Una típica tarde de sábado o domingo en invierno, el vestíbulo de un cine en un centro comercial, el olor a palomitas, las colas delante de las taquillas en las que sacamos una entrada para ver la película de la sala 3 o la 7 o la 12… ¿Te suena? Entonces es porque alguna vez has estado en un multiplex. De hecho, muchos de estos complejos multipantalla reciben ese nombre.
En la mayoría de ciudades españolas, los cines con una única sala en la que se proyecta la misma película durante varios días se han extinguido o, si queda alguno, es una reliquia de butacas desfondadas y polvorientas, que no abre a diario y cuando lo hace exhibe películas independientes, antiguas o de escasa repercusión comercial a las que asisten cuatro gatos. Los multicines han fagocitado al cine de barrio de toda la vida e incluso a muchos de los grandes del centro de la ciudad. Parece un fenómeno relativamente nuevo, que se ha popularizado en los últimos quince o veinte años, pero en realidad el concepto de multiplex es bastante más antiguo y nos llega, cómo no, de América.
El primer empresario que tuvo la idea de dividir su cine en dos salas que exhibían películas distintas fue Nat Taylor, propietario del Elgin Theatre en Ottawa. Tradicionalmente se considera a este canadiense el “padre” del concepto de multicine. Sin embargo, en realidad fue el americano Stan Durwood quien desarrolló la idea de multiplex que tenemos en la actualidad. A la muerte de su padre, Durwood heredó su cadena de diez salas independientes, que dejaban pocos beneficios. Siempre contó que en 1962, en el vestíbulo de uno de sus cines, el Roxy –¿dónde no hubo un Roxy?- se le ocurrió que podría doblar sus ingresos si añadía una segunda sala al mismo edificio y la atendía con la misma plantilla. Así, en 1963 abrió en un centro comercial de Kansas City un cine de dos salas, que amplió a cuatro en 1966 y a seis en 1969. El multiplex estaba inventado. En los 80 se lanzó a una estrategia comercial de construcción agresiva, que llevó a su empresa, la AMC (American Multi-Cinema), a entrar en los 90 con centros de treinta pantallas en Estados Unidos y a abrir los primeros multiplex en Europa. También aportó ideas muy innovadoras en su momento que hoy tenemos asumidas como habituales: el soporte para bebidas en el brazo de la butaca y la distribución de las filas de asientos en escalera a fin de evitar la pérdida de visionado a causa del espectador que se sentaba delante. En época más reciente, sus cines incorporaron el love seat, asiento doble para parejas, que en algunos casos se puede convertir en dos asientos individuales tan solo con bajar el brazo central.
En cuanto al término multiplex, en inglés es un híbrido de multiple complex. Está incluido en el diccionario de inglés americano Merriam-Webster, pero también en los británicos Oxford y Cambridge. Curiosamente, la última edición del DRAE no recoge los términos “multisala” ni multiplex, a pesar del carácter discutible de algunas de las nuevas adiciones. Pero con reconocimiento oficial o sin él, nada puede negar la evidencia de que los multiplex están aquí hace tiempo. Y todo hace pensar que han venido para quedarse.