Robert «Bob» Gottlieb llegó a la edición un poco por casualidad. En aquel momento, más por necesidad que vocación, por no verse empleado en Macy’s. De alguna manera, por seguir también la lógica de su formación —licenciado en literatura inglesa por Columbia— y por su voracidad lectora. Posiblemente, ni él mismo pensaba que se convertiría en uno de los más reconocidos editores de los últimos sesenta años.
Lector voraz, Mejor Libro de No Ficción del Año 2016 según The Washington Post, son las memorias de este lector empedernido que llegó a ser el editor más admirado desde Max Perkins. Desarrolló su carrera entre Simon & Schuster, Knopf y la célebre revista The New Yorker, editando a muchos de los grandes escritores de la literatura contemporánea como Ray Bradbury, John Cheever, J. Le Carré, Doris Lessing o Don DeLillo. En 2015 su labor intelectual fue premiada por la Academia Americana de Artes y Ciencias, labor que alcanza también al mundo de la danza. Además de editor, escritor —George Balanchine: The ballet maker, lines and letters; Sarah: The life of Sarah Bernhardt; Great Expectations: The sons and daughters of Charles Dickens— y crítico, fue programador y miembro de la directiva del New York City Ballet. Con unos padres un tanto distantes, la soledad en su infancia la mitigaron los libros y la cultura. El ballet se convirtió en su refugio y en «una segunda familia».
Editar libros y The New Yorker
La carrera de Gottlieb en el mundo editorial comienza en 1955 en Simon and Schuster como asistente editorial personal de Jack Goodman, el director editorial. En esa época coincide con Michael Korda y con la conocida publicista Nina Bourne, que más tarde le seguiría a Knopf. De hecho, es trabajando con Bourne en las campañas publicitarias donde más disfruta y destaca, sobresaliendo el lanzamiento del clásico moderno Trampa 22 de Joseph Heller. Editó sobre todo literatura de ficción, Chaim Potok (Los elegidos), Edna O’Brien, Robert Stone y Ray Bradbury, entre otros, al que adquirió siendo ya editor jefe. Pero tras una docena de años en Simon and Schuster, se marchó a dirigir Knopf.
Es precisamente en Alfred A. Knopf donde desarrolla gran parte de su carrera publicando a autores de la talla de Toni Morrison, Barbara Goldsmith, John Cheever, Robert Caro, John Le Carré o Michael Crichton. Su carrera en la editorial tuvo un impasse cuando en 1987 el propietario de Knopf le convence para relevar a William Shawn al frente de The New Yorker, que no atravesaba su mejor momento. No fue un cambio fácil, tuvo que adaptarse a una nueva plantilla, un nuevo medio y una nueva forma de trabajar. De manera paulatina introdujo cambios, sobre todo en lo respectivo a la ficción editorial, pero no fueron suficientes para recuperar ventas. En 1992 sustituido por Tina Brown, regresa a Knopf.
Lecciones y memorias de un editor de libros
Lector voraz está convenientemente estructurado y dividido en varios bloques que siguen una línea cronológica, a excepción de su vinculación con la danza, a la que dedica un capítulo aparte.
Comienza con «Los libros» y «El aprendizaje» para hablar de su voracidad lectora y su formación. Concentra el grueso de sus memorias en los capítulos centrales dedicados a cada una de las editoriales en las que trabajó. Simon and Schuster, Alfred A. Knopf, The New Yorker y vuelta a Knopf. «La danza», «Escribir» y «Vivir» cierran el libro. Un capítulo dedicado a hablar de su relación y trabajo en el ballet. Otros dos para contar su experiencia como escritor de libros y colaboraciones en diferentes publicaciones —The New York Review of Books, The New York Times Book Review y The New York Observer—; algunas reflexiones sobre su vida, consejos para futuros editores y un breve repaso a las bases y fundamentos de la edición según Gottlieb.
Las memorias se centran, casi exclusivamente, en su experiencia y vida profesional. Unas memorias escritas con voracidad, abarcando y mencionando a una gran parte de todos los escritores a los que editó o con los que mantuvo contacto.
Así como en la biografía de Max Perkins escrita por A. Scott Berg destaca y se centra mayoritariamente en F. Scott Fitzgerald, Hemingway y Thomas Wolfe; Gottlieb parece que no se deja a nadie en el tintero. A algunos les dedica un párrafo o dos, y con otros se extiende varias páginas. Son numerosos los escritores y trabajos que menciona —algunos poco conocidos en el mercado español—.
