Porque las cosas que no se imaginan es como si no existieran, o existen de una manera vaga y hacen menos daño… ¿comprendes?
Extracto de La voz humana de Jean Cocteau.
La voz humana ha vuelto. La mujer al teléfono esperando la llamada del ex, ha vuelto. Se estrenó hace unos pocos días en el Festival de Venecia de la mano de Pedro Almodóvar, el cual ya ha dado varias vueltas al texto en su filmografía, y de Tilda Swinton. Tilda, la actriz total, la mujer que puede interpretarlo todo. Que puede ser la musa de Derek Jarman, su Reina Isabel en Eduardo II, Orlando, la bruja de Narnia, la madre de Kevin, la vampiresa Eve, Madame Blanc, Helena Makros o el doctor Klemperer (bajo el pseudónimo de Lutz Ebersdorf). Podría irse en un platillo volante un día cualquiera como en Los muertos no mueren, pero se queda aquí porque el arte terrestre la necesita. Da igual, Tilda es un todo artístico. Y sí, es mi actriz favorita, no lo puedo ocultar.
Pero esto no trata sobre el cortometraje de Almodóvar, básicamente porque todavía nadie que no haya asistido a la proyección en Venecia ha podido verlo. En España tendremos que esperar hasta el 21 de octubre para poder verlo.
Este artículo trata sobre las representaciones anteriores de esta pequeña obra de cámara. Un texto que va camino de cumplir el siglo, escrito por uno de los grandes de las letras francesas del siglo XX. Un autor que se expandía a lo largo de varias artes, porque Cocteau era un poeta, pero también un cineasta excelente, y un buen dibujante.
Soy una mentira que siempre dice la verdad.
Jean Cocteau
Sus grandes obras: Los niños terribles, Los padres terribles, La máquina infernal, La sangre de un poeta, La Bella y la Bestia, Orfeo, El testamento de Orfeo… Y, por supuesto, La voz humana.
El texto fue escrito en 1930 para Edith Piaf, pero la diva francesa, íntima amiga del escritor, al ver lo que se le venía encima decidió rechazar el regalo. Ella entendía que lo suyo eran las emociones mediante la música y el prodigio de su voz, pero no mediante la palabra y el cuerpo. Estar sola en un escenario sin más compañía que la de los focos, sin un micrófono ante el que poder quedarse plantada, sin un solo instrumento que la animara. Definitivamente, aquello no era para ella.
Una de las mejores interpretaciones del texto la podemos encontrar en la película El amor, dirigida por el neorrealista Roberto Rossellini el año 1948. La película está dividida en dos actos que se complementan como dos caras de una misma moneda. La primera, La voz humana; la segunda, El milagro. La Magnani, con la sola compañía de un teléfono realiza un despliegue interpretativo perfecto. Quién sabe si en su línea de pensamiento ella estaba imaginando a Rossellini al otro lado de la línea. El dominio de la energía, el control del espacio, la contención, la gravedad y la levedad…
Todo esto está en la Magnani, no en vano una de las mejores actrices del cine italiano del siglo XX. Como respuesta a esta primera parte, la segunda parte introduce un encuentro de la Magnani con San José, interpretado por ni más ni menos que Federico Fellini, del cual se enamora perdidamente. Si esto no es un ejercicio de beatitud cinematográfica, no puedo imaginar qué puede serlo.
La actriz que envió una carta a Rossellini en la que decía aquello de «en italiano solo puedo decir ti amo» también interpretó el texto. Es imposible no volver a pensar en lo mismo, si aquellos parlamentos al teléfono de Ingrid Bergman también estarían dirigidos a Rossellini, con el que mantuvo una relación tan intensa como prolífica. Dieron cuatro grandes películas como Stromboli, Europa ’51, Te querré siempre (Viaje a Italia) y Ya no creo en el amor (La paura). Otro dominio actoral profundamente grandioso.
En palabra y cuerpo de estas intérpretes, el texto de Cocteau se convierte en un medio en el que la actriz se permite el lujo de realizar un ejercicio perfecto de laboratorio teatral mediante el trabajo del monólogo. Se trata de trabajar la contención en la más absoluta soledad; la intérprete y el personaje se exponen a un nivel que traspasa las butacas y la pantalla.
En 1959 fue adaptada al mundo operístico de la mano del compositor Francis Poulenc. Desde entonces ha sido representada tanto en ópera como en teatro, donde en nuestro territorio la han llevado a escena intérpretes de la talla de Amparo Rivelles, Ana Wagener, Cecilia Roth, Ana Fernández, Antonio Dechent…
Y, por supuesto, Carmen Maura, cargando un hacha con la que rompe el espacio de su casa; el espacio en el que ha sido feliz con la persona al otro lado del teléfono. Sosteniendo el aparato de color rojo como si fuera a sonar por una emergencia nuclear, Tina revienta, dirigiendo sus palabras a su ex novia, interpretada por Bibiana Fernández, antes Bibi Andersen. A su vez, la hija de esta (Manuela Velasco mucho antes de sobrevivir a un ataque de zombis poseídos), montada en un raíl canta vestida de comunión Ne me quitte pas. Este extracto de la obra, dentro de la magnífica La ley del deseo, supone un ejemplo perfecto de cómo el cine y el teatro pueden encajar perfectamente, donde las tablas sobrepasan más allá del celuloide.
Mujeres al borde de un ataque de nervios no deja de ser una versión cómica del texto de Cocteau bajo los códigos de Douglas Sirk o de Vincent Minnelli. Pepa, también intepretada por Carmen Maura, espera la llamada de Iván (grandioso Fernando Guillén) para que recoja sus maletas. Años más tarde, volvería a reencontrase con el texto para su extracto de Chicas y maletas, que suponía una revisión de Mujeres al borde de un ataque de nervios en Los abrazos rotos.
Tras tantas vueltas y regresos al texto, es muy interesante ver por dónde va a salir Almodóvar teniendo a semejante actriz. De momento, las críticas del festival solamente escriben halagos. Mientras tanto, nosotros esperaremos, sin dejar de pensar que si Jean Cocteau descubriera en qué se ha convertido el uso del teléfono en nuestras vidas, quizá su visión cambiaría bastante.