Reseña de DEFOE, Daniel: Diario del año de la peste. Alba, Barcelona, 2020.
Si hay un film cuyo visionado me impresionó de manera duradera y terrorífica durante mi infancia, con excepción de aquellos sueños románticos y lúgubres de la Compañía Universal, es «Pánico en las calles» (1950) de Elia Kazan. Así que se me disculpará que comience esta tentativa de literatura comparada con una película. No sólo porque trata de la peste bubónica y porque Jack Palance da en general bastante miedo, y ni siquiera porque éste no disminuye con la presencia de Richard Widmark, sino más bien al contrario. Kazan, que es un maestro de una incómoda historia secreta de la paranoia americana, sabe dónde golpea y por qué lo hace, en esta oscura historia de los bajos mundos de la ciudad. Un enemigo letal e invisible, que parecía desaparecido, se cierne como una amenaza sobrecogedora en medio de la civilización. Nadie podría decirme, cuando de pequeño estuve semanas considerando con sospecha cada cosa que tocaba, que iba a encontrarme, como todos ustedes, en una situación no muy diferente a la que se narra en este film, lleno de suspense y con unos momentos de violencia casi expresionista.
Si alguien piensa que hay algo de frivolidad en este acercamiento literario a una plaga, me veo inclinado a responder que en verdad no hay otro tipo de acercamiento posible. Que es inevitable hacer literatura de ello, por más que intentemos una presentación científica y objetiva. Al final nos pueden las metáforas. Esto es lo que ocurre con un muy recomendable libro de Ole J. Benedictow[1]BENEDICTOW, Ole J.: La Peste Negra (1346-1353). La historia completa. Akal, Madrid, 2011., en el que se estudia con minucia el rápido y múltiple desarrollo de la epidemia europea del siglo XIV, revisando los medios utilizados hasta entonces, y que son siempre indirectos e incompletos. Sin embargo, el conjunto está gravado por una metáfora tenaz y recurrente: la que interpreta el despliegue en el espacio y el tiempo de la mortandad como el despliegue de un ejército invasor. No hay tal, y no sólo no lo hay, sino que confundir a la bacteria que comunica una pulga o a un virus con algo parecido a un soldado, a un arma o una armada, puede que sea una licencia retórica con más inconvenientes que ventajas. En este sentido me parece más manejable la metáfora alternativa de William H.McNeill[2]McNEILL, William H.: Plagas y pueblos. Siglo XXI, Madrid, 1984., quien prefiere contemplar las plagas y epidemias como un modo de conducta depredadora, que no sería diferente a la colonización y a las guerras en el nivel macroscópico, dado que es la correlación histórica de los tres procesos la que parece importar al historiador.
A la hora de proponer un canon literario sobre la enfermedad, creo que hay tres grandes obras para estructurar nuestro estudio. La primera, desde luego, es esas falsas memorias con las que Daniel Defoe no narra la cruenta epidemia de peste que asoló Londres en 1665.[3]DEFOE, Daniel: Diario del año de la peste. Alba, Barcelona, 2020. Y digo que son falsas memorias, porque en realidad Defoe era entonces un niño de cuatro o cinco años, un superviviente, sí, pero cuyos recuerdos han sido guarnecidos a través de una ficción. Nada menos que sobre la ficción de ofrecernos un documento, un texto no ficcional en el que se subrayan las reiteraciones, la escritura a ratos sumaria y el balance llamativo entre las tablas numéricas de mortandad y la imprecisión. Pero si por algo nos atrapa Foe es porque también ofrece un canto funerario sobre la ciudad misma. Porque ese Londres, incluso en su mera dimensión física, ya no existe cuando él escribe, dado que el centro de la ciudad medieval fue arrasado en 1666. No es extraño entonces que el Diario tenga cierto eco significativo en las que tal vez sean las más enciclopédicas y poéticas memorias de una ciudad jamás escritas, y que debemos a Peter Ackroyd, quien con ellas firma la que me atrevo a considerar su obra más excelsa.[4]ACKROYD, Peter: Londres: una biografía. Edhasa, Barcelona, 2012. Es verdad que hay muchas cosas en las que difieren el punto de vista de uno y otro, ya que Ackroyd es un militante de cierto irracionalismo mágico, mientras que Defoe dedica una parte bien importante de sus páginas a denunciar las supersticiones y el efímero prestigio de toda suerte de augures y hechiceros en medio de la catástrofe. Y lo hace, porque sabe muy bien que el secreto y el olvido son las estrategias más frecuentes para ponernos en guardia contra lo que no deseamos (Diario, p. 34). Por otro lado, en aquel momento la peste bubónica era todavía un mal del que apenas se sabía nada sobre su etiología y modo de transmisión. En cualquier caso Defoe nos dejará, pese a la pretensión de objetividad, páginas estremecedoras sobre la tragedia de tantas familias, y sobre todo, un diagnóstico sobre la muy concreta dilución del orden ciudadano en tiempos de epidemia: «La peste durante seis o siete semanas causó estragos tales que superan a todo lo que he contado, llegando incluso a tal paroxismo que, en los momentos de mayor gravedad, llegó a trastornarse el excelente orden por el que tanto he elogiado a los magistrados; me refiero a que no se vieran cadáveres por las calles ni se enterrara a nadie durante el día, pues la situación llegó a ser tan extrema que fue necesario tolerar que durante cierto tiempo la cosas fueran de otro modo» (p. 299). En efecto, la microsociología contemporánea, sobre todo la derivada de la perspectiva de Erving Goffman y de la etnografía de Garfinkel, ha estudiado cómo el orden social del morir mismo se articula en los hospitales[5]SUDNOW, David: La organización social de la muerte. Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1971., y hoy también el del duelo, que se ha hurtado del ámbito doméstico a través de los tanatorios, con diferentes plazos de desarrollo y normalización.