El relato es una sucesión de hechos, datos, comentarios… No profundiza en el trabajo editorial específicamente. Va saltando de un escritor a otro, de un libro a otro, de un trabajo a otro. Y entre uno y otro deja lecciones de la labor editorial, de sus principios y fundamentos.
«Lo más dañino que le puede hacer un editor a un escritor es intentar crear una versión mejorada de lo que ya es»[1]Íbid., p. 236..
En el relato de su experiencia con Michael Crichton podemos extraer sus criterios e ideas sobre los escritores de género, la calidad y los best sellers. «Sí, hay escritores de género de baja calidad que se vuelven muy populares pero, en general, los más populares suelen ser los que mejor hacen lo que saben hacer. […] A la larga, el público lo sabe: Stephen King, John Grisham y Danielle Steel son los mejores en lo que hacen»[2]Íbid., p.153..
Dijo Maxwell Perkins en una ocasión que «el libro, en todo caso, pertenece al autor». Ambos editores comparten la creencia de que los escritores son lo primero y el editor debe permanecer en la sombra. «Los lectores deben permanecer ajenos a los procedimientos editoriales; tienen derecho a sentir que lo que están leyendo les llega directamente del autor»[3]Íbid., p. 92. defiende Gottlieb que dedica unas líneas a exponer su postura sobre la relación productiva entre el escritor y su editor hablando de Toni Morrison y la edición de Sula. La confianza mutua, el hecho de que el escritor esté dispuesto a escuchar lo que el editor pueda sugerirle, pero al mismo tiempo se sienta libre de seguir sus consejos o no. Confiesa así que una de las relaciones autor-editor más estimulantes de su vida laboral la mantuvo con John Le Carré, que se extendió también al ámbito personal.
Humildad y sinceridad no faltan. Se atreve a hablar de egos y mezquindades, como la de Roald Dahl. Harto de las exigencias del escritor y sus irrespetuosas formas con el equipo de Knopf, le envió una carta de despedida. Anécdotas como la lidia con Robert Caro por reducir sus mastodónticas biografías, especialmente la de Lyndon Johnson. Pero también confiesa que lamentó perder autores como Don DeLillo o Robert Stone. No se muestra, sin embargo, especialmente arrepentido de haber rechazado La conjura de los necios. A pesar del Pulitzer y de la campaña en su contra que emprendió la madre del autor tras el suicidio de éste. Pudo ser un error, reconoce, dado su éxito posterior, pero cuando volvió a leer el libro publicado por Louisiana State University Press comprobó que sus conclusiones volvían a ser las mismas. «Estaba la energía explosiva que recordaba, la imaginación prodigiosa, el humor excitante, pero también el exceso, la tensión, la perspectiva inmadura de la vida»[4]Íbid., p. 126..
Ávido lector, editor de éxitos
Robert Gottlieb fue un profesional de la edición que, en palabras de Javier Aparicio Maydeu en el prólogo del libro, «conoció la matemática perfecta entre lo que hay que leer y lo que hay que vender». Y eso queda patente en su variado catálogo personal desde que comenzara en Simon and Schuster hasta Knopf. Entre otros tantos mencionados, Bradbury, Don DeLillo, Denis Johnson, Roald Dahl, Nora Ephron, Bob Dylan, Doris Lessing, las memorias de Katherine Graham, las de Bill Clinton y, antes, las de Lauren Bacall que las escribió en las propias oficinas de Knopf.
Aun así su abanico de lecturas siempre fue más amplio y variado que los libros que editó.
«Desde que Max Perkins trabajara con Hemingway o Fitzgerald no ha existido otro editor más admirado que Robert Gottlieb».—Michael Dirde, The Washington Post.
Escrito a la edad de ochenta y cinco años, Lector voraz es el relato de la carrera editorial de Robert Gottlieb y, por ende, de su vida. Una vida dedicada a los libros: a leerlos, editarlos y, finalmente, escribirlos. Mientras tanto, se convirtió en uno de los grandes editores de los últimos sesenta años de la historia del sector editorial, y este libro es el testimonio en primera persona de ello.
Título: Lector voraz |
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