«Madrid es de todos. Madrid es España dentro de España ¿Qué es Madrid si no es España? No es de nadie porque es de todos. Todo el mundo utiliza Madrid, todo el mundo pasa por aquí. Tratar a Madrid como al resto de comunidades es muy injusto a mi juicio».
Isabel Díaz Ayuso (1978- ), Política.
Francamente, tal como me ocurre con lo de Cataluña me pasa lo mismo con las elecciones de Madrid. No me apetece nada escribir de ello, de cómo la estulticia humana ha podido llegar tan lejos y hacer correr encima tantos ríos de tinta. Dos comunidades que parecen convertidas en el ombligo del mundo por sus propios próceres, lo que de un modo u otro hace despreciar de manera muy visible al resto.
Pero a lo hecho, pecho y esta sección de AM no podía pasar por alto tanto jaleo.
Hoy, casi con total seguridad, Isabel Díaz Ayuso arrasará en este tan calculado y artificioso proceso electoral, sin justificación alguna en medio de una pandemia, a mayor gloria de la misma. La única duda que queda a estas horas es si conseguirá la mayoría absoluta o necesitará de Vox para gobernar.
Lo que en un principio pareciera que diera lo mismo pero, visto lo visto, claro que no es igual tener a Rocío Monasterio, después de todo su rosario de disparates, sentada en una vicepresidencia que no tenerla. Lo que ya de por sí resulta un problema sosteniendo desde fuera a un partido como el PP al que se le presuponen unos ciertos valores democráticos.
En cualquier caso, salvo error u omisión de las encuestas que bien es cierto cada vez las cargas más el diablo, la única posibilidad para que la izquierda gobierne en Madrid es que Díaz Ayuso haya acabado devorando a Vox, este no entre en la Asamblea y la actual presidenta no consiga la mayoría absoluta. Vamos, dicho de otro modo, poco menos que una entelequia.
Así que de no mediar remedio acabarán siendo al menos tres décadas de un modelo social y cultural, el único conocido por buena parte de los madrileños, donde se ha borrado cualquier atisbo de sensibilidad sobre todo en aquella ciudad gris que iluminara Tierno Galván allá por los 80 que es capital de la Comunidad y del Reino.
El pasado más reciente
Manuela Carmena intentó durante su breve mandato algo de lo mismo, recuperando en consonancia muchos locales municipales abandonados durante años para dar cobijo a toda clase de talleres y actividades socio culturales que tras ella la nueva corporación está dispuesta a liquidar.
Pero el alto nivel de exigencia por parte de su electorado, los inevitables errores propios y los habituales líos de la izquierda no le permitieron gozar de tiempo suficiente para renovar su mandato y a pesar de su victoria en las elecciones de 2019 acabaría siendo expulsada de la alcaldía de Madrid.
Algo que le puede pasar a la izquierda encabezada bien por Ángel Gabilondo o Mónica García si logra el triunfo esta noche. Apenas tendrían dos años para poder demostrar a sus electores que se pueden hacer las cosas de otro modo.
Lo que con los presumibles inconvenientes de una administración forjada a imagen y semejanza del Partido Popular tras casi tres décadas de gobiernos continuados en la Comunidad, con una pandemia de por medio y sus derivadas se antoja una tarea de proporciones épicas.
Durante todos estos años Madrid se ha reconocido como el principal laboratorio neoliberal de Europa. Donde más se ha desregulado, más se ha privatizado, más se ha reducido la inversión pública en sectores tan claves como la salud y la educación y así sucesivamente sin que ello produzca una merma sensible, más bien todo lo contrario, en sus resultados electorales.
Ni siquiera un alto grado de corrupción política ha sido suficiente para que el electorado conservador se considere agraviado en demasía por ello.
Para muchos de sus moradores se trata de un concepto cultural adquirido durante muchos años, forjado desde las propias instituciones, basado en un devastador modelo de competitividad donde prevalece la ley del más fuerte y donde lo público queda reducido prácticamente a la caridad y la beneficencia tal como marca la ortodoxia liberal.
Por mucho que se empeñen sus correligionarios retorciendo los datos todo lo inimaginable la pandemia ha puesto aún más en evidencia las fallas de semejante modelo, tanto en lo social como en lo económico, dentro de lo que cabe esperar de una lógica basada en el individualismo y el desprecio al bien común desde hace décadas.
