Los firmantes del Tratado de Roma de 1957 que pusieron en marcha lo que con el tiempo se convertiría en la actual Unión Europea, aunque materializaron un proyecto económico de extraordinaria envergadura, como nunca se había visto hasta entonces, cometieron al menos dos importantes errores de bulto.
Uno, olvidarse del tercer mundo más allá de los intereses por la explotación de sus recursos y dos, dar forma política, más allá de lo económico, a dicho proyecto.
Ambas cuestiones le han acabado pasando factura a la Unión Europea de manera más que sensible los últimos años y de forma todavía más explícita en estos duros tiempos que corren.
Por un lado ante las consecuencias de unas cada vez más desesperadas corrientes migratorias procedentes de países de los que huyen de la hambruna, los rigores del cambio climático y guerras interminables; cuestiones y conflictos propiciados por lo general por la avaricia y codicia del mundo súper desarrollado.
Por otro, su extraordinaria inoperancia en el orden político interno en lo referente a la cada vez mayor presencia en la escena pública de nuevas formas de autoritarismo dispuestas a volar por los aires los principios más básicos de las democracias liberales, incapaz de hacer frente a sucesos como “el trumpismo”, y en el orden internacional la guerra de Ucrania y el genocidio palestino.
Postergado sine die cualquier atisbo de conformar los que debían haber sido los Estados Unidos de Europa, el proyecto europeo ha quedado reducido a una mixtura de naciones, cada una en la práctica por su lado en lo político, fruto de ese mismo individualismo que el sistema propugna deliberadamente en un evidente proceso destructivo y de liquidación del estado del bienestar.
Nadie advirtió las consecuencias de aquella sentencia de Margaret Tatcher, la Dama de Hierro, propulsora y baluarte del dogmatismo neoliberal, cuando afirmó rotundamente que el mayor éxito de su carrera política era el nuevo laborismo de Tony Blair.
A partir de ese momento la comunidad europea empezó a deteriorarse paulatina pero inexorablemente hasta culminar con las sucesivas crisis inmobiliarias, económicas, financieras, sanitarias, inflacionarias o energéticas del presente siglo y recayendo sobre manera en las clases medias y trabajadoras, mientras las clases más adineradas incrementaban exponencialmente sus beneficios.

Ursula von der Leyen y sus atribulados colegas del máximo órgano representativo de la U.E. pueden ser el último suspiro de una corriente que acabará despedazando esta última incapaz de frenar las ínfulas de Trump I, el nuevo emperador de occidente, y sus envalentonadas huestes de esta orilla del Atlántico; todas ellas fruto de la inoperancia política europea durante las últimas décadas y del consabido aumento de los desequilibrios en todo ese tiempo.
Sumisa a los intereses del propio Trump vía aranceles o mediante la exigencia de apresuradas inversiones en material bélico -por supuesto de procedencia norteamericana-, a costa de un nuevo deterioro de los servicios públicos mientras los grandes capitales actúan a sus anchas desviando sus beneficios a reconocidos paraísos fiscales cuando no gozan de absoluta impunidad dentro incluso de la propia Unión Europea en un auténtico y consentido ejercicio de dumping fiscal frente al resto de contribuyentes.
Mientras contempla impotente como Ucrania se desangra y el pueblo palestino, retransmitido en directo, es víctima de una nueva “Solución Final”, precisamente a manos de los mismos que la padecieron en un pasado cada vez más reciente.
El envite de la guerra
En la guerra de Ucrania la Unión Europea ha quedado desplazada, por no decir menospreciada, como interlocutor válido tanto por Rusia como, lo que es peor por EE.UU. a la hora de abrir negociaciones para poner fin a la misma.
Atemorizada por su omnipresente vecino, más aún con el reciente incidente de Polonia, la realidad es que desde un punto de vista racional si Rusia con todo su presunto poderío militar no ha sido capaz de adueñarse de apenas una porción de territorio del país más pobre de Europa en más de 3 años, resulta inimaginable que se atreva a confrontar con los países de la Unión Europea, aliados de la OTAN.
Como decimos, desde lo racional que es algo que estamos viendo cada vez se da menos, no solo en Rusia y los EE.UU. sino en buena parte de nuestro entorno.
La pasada semana Von der Leyen, en el debate sobre el estado de la Unión, por primera vez ha puesto sobre la mesa la posibilidad de suspender las relaciones comerciales, aunque sea de manera parcial, y algunas otras propuestas de cierta contundencia contra el estado de Israel, aunque ello habrá de ser refrendado por una mayoría cualificada de los países miembros, tarea hoy por hoy arduo difícil.
En cualquier caso, más vale tarde que nunca una vez constatado después del bombardeo sobre la delegación negociadora de Hamas en Doha, si es que a alguien le quedaba alguna duda, que a Netayanhu le importaban poco o nada los rehenes israelíes desde el primer momento.
Netanyahu cegado por sus teorías supremacistas, abrumado por el fracaso de su reconocida financiación de Hamás en aras de desestabilizar a la Autoridad Nacional Palestina y atrapado en un sinfín de causas judiciales en su contra tanto en el interior de Israel como por las acusaciones de genocidio y crímenes contra la humanidad de los tribunales internacionales de justicia pero con el apoyo de la administración Trump y poderosos lobbies no va a parar, sino es de forma obligada, hasta ocupar por completo Cisjordania y convertir Gaza en un solar para dar rienda suelta a la nueva Riviera del propio Trump.
Otra cosa es qué pasará con los gazatíes que sobrevivan. Algunos acabarán sirviendo de mano de obra barata a los delirios de Trump, otros acabarán vagando por el desierto del Sinaí en infinitos campos de refugiados que necesariamente tendrá que asumir el estado egipcio y a saber, con la deriva que han tomado las sociedades occidentales, el interés de las instituciones para brindarles cierta cobertura.
Hace tiempo que el norte desarrollado, del que la Unión Europea fue su principal exponente, perdió su propio norte en una visión absolutamente distorsionada de un modelo capitalista que, como hemos dicho en numerosas ocasiones, hubieran despreciado incluso los padres del liberalismo económico.
Atentos a las consecuencias.