No podíamos dejar de hacernos eco en Amanece Metrópolis de un hito histórico en la democracia española como ha sido el reto planteado en el Congreso de los Diputados por Pedro Sánchez, Secretario General del PSOE y que ha desbancado ayer viernes, por primera vez en España, al presidente del gobierno.
Al final, sí pasó factura la corrupción. Mariano Rajoy ha dejado su puesto como presidente del gobierno de una manera que hasta ahora no se había dado tras la restauración de la democracia en España. Por primera vez una moción de censura –a la cuarta fue la vencida: González vs Suárez, Hernández Mancha vs González e Iglesias vs Rajoy-, ha desalojado al inquilino de la Moncloa y, curiosamente, con más votos a favor de la misma de los que tuvo en su investidura, apenas solo 20 meses antes.
Mariano Rajoy Brey ha sido víctima de sí mismo, de su prepotencia, de sus mentiras, de su negación continua de la realidad y de esa política basada en el miedo –o yo o el caos-, con la que lleva insuflando la vida parlamentaria y la interesada cabecera de los grandes medios para mediatizar a los ciudadanos en beneficio de un modelo económico que está haciendo saltar por los aires en Europa todas aquellas políticas de cohesión y acción social que alumbraron el estado del bienestar tras la posguerra y pretendían convertir occidente en el arquetipo del bien común impidiendo de paso que se dieran las circunstancias que habían llevado a semejante tragedia.
Gobernar a base de miedo es eficacísimo. Si usted amenaza a la gente con que los va a degollar, luego no los degüella, pero los explota, los engancha a un carro… Ellos pensarán: bueno, al menos no nos ha degollado.
José Luis Sampedro, escritor, humanista y economista español, 1917-2013
Pero ha sido la corrupción la que ha acabado dando la puntilla a un partido al que no hace mucho el inspector jefe de la Unidad de Delitos Económicos y Financieros (UDEF), de la policía nacional declaró que «respondía al perfil de organización delictiva» y la primera sentencia, ojo solo la primera de las numerosas que se le avecinan en los numerosos tramos pendientes aún de dirimir del caso Gürtel, ha dado la razón a los investigadores y puesto en evidencia que el Partido Popular estaba implicado hasta en sus más profundas entrañas en un extraordinario entramado que tenía por objetivo la consecución del poder a toda costa y, de paso también, el enriquecimiento personal de su cúpula dirigente. Como la justicia ha demostrado, las numerosas anotaciones que aparecían en la famosa libreta de Luis Bárcenas no solo no eran falsas «salvo algunas cosas», como afirmara el propio Rajoy, sí no que todo lo que se decía en la misma era cierto y aún está por ver quién es ese tal M. Rajoy que percibió más de 300.000 € de la caja B del partido. Por cierto, mientras al M. Rajoy que conocemos la reciente sentencia venía a reconocer por unanimidad de todos los jueces, que el presidente del gobierno había faltado a la verdad en sede judicial. Un argumento más que sumar a otros muchos que, en cualquier otra democracia avanzada, habrían provocado la dimisión inmediata del primer ministro.
Hace mucho, demasiado tiempo que Mariano Rajoy debía hacer desaparecido de la escena política española y su partido debiera haberse, al menos, vuelto a refundar e intentar limpiar de ese modo las numerosas ramificaciones que han hecho del partido conservador el que, de lejos, ha acumulado mayor número de casos de corrupción de la joven democracia española. En más de 150 mil millones de euros se valoran los costes de la corrupción generalizada en España por los partidos políticos de los que sólo el Partido Popular se lleva más del 85 % de dicha tajada seguido por el PSOE con el 10 % y el resto los partidos tradicionales hasta completar tan luctuoso ranking. Aunque si contemplamos la corrupción exclusivamente por el número de casos, el PP sale algo mejor parado por cuanto se queda con el 53 % de los mismos, mientras que el PSOE llega hasta el 21 %, por cierto siendo éste último en Andalucía el que cuenta con el dudoso record de ostentar el caso con mayor número de imputados. Pero lo peor para los populares es que según los datos que se vienen barajando en los últimos años esa diferencia sigue aumentando.
El problema del PP como el de la democracia española con respecto a la corrupción viene de lejos. Más aun en el caso de un partido que fue fundado por ministros de la dictadura, un modelo de estado en el que la corrupción forma parte ineludible de su idiosincrasia. Una transición incompleta, aunque no nos cansaremos de repetir que quizá la única posible en aquellos entonces ante la cerrazón de la cúpula militar, que permitió que todos aquellos que habían hecho de su capa un sayo en las más altas esferas del poder hispano siguieran campando a sus anchas –no en vano, buena parte de los principales accionistas de las empresas del actual IBEX 35 son herederos de aquellos-, y la falta de diligencia de Felipe González en sus primeros gobiernos, bien porque no pudo, no quiso o no supo intervenir con la debida contundencia al respecto, ha hecho que la corrupción en España haya seguido formando parte de la política española y haya sido asumida, aun de mal grado pero con absoluta resignación, por buena parte de la ciudadanía.
Tanto es así que el fenómeno se ha venido acentuando cada vez más cuando sin el más mínimo rubor los políticos han intentado edulcorar cada uno de sus respectivos casos de corrupción recurriendo a la táctica del ventilador hasta llenar de reproches mutuos el escenario. En una especie de «italianización» de la política española y lejos de la del resto de países del centro y norte de Europa, donde sin estar exentos de dicho mal al menos cuando aparece es debidamente sancionado.
En cualquier caso no podemos más que felicitar a la justicia o al menos a esa parte de ella que se ha despojado de sus ataduras y ha decidido sanear de alguna manera la política española aunque sin olvidar que el primer condenado por el caso Gürtel fue el primer juez que lo investigó: Baltasar Garzón. Por el momento la demoledora sentencia del primer tramo de éste caso se ha llevado por delante a todo un presidente del gobierno y veremos a ver que más nos trae tan voluminoso y escabroso asunto.
Por lo que respecta al futuro político que se presenta ahora en España, estamos ante un auténtico reto para un país donde la democracia demuestra todavía que se encuentra en plena adolescencia con respecto a la mayor parte de sus vecinos allende de los Pirineos. Lo que en muchos de ellos no dejaría de ser una etapa más de su dilatada historia, en nuestro caso es una novedad la forma en que ha accedido Pedro Sánchez al cargo e incluso la primera que vez que en España tendremos un primer ministro que no es diputado. Lejos de calificar el futuro nuevo gobierno como «Frankenstein», curiosa denominación del PP cuando ha necesitado de media docena de grupos políticos para sacar los presupuestos del estado adelante, tantos como los que precisó para presidir esta fallida legislatura hace dos años, pero no es menos cierto que tanto el secretario general del PSOE como el resto de sus compañeros de viaje van a tener que realizar un extraordinario esfuerzo para, sobre todo, priorizar las necesidades de los ciudadanos por encima de los tan manidos intereses de parte que vienen controlando la economía nacional e incluso mucho más allá, con la aquiescencia de los últimos gobiernos –incluidos los del propio PSOE-, que han robado la dignidad a los mismos.
Portugal es el mayor ejemplo –ocultado en buena parte y de manera más que interesada por las cabeceras de los grandes grupos mediáticos-, de que otra forma de hacer política es posible y donde una denostada socialdemocracia intenta abrirse nuevamente camino en una Unión Europea donde los intereses del capital en forma de mercados financieros han condenado a las personas a la mansedumbre, menoscabando a las clases medias y colocando al borde de la miseria a las clases trabajadoras, lejos de esa Europa idealizada que se atribuyera el Tratado de Roma. Pero Portugal, que viene haciendo malabarismos con las exigencias que marca Bruselas –que ha llegado a incluso a subir de manera sensible el salario mínimo, las pensiones y aumentado el presupuesto en sanidad y educación-, hostigada continuamente por la intransigencia alemana, apenas si tiene peso o transcendencia en la economía europea.
Pero España sí lo tiene y Pedro Sánchez tiene la oportunidad en su mano, quizá la única en toda su desdibujada carrera política hasta el momento, para intentar revertir una situación fruto de un modelo como el actual, capaz de provocar la mayor crisis sistémica desde la Gran Depresión de 1929, pero a su vez hacer crecer un país en su vertiente macroeconómica mientras de forma simultanea deteriora cada vez más las condiciones de vida de la mayor parte de sus ciudadanos, aumenta progresivamente los desequilibrios sociales y pone en riesgo incluso la supervivencia del ecosistema.
En definitiva, Pedro Sánchez, el PSOE, PODEMOS y, como decíamos antes, sus compañeros de viaje, lo que deben dedicarse en los próximos meses y, si es posible, hasta agotar la legislatura, aun a sabiendas de que habrán de cargar con todo tipo de críticas e intentos de algaradas desde la cima del poder, es hacer algo que se perdió hace tiempo en España y en buena parte del mundo: gobernar para la gente y hacer de su país un sitio mejor para todos.
La esperanza y el temor son inseparables y no hay temor sin esperanza, ni esperanza sin temor.
François de La Rochefoucauld, escritor francés, 1613-1680