Es cierto que los desplantes, atrevimientos y la permanente confrontación de Díaz Ayuso contra todo y contra todos –incluso el ala más moderada de su partido-, sin duda van a beneficiarla arrebatándole votos a sus principales adversarios en su parte del tablero –Vox y Ciudadanos-, lo que añadido a un modelo social tan arraigado, hace todavía más difícil descabalgar del poder a quienes lo detentan tanto tiempo.
Como pasaba al otro lado en Andalucía donde solo la corrupción acabó con la hegemonía del PSOE. Pero en el caso de los conservadores el mismo fenómeno ya se ha visto que apenas si causa mella entre sus electores.
La vía madrileña
El experimento madrileño ha traído tras de sí un patrón que promueve una encarnizada competencia por el ascenso social. En el que todo vale en aras de un concepto de felicidad ligado por completo a lo material. Que somete y desprecia al que se queda atrás y que, en definitiva, resulta todo un adalid entre unas élites para las que Díaz Ayuso resulta el mejor instrumento.
Trumpismo en estado puro, el mismo que hizo de Donald Trump el segundo candidato más votado de la historia de los EE.UU., superado por Biden gracias a la movilización del electorado más progresista.
Pero escorarse tanto hacia un lado del tablero provoca que los que ya de por si campan en sus límites tengan que salirse del mismo y recurrir a todo tipo de estridencias para seguir haciendo ruido.
Es el caso de Vox al que la fogosa presidenta ha empujado tanto a su derecha que necesita hacerse notar a cualquier precio aunque sea profiriendo todo tipo de injurias y falsedades contra sus damnificados habituales, de manera especial sobre los inmigrantes y si estos son pobres mejor que mejor.
Una apoteosis continua de excesos que pueden generar enormes riesgos como ocurriera en 2016 en medio de la campaña del referéndum del Brexit cuando una diputada laborista fue asesinada, víctima del furor nacionalista, al grito de «Gran Bretaña primero».
Una cuestión que los medios de comunicación, por lo general, parecen incapaces de poner coto más interesados en ganar audiencia a toda costa que de ejercer esa máxima por la que debieran conducirse como es la de «informar, enseñar y entretener».
En medio del caos la izquierda se retuerce en su maremágnum habitual con un PSOE a la baja, víctima de sus habituales contradicciones, un Más Madrid que crece pero no lo suficiente y Podemos que remonta gracias al efecto Iglesias pero tampoco tanto.
El PSOE, al que se le supone gran valedor de la izquierda, se disuelve una vez más a consecuencia de su continuo viaje hacia el centro político, cuando no a la derecha menos ultramontana, en busca de un elector que ni le desea ni le corresponde.
En este caso el de Ciudadanos, un partido en vías de extinción que en el caso de Madrid, muy al contrario al de Cataluña, es de un cariz mucho más conservador y que, además, su candidato Edmundo Bal ya ha anunciado por activa y por pasiva que de ser necesario volverá a apoyar al PP aun cuando este lo haya despreciado de manera tan pública como notoria en la propia convocatoria electoral.
En el 70 % del área metropolitana de Madrid la izquierda se impone elección tras elección pero con tan altísimo nivel de abstención a consecuencia de los desvaríos del PSOE que le basta a los conservadores con el 30 % de las zonas más ricas de la ciudad donde se impone fácilmente y donde sus electores cumplen fielmente en las urnas de forma masiva.
Eso y un alto grado de «antropología neoliberal», basada en las privatizaciones, la especulación y los impuestos bajos, que enunciara hace unos años muy acertadamente Iñigo Errejón, en el que ensimismados por un modelo social nacido del thatcherismo muchos ciudadanos suspiran por alcanzar el sueño americano.
En cualquier caso lo que de verdad tengo claro es que digan lo que digan en los mentideros y sus respectivos palmeros, tanto las de Cataluña como las de Madrid no dejan de ser elecciones autonómicas y que su repercusión en clave nacional es prácticamente nula porque, salvo para los que nos dedicamos a esto a los demás, a buen seguro, les importa un bledo.
«En el barrio rico, elogian el par de cojones de Ayuso. En el pobre, están hasta los cojones de todos».
Ignacio Escolar (1975- ), Periodista.