Un lector de Murakami sabe a qué atenerse. Sabe que el escritor puede no contar nada durante doscientas páginas y que aun así te mantendrá atrapado en ese pequeño universo en el que se desarrollan sus historias -incluso las que parece que no guardan relación alguna con la magia latente que sobrevuela novelas como 1Q84– hasta que, con una sensación extraña de aspereza y corporeidad en las yemas de los dedos, te topes con la contraportada y no entiendas cómo has llegado a parar ahí.
“Murakami siempre me recuerda a Murakami”, escribí hace poco durante una conversación sobre títulos y autores comerciales que mantuve con una amiga librera. Y me quedé tan ancha, pensarán. Pues sí, pero es la verdad: nadie más puede hacer que no desista y acabe leyendo en diagonal un diálogo acerca del tiempo o el mejor método para vender coches. Nadie más produce ese desasosiego tras describir las conexiones entre cuerpos durmientes y el resto de este mundo o, quién sabe, de otro bien distinto, como ocurre en la ya mencionada 1Q84, en Crónica del pájaro que da cuerda al mundo o en After Dark, por ejemplo. Murakami recuerda a Murakami y eso es lo que hace de nuevo en Los años de peregrinación del chico sin color, su obra más reciente, que ha sido publicada en la Colección Andanzas de Tusquets.
Los pilares de esta nueva novela coinciden en gran parte con los del resto de la bibliografía del escritor japonés. Los sueños, el sexo turbio, místico. La música –el propio título es la extensión del de una obra de Liszt-. La soledad, la muerte. Pero sobre todo el viaje que en esta ocasión emprende Tsukuru Tazaki, el “chico sin color”; una peregrinación en todos los sentidos hacia el conocimiento, la comprensión y la superación de un trauma que ha arrastrado durante dieciséis años.
En los ideogramas de su apellido no se incluye ningún color. Tal vez por eso carga con el rojo, el azul, el blanco y el negro de sus amigos de juventud. Incluso con el gris de Haida. Tal vez por eso sus relaciones no funcionan y Sara lo encuentra atrapado en el tiempo, en una inexplicable conversación telefónica que quebró su grupo en cinco pedazos y le ha hecho vivir <<como un cadáver que todavía no se ha percatado de que está muerto>>, y delante de una copa le pregunta si no quiere saber qué ocurrió con Shiro y los demás. Sara. El detonante. La estación de partida de este viaje. La estación de destino de este viaje. O tal vez no, pero eso, realmente, no les importa demasiado, porque lo indispensable era que Tsukuru se decidiera a coger ese tren.
Alcanzo el negro de la contraportada con los últimos acordes de Le mal du pays todavía respirando en mi cuarto. Y, como ya es costumbre cuando cierro uno de sus libros, no sabría decir quién me ha agarrado del cuello del abrigo y me ha sacado en volandas del mundo onírico del escritor nipón para devolverme aquí… y por qué me ha vuelto a dejar este vacío plomizo en el pecho.
Sobre el libro
Cuando Tsukuru Tazaki era adolescente, se sentaba durante horas en las estaciones para ver pasar los trenes. Ahora, con treinta y seis años, es un ingeniero que diseña y construye estaciones de ferrocarril y que lleva una vida tranquila, tal vez demasiado solitaria. Cuando conoce a Sara, una mujer por la que se siente atraído, empieza a plantearse cuestiones que creía definitivamente zanjadas. Entre otras, un traumático episodio de su juventud: cuando iba a la universidad, el que fue su grupo de amigos desde la adolescencia cortó bruscamente, sin dar explicaciones, toda relación con él, y la experiencia fue tan dolorosa que Tsukuru incluso acarició la idea del suicidio. Ahora, dieciséis años después, quizá logre averiguar qué sucedió exactamente. Ecos del pasado y del presente, pianistas capaces de predecir la muerte y de ver el color de las personas, manos de seis dedos, sueños perturbadores, muchachas frágiles y muertes que suscitan interrogantes componen el paisaje, pautado por las notas de Los años de peregrinación de Liszt, por el que Tsukuru viajará en busca de sentimientos largo tiempo ocultos. Decididamente, le ha llegado la hora de subirse a un tren.
Sobre el autor
Haruki Murakami (Kioto, 1949) es uno de los pocos autores japoneses que han dado el salto de escritor de prestigio a autor con grandes ventas en todo el mundo. Ha recibido numerosos premios, entre ellos el Noma, el Tanizaki, el Yomiuri, el Franz Kafka o el Jerusalem Prize, y su nombre suena reiteradamente como candidato al Nobel de Literatura. En España, ha merecido el Premio Arcebispo Juan de San Clemente, la Orden de las Artes y las Letras, concedida por el Gobierno español, y el Premi Internacional Catalunya 2011. Tusquets Editores ha publicado doce títulos: nueve novelas —entre ellas la aclamada Tokio blues. Norwegian Wood—, la personalísima obra De qué hablo cuando hablo de correr y dos volúmenes de relatos: Sauce ciego, mujer dormida y Después del terremoto. Con Los años de peregrinación del chico sin color, su obra más reciente, precedida por el millón de ejemplares vendidos en Japón en pocas semanas, Murakami ofrece a los lectores una bellísima novela sobre la amistad, el amor y la soledad de aquellos que todavía no han encontrado su lugar en el mundo.
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Muy buena la nota, la biografía y el toque musical eje de la novela.
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