como corresponda y ante el conjunto de la sociedad a todos aquellos que hagan uso y disfrute de los paraísos fiscales para evadir sus contribuciones en España.
- Un efecto fundamental a corregir de nuestro mercado laboral es que la tasa de temporalidad en el empleo en España es la más alta de Europa, un problema que viene de lejos y tiene carácter estructural. Por eso, llegado cualquier momento de debilidad en la economía el desempleo se dispara al resultar despedidos masivamente los trabajadores temporales. Sin duda, otro de los efectos de la híper dependencia de un sector como el turístico de altísima estacionalidad y que se ha ido homogeneizando al resto de sectores de la industria y el comercio.
- Los autónomos representan el 80 % del tejido productivo en España y es uno de los colectivos más importantes en cuanto a la creación de empleo. En un momento en que los nuevos hábitos de compra están poniendo en un brete a los mismos se hace necesario generar políticas que apuesten por éstos que, por lo general, favorecen un empleo de mejor calidad que las grandes compañías distribuidoras. Un primer paso sería dar un carácter progresivo a su modelo de cotización en función de los ingresos percibidos, tal como sucede en el Régimen General y como ocurre por lo general en la U.E.
- La Constitución Española dice que todo ciudadano tiene derecho a una vivienda digna, pero en ningún extremo apunta que esta tenga que ser necesariamente de su propiedad. España tiene una exagerada desviación con respecto a sus vecinos europeos en cuanto a la vivienda en propiedad y el mercado del alquiler fruto de aquellas campañas del desarrollismo español –antes propietario que proletario-, que sembraron como uno de los pilares básicos del país la especulación en la industria del ladrillo. El estado ha de responsabilizarse de facilitar el acceso de una manera u otra a la vivienda evitando que los abusos sigan siendo la moneda de cambio de la misma.
- Es necesaria una apuesta decidida para la lucha contra el cambio climático. España, por su situación geográfica, será de las primeras en Europa en padecer sus secuelas y no puede servir de justificación la crisis económica que ha provocado el Covid-19 para bajar la guardia en dicho sentido.
Y tantas otras cosas imposibles aquí de relatar pero que, en muchos casos por no decir la mayoría de ellas, no son propuestas nuevas ni que en muchos países de la Unión Europea no se hayan puesto de una manera u otra en valor e incluso sigan vigentes todavía.
España no ha tenido tiempo en estos poco más de 40 años de democracia de situarse en cuanto a lo social al nivel de los países más desarrollados del continente. Por eso, cuando la borrachera neoliberal emprendió la defenestración de los servicios públicos en las últimas décadas del SXX y con la llegada del nuevo milenio, España todavía quedaba muy lejos de los mismos en cuanto a los recursos destinados al bienestar general de los ciudadanos.
Conclusiones.
Emmanuel Macron, presidente de la república francesa al que, precisamente, no se le puede acusar de ser un peligroso extremista, ha advertido que si la U.E. no está a la altura ante la crisis del coronavirus estará dando pie al aumento de los populismos, favoreciendo su llegada al poder y poniendo al borde del abismo el proyecto europeo. Macron insiste en no volver a cometer los mismos errores que cometió Francia en su día y acabaron desembocando en la 2ª. Guerra Mundial.
A fuerza de ser sincero no me embarga un especial optimismo ante la propuesta del presidente Sánchez de un acuerdo con las principales fuerzas políticas, empresarios y sindicatos para sacar a España de la crisis del coronavirus y trazar las bases de un nuevo contrato social que ofrezca garantías suficientes para mejorar de forma sensible nuestro proyecto de país.
Como hemos dicho ya por el clima existente en la clase política en la actualidad, porque la mayor parte de las propuestas del apartado anterior resultan inasumibles para el Partido Popular mientras se mantenga aferrado al integrismo neoliberal y su pulso permanente con Vox por recuperar una parte del electorado aunque sea a costa de poner en riesgo la estabilidad del estado.
Solo podemos aferrarnos a que sin necesidad de un ataque de cordura es indiscutible que se trata de la mejor opción posible, por no decir la única, para recomponer todo un estado fallido de cosas que un ente diminuto ha puesto en evidencia con la mayor contundencia. Por lo que si el Partido Popular rebajara la tensión, con absoluta seguridad, ayudaría a centrarnos en poner en marcha un país mejor para todos.
Tenemos también la necesidad de mantener las expectativas porque no acometer de la mejor manera un buen número de premisas el futuro que acecha a nuestra sociedad va a terminar poniendo rumbo hacia unos derroteros realmente peligrosos, que la literatura ya se ha encargado de pronosticar en numerosas ocasiones y en el que no podemos desdeñar nuevas pandemias que ya se nos advierte serán cada vez más frecuentes, a buen seguro como una deriva más de la degradación del medio ambiente.
Estamos ante una coyuntura que trascenderá a la historia y en la que no solo cabe esperar cómo se desenvuelve nuestra denostada clase política. Se trata de que todos seamos capaces de remar en la dirección debida, lejos de las tribulaciones de multitud de engaños y supercherías que se propagan como el mismo virus de manera interesada. Mediar en lo que nos toca para que la política sea el reflejo de esa sociedad a la que debemos aspirar y no un teatro de falsedades y mentiras.
Una formidable tarea que va a toparse con la influencia de lobbies al servicio de los postulados neoliberales que con sus extraordinarios recursos harán todo lo posible para hacer inviable cualquier batería de propuestas que pueda poner en riesgo el poder hegemónico alcanzado en las últimas décadas por la macroeconomía y el mundo financiero dentro de su lógica amoral.
Ya lo expusimos al principio de esta crisis, estamos en medio de una batalla entre dos maneras de entender la economía y la política. Uno, consolidado desde la caída del muro de Berlín y otro que echara este a perder en ese mismo momento. El primero basado en un modelo económico y social que se fundamenta en el individualismo y que predispone toda acción al interés económico. El segundo en conceptos tan denostados por este como solidaridad y bien común, en los que no debemos dejar de insistir, y que situaron en su día al occidente europeo en vanguardia del bienestar social en el mundo.
Una batalla en la que como decíamos antes no podemos exigirle solo a la clase política la resolución de tamaño conflicto, ya que serán también los ciudadanos los que tendrán que tomar parte en una decisión que marcará el destino de sus vidas, las de sus seres queridos y las del resto de la humanidad.
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