Para hacernos con una imagen de esa ciudad, que es una metáfora bien poderosa de la humanidad, habrá que recurrir a William Hogarth, o a las no menos agobiantes ilustraciones de Gustave Doré, realizadas un siglo más tarde de que Defoe escribiera su memoria.[6]DORÉ, Gustave y BLANCHARD, Jerrold: Londres una peregrinación. Abada, Madrid, 2004. La contemplación de estas estampas de la vida cotidiana, opresivas en cuanto nos presentan a una multitud convulsa o muy apretada en el espacio, confieso que no me facilitan comprender la vida misma, sino cómo habría de ser su desborde o tensionado durante una catástrofe. Por si nos había confundido la apariencia de fría crónica de Defoe, la segunda obra de esta aproximación canónica, de acuerdo con la profesión de fe de una estética romántica, no nos ahorrará el cuadro más patético de todos. Me refiero al que dibuja Alessandro Manzoni, aunque sólo sea parcialmente, de la peste que golpea Milán en 1630, en I Promessi Sposi,[7]MANZONI, Alessandro: Los novios. Alfaguara, Madrid, 2004. singularmente los capítulos 28, 31 y 32. Pero son muchos los desórdenes debidos a la hambruna (la llamada guerra del pan) y, sobre todo, el vergonzoso asesinato de los untori, presuntos agentes y creadores de la enfermedad; algo de esa ponzoñosa necesidad de asignar culpables resucita en cada plaga. Manzoni perseguirá la crónica de ese linchamiento[8]MANZONI, Alessandro: Historia de la columna infame. Bruguera, Barcelona, 1984., que forma parte casi del patrimonio familiar, dado su impacto sobre la condena ilustrada de la tortura por parte de su Cesare Beccaria, su abuelo, y de Pietro Verri. Sobre la persistencia de las huellas de ese triste acontecimiento, característico de la paranoia de las enfermedades de masa, antes de nada es preciso mencionar al magnífico escritor siciliano Leonardo Sciascia, quien de algún modo parasita en el sentido más alto del término, la novela de Manzoni, no sólo con la brillante nota, de erudición borgiana, que acompaña a la edición de La columna, sino también con una novela suya, La bruja y el capitán, que toma como pretexto un episodio lateral de Los novios, para facturar un retrato bastante aproximado de la turbia mezcla de creencias falsas y de corrupción en el desempeño la acción punitiva del Santo Oficio.[9]SCIASCIA, Leonardo: La bruja y el capitán. Tusquets, Barcelona, 2006.
El tercer jalón canónico lo ofrece, desde luego, la novela de Albert Camus[10]CAMUS, Albert: La peste. Edhasa, Barcelona, 2018., de cuya profundidad moral sería imposible hacer un boceto siquiera en estas pocas líneas de una reseña. Me atrevo a decir que la ficción de Camus está muy por delante de las antes mencionadas, pero, que en otro, supone un regreso, una cierta búsqueda de la raíz y del fundamento. Está, eso no cabe dudarlo, bien por delante, por cuanto ahora aparece bastante delimitada la necesidad de plantear una causa natural de la enfermedad: «el doctor Bernard Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera.» (La peste, p. 16). Aunque todavía se discute si el origen está en los parásitos (pulgas) de las ratas, que al exterminar la población de las mismas saltan a otro nicho biológico de huéspedes, o posee un origen en el parasitismo humano desde el principio. En realidad este aspecto no es tan importante, porque lo que cuenta de verdad en el relato camusiano es que este aislamiento naturalista del mal nos deja todavía más solos, enmudecidos por el horror. Hasta el punto de que la hasta entonces apacible y muelle Orán resulta descosida desde dentro del mapa de la tranquilidad: «Hay ciudades y países donde las gentes tienen, de cuando en cuando, la sospecha de que existe otra cosa. En general, esto no hace cambiar sus vidas, pero al menos han tenido la sospecha y eso es una ganancia. Orán, por el contrario, es en apariencia una ciudad sin ninguna sospecha, es decir, una ciudad enteramente moderna.» (La peste, p. 12). Pues bien, Camus ha de desandar con nosotros todo ese largo camino de ignorante ligereza, en parte guiado por el dramático papel del Padre Paneloux («el amor a Dios es un amor difícil», p. 261), y que hace que su novela esté más cerca de Unamuno que de Jean-Paul Sartre, por darle rostros, dos nombres, a los extremos del existencialismo.
