La misiones fracasadas del ángel Clarence
No quiero escribir este artículo. Como crítico escandalosamente amateur estoy vacío de ideas, seco, estéril y muy cansado. He pensado en huir sin decir nada, arrastrándome por debajo de las mesas como el Guido Anselmi de Ocho y medio (Federico Fellini, 1963). Desertar de la película para siempre. Total, con cancelar mis cuentas en las redes sociales, mi cuenta de correo privado, nadie de Amanece Metrópolis podría localizarme nunca.
Iba a escribir sobre los vasos comunicantes que existen entre dos películas. Qué bello es vivir (Frank Capra, 1946) y Fresas salvajes (Ingmar Bergman, 1958). Dos viajes en el tiempo, al tiempo pasado, al tiempo propio. Dos exploraciones en la memoria personal, asistiendo a los recuerdos, a lo que fue o lo que pudo ser, teniéndolo ante tus propias narices.
Nada surge completamente nuevo en Capra, es imposible no pensar en el celebérrimo cuento de Dickens, pero da un punto de apoyo para pensar que la supuesta Modernidad de los 50 no florece en absoluta solitud. Cuando buscas esos puntos de apoyo no estás pensando en cómo Ingmar Bergman pudo ver el film de Capra e incorporar ideas a su obras. No es eso. Piensas en que la Historia, del Arte, del Cine, o de lo que sea, no son compartimentos estancos y un buen día no termina el clasicismo y comienza la modernidad. Todos los hemos oído o leído alguna vez pero es un ejercicio mental muy difícil de hacer.
La película de Capra está enmarcada en un esfuerzo de postguerra por animar a la población estadounidense y transmitirle que el sufrimiento ha valido la pena. Comienza in media res cuando el ángel Clarence (Henry Travers), que ha fracasado en muchas ocasiones en su esfuerzo por ganarse las alas, recibe la misión de salvar a George Bailey (James Stewart), que está a punto de suicidarse. La película de Capra retrocede y cuenta durante hora y media la historia de Bailey, que sacrificó todo en su vida por su comunidad. De pronto, al finalizar la historia, la historia no finaliza verdaderamente, queda media hora en la que Clarence le muestra a Bailey qué habría sido de la vida de su comunidad si él no hubiera existido.
Esa mirada alucinada de Bailey sobre su yo y sobre su relación con los otros, que no deja de conservar un trasfondo irónico —cuánto sacrificio individual es necesario y en nombre de qué—, conecta con la mirada del profesor Isak Borg (Victor Sjöström) que, a punto de ser homenajeado en la catedral de Lund como doctor honoris causa, hace repaso a su vida mientras viaja al evento, viéndose como Bailey presenciando sucesos de su pasado, en su caso sucesos que él no llegó a presenciar realmente, como cuando ve a su prima Sara debatirse llorosa entre su amor por Isak y el de Sigfrid, el hermano de Isak, menos sensible e intelectual pero más lleno de vitalidad.
La figura de Isak Borg está llena de mayores contraluces que la de George. El tratamiento de la amargura y el egoísmo del hombre contemporáneo es radicalmente distinta en Capra y en Bergman, sin embargo ese viaje en el tiempo y esa manera de corporeizarse en el pasado les traerá a ambos una relativa paz. Para George la antesala de una vida de más sacrificios y quién sabe si la negación de cualquier tipo de realización personal, para Isak una momentánea catarsis quién sabe si en sus últimos días.
Y bien, éste era el epicentro de un artículo que nunca será. No había más que esto, retazos para mí insuficientes para entregar un material aceptable. Qué hacer ahora. Recoger los bártulos, devolver la contraseña, tirar a la basura los folios de notas, devolver los libros y los DVD a sus estanterías y reciclar la cerveza en el contenedor correcto. Recoger los bártulos. Como Guido.
Guido
Mientras me bañaba en la playa volví a pensar en Guido. Fresas salvajes y Ocho y medio son sin duda las dos películas más influyentes del cine europeo. Del mundial. Dos relatos del yo, fundamentados sobre el recuerdo, pero Fellini da un paso que no habían dado Capra ni Bergman. El yo es el artista, quien recuerda es un creador y vida real y arte se funden y se confunden de una manera mágica y misteriosa, derribando todas las paredes de la narración lineal.
La mirada de Guido (Marcello Mastroianni) no puede ser la misma que la de George o la de Isak, no puede hacerse carne de la misma manera porque sus recuerdos y sus creaciones son una misma cosa, y Federico Fellini tiene que dinamitar toda explicación demasiado clarificada y demasiado ordenada para que se entienda realmente lo que significa. Ocho y medio inaugura un nuevo ritmo, un nuevo tempo y una nueva narración para el cine. Realidad, creación y recuerdo se entremezclan con una aparente caótica anarquía pero guardando un equilibrio y un exquisito control tras su caos. Al final la película frustrada de Guido se transformará en una película imaginada donde intervendrán todos los espectros de su pasado. Carne y creación al mismo tiempo.
Sí, yo recuerdo y haré la película. Sí, yo recuerdo y escribiré la novela. Recuerdos que fluyen aparentemente descontrolados pero que guardan realmente un orden exquisito. Romper las paredes de la narración y de la clarificación. Quién había hecho eso antes de Fellini. Sí, él. Marcel. Proust, Marcel Proust. También al final de El tiempo recobrado decide que escribirá la novela. También En busca del tiempo perdido es la gran obra maestra sobre cómo se funden y se confunden Arte y Vida.
Han pasado dieciséis años. El ángel que quiere ganarse las alas con Joe Gideon (Roy Scheider) es nada más y nada menos que la Muerte (Jessica Lange). Ya no hay tiempo para componendas. Bob Fosse dirige el que es casi el mejor remake de Ocho y medio jamás filmado: All that jazz. Y lo es porque al igual que Fellini respecto a Proust no se parece en nada a Fellini, lo que significa que ha entendido a Fellini perfectamente. All that jazz es un musical puro, ni pizca de atípico como suele decirse, en el que las canciones ayudan a progresar la acción. Y es un musical donde los recuerdos, lo vivido y lo creado fluye como Proust y Fellini enseñaron a hacerlo fluir.
Al año siguiente Woody Allen se equivoca. Stardust memories tiene algún momento memorable, pero ésa sí que se parece a Ocho y medio y necesita diecisiete años para reparar el error. Woody Allen entiende a Proust y a Fellini dirigiendo Desmontando a Harry, y al mismo tiempo nos remite a Fresas salvajes, demostrando que entiende y conoce perfectamente la historia del yo en el cine y cómo el cine ha hecho viajar a sus personajes en el tiempo y ha convertido ese viaje en curativo.
La pasarela final de Fellini se convierte en el homenaje soñado a Harry Block, como el que recibe Isak Borg, pero ahora mientras suena «I could write a book» bajo los aplausos de sus personajes. Sí, yo recuerdo y podría escribir un libro. Escribiré un libro, decide Harry. Y así se une a Guido y a Marcel en cómo convierten el Arte en una extensión de la vida.
7 de septiembre de 2015: En un tren de alta velocidad, sobre las seis y media de la mañana concluyo la lectura de El tiempo recobrado. Un par de horas más tarde nace mi segundo hijo. Yo también podría escribir un libro. Yo también escribiré un libro. Aunque sea a base de películas vistas recompuestas en retazos como éste. Todo sea por seguir entendiendo el Arte como Guido, como Marcel, como Harry…
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