Hace unos días, el 2 de enero de 2022, encontré en El País una noticia titulada «La Comisión Europea admite como energías verdes el gas y la nuclear».
Como se indica en el título de la noticia, la Comisión Europea pretende establecer los criterios que debe cumplir una fuente de energía considerada como verde, con el objetivo de orientar la inversión financiera hacia esos proyectos; afirma que esa financiación será vital para descarbonatar la producción energética y cumplir el objetivo de reducir a cero en 2050, fijado en su Pacto Verde. Pensando siempre en los inversores ha propuesto modificar la clasificación de las energías verdes. El proyecto legal de Bruselas, un texto de 60 páginas, concede el reconocimiento verde a las centrales nucleares que ya están en marcha y a las que se construyan al menos hasta 2045, y a las plantas de generación de electricidad con gas natural que también gozaran del mismo reconocimiento al menos hasta 2030. Bruselas calcula que el consumo energético supone el 75% de las emisiones de gases de efecto invernadero en el territorio de la UE.
Las únicas energías verdes son aquellas que conducen a cero emisiones de gases de efecto invernadero. No entiendo la previa preocupación por la «inversión financiera» y que esa preocupación lleve a admitir como «energías verdes el gas natural y la energía nuclear».
Las centrales nucleares son generadoras de residuos que desprenden radiactividad durante muchas futuras generaciones. Estos residuos no pueden reciclarse y se entierran en cementerios especiales. Organizaciones como Greenpeace, señalan que la industria nuclear todavía no ha encontrado ninguna solución satisfactoria para su gestión.
En cuanto al gas natural se comenta que es renovable, porque puede obtenerse, entre otras cosas, a partir de biomasa y podría sustituir al gas natural fósil. La creación de un gran sistema de este gas requeriría la construcción de una infraestructura de producción nueva, ya que no proviene de las mismas fuentes que el gas natural fósil. La probable alta demanda y la fuga de metano, en esas nuevas infraestructuras, son factores que contribuirán al cambio climático. Se invertiría dinero y voluntad política en infraestructuras, en lugar de mirar hacia alternativas que producen cero emisiones de gases de efecto invernadero, como la utilización de energía solar. (Información extraída de un artículo escrito por Emily Grubert, profesora adjunta de Ingeniería Civil y Ambiental en el Instituto de Tecnología de Georgia y publicado en Climática: El gas natural ‘renovable’ no es un antídoto contra el cambio climático.
No todos los miembros de la Comisión Europea están de acuerdo con la consideración como energías verdes al gas y la nuclear. En la noticia de El País se indica que la partida, de momento, no parece ganada del todo. El vicecanciller y ministro alemán de Economía y Protección del clima, el ecologista Robert Habeck, se apresuró a expresar su disgusto con la propuesta de la Comisión. «Etiquetar la energía nuclear como sostenible es un error con esta tecnología de alto riesgo», señalo el vicecanciller del gobierno de coalición liderado por los socialistas. Habeck también considera «cuestionable» la inclusión del gas. Para este vicecanciller el gas natural, aunque produce menos emisiones de gases de efecto invernadero y otros contaminantes que el carbón o el petróleo, es uno de los que más contribuyen al cambio climático y supone un problema global que debe ser resuelto de manera urgente. Reducir las emisiones de gas natural supone un reto, ya que este combustible fósil se usa para generar electricidad, calefacción y para diferentes aplicaciones industriales.
Según el plan, no hay alternativa, ni tecnología ni económicamente viable.
Reconozco que puedo estar confundida, pero desde mi punto de vista, en este tema están jugando un papel importante los grupos de presión, también conocidos como lobbies. Un grupo de presión es un colectivo con intereses comunes que realiza acciones dirigidas a influir ante la administración pública para promover decisiones favorables a los intereses de ese sector concreto de la sociedad. Se me ha ocurrido esa idea, porque, no hace mucho, leí en El País (14 de noviembre de 2021) un trabajo de LLuis Bassets titulado «La gran estafa».
Bassets indicaba en ese trabajo que en la COP 26, celebrada en Glasgow, la mayor delegación era la formada por los grupos de presión de los productores de combustibles fósiles: más de 500 personas.
Al trabajo de esos grupos de presión se atribuye el fracaso de la COP26. Si en París en 2015 eran sobre todo ministros, científicos y militantes, en Glasgow, según Bassets, han sido líderes empresariales, financieros y banqueros centrales.