¿Qué significa, en este sentido, desandar el camino? Pues, a nuestro juicio, el de acercarse a una dimensión teológica. Abordar una pandemia supone tener muy en cuenta algo sobre lo que no dejó de advertir ese genio de la paradoja que es Chesterton, y que es la inclinación del ser humano, cuando deja de creer en Dios, de empezar a creer en cualquier cosa. Por eso nuestro ejercicio de literatura comparada estaría incompleto sin dos pequeños apuntes de otra concepción del mundo y otra manera de ver, que sólo nuestra satisfecha necedad moderna se atreve a tildar de dogmática y sin matices. Volveríamos por ejemplo a leer los discursos de San Gregorio Nacianzeno (siglo IV), en particular uno que señala el inicio de su carrera episcopal, y que muestra su disposición bien prudente y compleja frente al acontecimiento de una tremenda granizada que arruina la cosecha para desesperación de los fieles. Lo que viene a decir Gregorio, y que nosotros podemos traducir a un contexto actual, es que lo terrible no es sufrir una plaga, sino no ser corregido por ella.[11]GREGORIO DE NACIANZO: Discursos XVI-XXVI. Ciudad Nueva, Madrid, 2019, p. 67. Y el obispo no se ahorrará en señalar todo lo que hay de perverso en la comunidad humana de su tiempo, porque está obligado a escuchar el clamor del espíritu. Pero es que el espíritu clama con distintos tonos, no solo con el de la aflicción y la inocencia puesta a prueba. Sin cambiar de desgracia, que era devastadora para una sociedad campesina, en esa misma dirección, que es una mezcla de asentamiento teológico y de razonable pragmatismo, es más que oportuno saludar la publicación de un tratado del obispo Agobardo de Lyon[12]AGOBARDO DE LYON: Sobre el granizo y los truenos. Siruela, Madrid, 2018., probablemente escrito a principios del siglo IX, y que tiene por objeto refutar que el granizo sea producido por los llamados tempestarios, quienes lo vierten desde unas grandes naves que atraviesan las nubes. Por absurda que resulte esta creencia en la figura de un inmisor tempestatum o brujo de las tormentas, que es un aeronauta proveniente de Magonia (la tierra de los magos), lo cierto es que el tratado de Agobardo es una pieza maestra de un cierto racionalismo católico, enfrentado a un rescoldo de prácticas paganas, que no sólo ponen en peligro la vida de inocentes sino que amenazan con desbaratar el ingreso de diezmos eclesiásticos, desviados hacia toda suerte de brujos protectores. Agobardo nos dirá que el granizo proviene de Dios, e incluso adelantará ciertas causas naturales concomitantes del mismo. Dios o naturaleza, nunca el brujo o, como diríamos hoy, el ingeniero oriental. Y no estamos citando a Espinosa ni a Einstein, sino a un pastor religioso, que sabe bien hasta qué punto otras escenas que no sean esas en nada pueden servir para una verdadera recuperación posterior a la catástrofe. Alguien podría objetar que mi canon pandémico es anticuado, cuando no deliberadamente arcaico. Sé, me temo incluso, que en estos meses de encierro, tantas personas anhelantes de vida se habrán dedicado a escribir debido a todo lo que, por prudencia o por mandato legal, les alejaba de ella. De esa cosecha sólo me atrevo a recomendar, y con muchas cautelas, una novelita de Dacia Maraini[13]MAIRANI, Dacia: Trío. Dos amigas, un hombre y la peste en Sicilia. Altamarea, Madrid, 2020., deliciosamente intemporal, anclada entre el pasado histórico y un porvenir utópico de sororidad. Pero anotada además con una advertencia al lector sobre la pandemia del coronavirus y el origen de su escritura, y por lo tanto gravada con la más urgente presencia del presente. Su deliberado anacronismo la hace en cierta manera ucrónica. No digo en absoluto que sea una obra memorable, pero tampoco espero que las vaya a haber mucho mejores. La compré en una librería feminista de mi barrio en cuanto se reabrieron las librerías.
Título: Diario del año de la peste |
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Referencias
↑1 | BENEDICTOW, Ole J.: La Peste Negra (1346-1353). La historia completa. Akal, Madrid, 2011. |
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↑2 | McNEILL, William H.: Plagas y pueblos. Siglo XXI, Madrid, 1984. |
↑3 | DEFOE, Daniel: Diario del año de la peste. Alba, Barcelona, 2020. |
↑4 | ACKROYD, Peter: Londres: una biografía. Edhasa, Barcelona, 2012. |
↑5 | SUDNOW, David: La organización social de la muerte. Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1971. |
↑6 | DORÉ, Gustave y BLANCHARD, Jerrold: Londres una peregrinación. Abada, Madrid, 2004. |
↑7 | MANZONI, Alessandro: Los novios. Alfaguara, Madrid, 2004. |
↑8 | MANZONI, Alessandro: Historia de la columna infame. Bruguera, Barcelona, 1984. |
↑9 | SCIASCIA, Leonardo: La bruja y el capitán. Tusquets, Barcelona, 2006. |
↑10 | CAMUS, Albert: La peste. