Como dijo Nietzsche, cuando miras al abismo éste te devuelve la mirada. El miedo es, sin lugar a dudas, uno de los grandes sentimientos con los que cuenta el ser humano. Sin miedo no podríamos hacer frente de forma eficaz y rápida a los peligros. Pero, cuando este nos oprime y se convierte en un manto que nos acecha de forma constante, entonces el miedo se convierte en una pesadilla paralizante, en la antesala de una situación que no nos gusta nada y que debemos evitar. Como sentimiento colectivo es cuando la política entra en juego, usando el miedo como herramienta de legitimidad o, mejor dicho, como arma para conseguir obediencia. Aunque, no olvidemos, tal y como establece Manuel Castells en Comunicación y poder, el poder necesita convencer, solo mediante la coerción no puede sostenerse.
Thomas Hobbes (5 de abril de 1588 – 4 de diciembre de 1679) teorizó sobre el miedo político de una forma bastante interesante. El ser humano, dado a la pesadumbre y a la debilidad, en una constante guerra contra su prójimo en pos de la conservación, necesita de un poder absoluto que imponga la paz. El contrato social, por lo tanto, no deriva del poder divino del monarca, sino de algo más banal: el miedo horrible que tenemos los unos de los otros. Es entonces cuando la justificación del poder absoluto enraíza con una creencia paternalista orientada al interés común: obedezco ciegamente porque me interesa, si no, esto sería un caos (1).
Cuando el ser humano se libra del gremialismo y se encuentra ante su destino sin la protección del grupo, un nuevo terror surge: es el miedo a la libertad. Erich Fromm (1900-1980) desarrolló en uno de los ensayos más interesantes que he leído (El miedo a la libertad) su particular teoría de por qué un ser humano es capaz de seguir ciegamente ideologías totalitarias que van, incluso, en contra de su propia dignidad.
Según Fromm, las clases populares y la burguesía se rebelaron contra el feudalismo y, de estas revueltas, llegó el régimen liberal burgués con su su concepto de libertad, entendida como la capacidad individual de elección que posee cada persona para plantear su propio proyecto de futuro y, por lo tanto, la capacidad de actuar en el presente sin coacciones externas. Este sistema político llevaba intrínseco un nuevo sistema económico: el capitalismo. Pero resultaba evidente que este nuevo sistema conllevaría una individualización de las relaciones sociales. Cada persona, ante la vida, era dueña de su propio destino. Ante las poderosas fuerzas de la sociedad y de la naturaleza, la soledad se convertía en un tremendo problema que era necesario combatir.
Fromm estimaba lo siguiente:
Al perder su lugar fijo en un mundo cerrado, el hombre ya no posee una respuesta a las preguntas sobre el significado de su vida; el resultado está en que ahora es víctima de la duda acerca de sí mismo y del fin de su existencia. Se halla amenazado por fuerzas poderosas y suprapersonales, el capital y el mercado. Sus relaciones con otros hombres, ahora que cada uno es un competidos potencial, se han tornado lejanas y hostiles; es libre, esto es, está solo, aislado, amenazado desde todos lados.
(Fromm ,2004:77).
Angustia, esa es la palabra. Fromm nos hablará de la ética protestante, que hábilmente describió el sociólogo alemán Max Weber, como esa nueva ideología que propugna el trabajo duro, el ahorro y la austeridad. En un mundo en el que Dios ya ha elegido a los que salvará, la única forma de demostrar que se pertenece al rebaño seleccionado por el todopoderoso es a través del sacrificio y del trabajo profesionalizado.
Por lo tanto, como podemos ver, la libertad nos plantea cierta paradoja: es anhelada, pero también genera ansiedad. Como si fuera cada una de las partes del ADN, entrecruzadas entre sí, el ser humano disputa constantemente entre libertad y seguridad. O quizás no.
Cuando vivimos el cruel atentado terrorista en París, todo el mundo justificó la declaración del estado de excepción en el país galo, sobre todo, evidentemente, los franceses, a pesar de las claras limitaciones en cuestión de libertades que esto implica. Es normal, todo el mundo quiere seguridad ante el pánico de futuros atentados, y esa es la principal herramienta del terrorismo. Democracias atemorizadas ante la posibilidad de enfrentarse dentro de sus propias fronteras a una violencia irracional. ¿Dónde está el límite entre libertad y seguridad? ¿Cuánto estamos dispuestos a ceder para luchar contra el terror?
«La libertad es la esclavitud» sentenciaba el Gran Hermano ideado por George Orwell en la sensacional novela 1984. Si una palabra describe el mundo en el que vivimos, esa es incertidumbre.
(1) Para una visión general de las teorías de Hobbes se puede consultar, además de la propia obra del autor, la siguiente: Sabine, George H. Historia de la Teoría Política. Fondo de Cultura Económica, 1999, págs. 353-368.
Bibliografía general: (Para acceder a las reseñas de los siguientes libros en mi blog tan sólo tenéis que pinchar en el título)
Fromm, Erich. El miedo a la libertad. PAIDÓS IBÉRICA, 2004. |
[…] En el artículo que escribí anteriormente en este foro, estuve hablando largo y tendido sobre el miedo y la política. Hoy me gustaría seguir profundizando en este tema, pero ahora centrándome en un análisis más sociológico de la realidad actual, una sociedad dominada fundamentalmente por transformaciones sociales aceleradas y en la que la tecnología tiene un papel clave. […]