A veces la gente dice que cuando estás deprimida la vida es esa cosa que pasa por delante sin que puedas aprehenderla, la vida mediada por una pantalla de metacrilato gigante.
No todos los estados depresivos te llevan a la cama, algunos simplemente te robotizan, sigues el ritmo que marcan las obligaciones con la mirada medio perdida, con el vacío instaladito en algún lugar que no logras reconocer, pero sigues, sigues haciendo lo que tienes que hacer porque si no lo haces, luego será peor.
No sé si a esto a lo que me refiero, ¿se le puede llamar depresión?, ¿estado depresivo? Hay que ser certeras con el lenguaje, ¿estas palabras solo deberían asociarse a un diagnóstico clínico?, si es así pido disculpas por si no soy los suficientemente respetuosa con el uso de los términos.
Durante muchos siglos a estas circunstancias vitales se las asociaba con las pasiones tristes, con la melancolía y la nostalgia. Hace años, cuando Nieves y yo leíamos a Santa Teresa y a las beguinas y a las muradas y a Hildergada von Bingen y un poco también a Paracelso, una tarde de estudio, antes de sumergirnos en el Castillo Interior de la Santa, encontramos un pasaje donde Rosa Rossi en la biografía que hace de Teresa de Ávila relata como esta les recomendaba a sus monjas que ante cualquier atisbo de melancolía dejaran el rezo y la meditación y que hicieran trabajo de huerto, que se fueran a ayudar a las cocinas, que hicieran conservas, guisos… o se encargaran con ahínco del mantenimiento del convento.
Sin ser yo mucho de iglesias, pero sí de santas barrocas, ¿se refería nuestra Teresa a este estado de letargo y desasosiego interior donde la mente se vuelve poderosa mientras el cuerpo se desvanece, se convierte en ensoñación, en puro paisaje estático, y de ahí este remedio infalible de darle al cuerpo vidilla y movimiento y cosas para no dejar de sentirlo, para romper la disociación… o igual, no, y entre las diferentes lecturas posibles esto es solo devaneo y desacierto interpretativo? No lo sé, son las 16:00 de la tarde de un 10 de agosto en ebullición y mi mente parlanchina y cansada no me deja ir mucho más allá. A ver si los recursos literarios y esta voz poética que las diosas me han dado (guiño-guiño), me resuelven el entuerto y me muestran la puerta que me saque de este jardín.
Retomo la metáfora: la vida pasa y tú quieres tocarla, pero la vida no te toca y a ti te faltan fuercitas; y no es que la vida no te vea, que sí, que te tiene presente, solo que necesita un poco de colaboración, de coincidir en el momento, de hacer su buen match. Pero como el match no llega, la vida se convierte en esa cosa que les sucede a las otras gentes, a las que parece, que sí, que efectivamente les da de lleno en todo el cuerpo y les hace ser un poco más, son un poco más ser.
La vida que se encuentra con el ser, el ser que se encuentra fuera de sí en la vida. La aletheia que es el velo que cae descubriendo la verdad, la verdad que es el ser y es la vida reconociéndose. Ahora son las 16:20 del 10 de agosto y llevamos 10 minutos de ebullición más, y se nota, y esto es un laberinto de jardines, de uno paso a otro, pero, la verdad, no me importa mucho. Así que continuo y llego a la siguiente puerta donde me encuentro con Epicuro y la cuestión de la alegría. Sigo.
Y luego está la cuestión de la alegría, ¿la alegría es sinónimo de felicidad? Yo, la verdad, como persona alegre y divertida que soy, digo que, claramente, no. Pero, ¿se puede estar triste y ser feliz? Estoicos y Epicúreos dirán: ataraxia, aunque cada escuela aportará matices distintos, en los que no voy a reparar. La ataraxia vendría a ser la imperturbabilidad helena. Los estoicos van a tirar más al determinismo mecanicista, rollo, como todo está ya establecido soporta con alegría y aceptación lo que te venga, ya que no puedes cambiarlo. Los epicúros van más en la onda del término medio, la felicidad es el equilibrio, porque ni el exceso ni el déficit nos llevan a la justa medida de las cosas. Y yo digo: ¡Ataraxia y amor, hermana!
Me tatué un rayo, para no olvidarme del asombro. El asombro a mí siempre me lleva al paisaje, el paisaje como algo vivo en movimiento, no como escenografía estática. El otro día en el coche vi 4 cabras montesas en la carretera que va de Guadix a Laroles, 4 cabras montesas blancas en una peña a eso de las 21:00 de la noche, a los cuatro días la sombra de un alacrán pasó por debajo de la mesa donde estábamos, y me enseñaron el exoesqueleto de una cigarra. Una cigarra que ha estado años debajo de la tierra hasta que su particular reloj biológico ha hecho que ella y todas sus compañeras de generación salieran a la vez, se desprendieran de la capa esquelética que las protegía y que al unísono emprendieran el canto.
También en estos días, mientras Roberto representaba su Lazarillo al aire libre, justo en la escena de la violación, pasó una estrella fugaz y muchas personas hicimos “ohhh”, porque cómo no decir “ohhhh” si ves una estrella fugaz.
Ojalá estéis todas y todos bien.
Aquí libros y cosas que seguro os resultan súper interesantes y abren nuevos paisajes para lo que viene ser el pensar ordenado: seguro que Spinoza tiene mucho que aportar sobre las pasiones así que lean su Ética, a sorbitos pequeños. También a Sara Ahmed: La promesa de la felicidad:una crítica cultural al imperativo de la alegría. Y aunque no tiene nada que ver, la edición que hizo Agustín García Calvo del Rarum Natura de Lucrecio, que también tenía un jardín, es la bomba… y Fármaco de Almudena Sánchez; y, por supuesto, lean a Hildergarda von Bingen, y la biografía de Teresa Rossi de Teresa de Ávila, y escuchen el podcast de Las hijas de Felipe, que saben mucho de monjas y son listísimas.
Y también este poema de Roque Dalton que es bellísimo: “Yo, como tú, / amo el amor, la vida, el dulce encanto, / de las cosas, el paisaje/celeste de los días de enero. /También mi sangre bulle / y río por los ojos/ que han conocido el brote de las lágrimas. /Creo que el mundo es bello, / que la poesía es como el pan, de todos. /Y que mis venas no terminan en mí/ sino en la sangre unánime/ de las que luchan por la vida, / el amor, /las cosas,/ el paisaje y el pan,/ la poesía es de todas.”