“- Cuando yo uso una palabra – insistió Humpty Dumpty
con un tono de voz más bien desdeñoso-
quiere decir lo que quiero que diga…, ni más ni menos.
– La cuestión es- insistió Alicia- si se puede hacer que
las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
– La cuestión- zanjó Humpty Dumpty- es saber quién es el que manda. Eso es todo.»
(Alicia a través del espejo, Lewis Carroll, s. XVIII)
El lenguaje es una herramienta muy poderosa y que tiene mucha fuerza. No es solo un medio con el que poder comunicarnos con el resto de la sociedad sino que además es el espejo en el que la sociedad se refleja. El lenguaje que empleamos nos muestra la realidad que vivimos.
Una realidad que si por algo se caracteriza es por la predominancia de lo masculino y la invisibilización, menosprecio, ocultación de lo femenino y que asigna valores y actitudes que varían dependiendo del sexo de las personas; restando valor a lo femenino porque nosotras somos lo otro, la alteridad, estamos consideradas inferiores a los hombres… Unos hombres que son considerados como sujetos de referencia. Y que tienen en el lenguaje que empleamos un gran aliado para continuar erigiéndose como lo único, lo positivo, lo verdadero, lo universal.
Hay quienes defienden que el lenguaje no es sexista sino que sexista es el uso que se hace de él. Podrían tener razón si no fuera porque el lenguaje es el resultado de un consenso y representa lo que las personas queremos: El lenguaje no es ajeno a este mundo. Y, como no lo es, debería representar a la totalidad de las personas que lo conforman.
Sucede que para algunas (muchas) de las personas encargadas de tan importante tarea no están convencidas de que haya una necesidad real ¿Qué necesidad tenemos de que nos llamen “juezas” si “la juez” está bien dicho? Para mí es muy simple: necesitamos de un lenguaje que represente a la sociedad en general y que no excluya a nadie. La solución para los lingüistas de la RAE, y digo “los lingüistas” porque son prácticamente todo hombres, es emplear el masculino genérico. El masculino genérico es la panacea a todos los males en el lenguaje. Si no nos vemos representadas en él es porque no queremos. Hablan de la economía expresiva ¿Por qué debo plantearme constantemente si con el masculino genérico estarán incluyéndome o no cuando en nuestra lengua hay mecanismos suficientes para que esas dudas no se me planteen?
Muchas personas se posicionan en contra del lenguaje inclusivo porque entienden que este dificulta la finalidad del lenguaje: comunicarnos. Según estas personalidades, el lenguaje inclusivo queda reducido, prácticamente para la mayoría, a un juego de desdoblamientos. Y, para nada es así. El lenguaje inclusivo es mucho más que esos desdoblamientos de los que hablan, busca no solamente la igualdad a nivel lingüístico, pretende además, la exactitud, la precisión a la hora de exponer los hechos. Visibilizando a ambos sexos.
Ya, vale… Pero es que el lenguaje tiene sus propias reglas (nos dice la élite lingüística) ¡nadie lo duda! Pero… ¿no están esas reglas elaboradas por el propio ser humano? Claro, pero no vamos a estar cambiando las reglas cada dos por tres para que las mujeres estéis tranquilas (nos dicen) Si nosotras no queremos que cambiéis las reglas cada dos por tres, queremos modificar los hábitos y usos discriminatorios desde las posibilidades que nuestra gramática nos ofrece. Por cierto, retomo las palabras de Isaías Lafuente en su artículo Sin peros en la lengua: “las modistas vieron cómo, cuando algunos hombres españoles prosperaron en el oficio, la RAE no tuvo inconveniente en retorcer la norma para crear la palabra modisto, aunque el sufijo –isto, para denominar una profesión, es un contradiós que ni existe ni se le espera en el diccionario” ¿el lenguaje no tenía sus propias reglas?
No podemos negar que el lenguaje es un cuerpo vivo, que cambia y se adapta a las necesidades y avances de las sociedades en las que vivimos. Si se han aceptado palabras en la RAE que jamás hubiésemos imaginado como postureo, papichulo… ¿Por qué no abogar por un lenguaje verdaderamente inclusivo? ¿Por qué no dejar de lado aquellas acepciones de palabras que son totalmente sexistas y a nosotras nos cosifican mientras que a ellos los ensalzan? Pero bueno… es que siempre se ha dicho así ¿por qué cambiarlo? Básicamente, por lo que venimos diciendo desde el principio: el lenguaje debe representar la verdadera realidad.
Son muchos los argumentos que pueden esgrimirse para estar en contra de un lenguaje verdaderamente inclusivo, la ridiculez es una de las estrategias más comunes de desligitimación. Quien no lleva a cabo modificaciones en el lenguaje no es porque este no lo permita sino por motivos ideológicos, ya lo dice Eulalia Lledó: “las lenguas son amplias y generosas, dúctiles y maleables, hábiles y en perpetuo tránsito; las trabas son ideológicas”.
Necesitamos de un lenguaje que rompa barreras y nos ayude a derribar estereotipos; que nos ayude a alcanzar esa igualdad real y efectiva a la que aspiramos. Y es que, como bien dice Teresa Meana “no va a cambiar la realidad si no cambiamos la lengua”.
Una lengua que es un cuerpo vivo porque no está muerta, y que cambia al igual que nuestra realidad. Vemos y comprobamos que la lengua tiene recursos para nombrar cosas, situaciones, objetos que antes no existían y, al principio pueden resultarnos extrañas pero con el uso se hacen comunes y nos permiten nombrar a lo que se refieren con la palabra que realmente las designa ¿por qué no emplear los mismos recursos para hacernos visibles a nosotras? ¿por qué no emplear los recursos necesarios para modificar aquellas palabras, expresiones que menosprecian a las mujeres?
El lenguaje es clave en nuestra sociedad, con él nos comunicamos. Y si para comunicarnos, obviamos a una parte de la sociedad, algo no funciona correctamente. Si se quiere una igualdad real y efectiva, las mujeres debemos ser visibles en lenguaje, debemos aparecer y deben desaparecer todas esas expresiones que nos menosprecian. Debemos ser visibles e iguales a ellos. Pues ya sabemos que aquello que no se nombra no existe. Y nosotras, sí existimos. Necesitamos estar presentes en la lengua porque también nos representa y es el momento de que nos designe, nos nombre adecuadamente. Sí, el lenguaje es territorio de poder pero el poder también lo ejercemos nosotras.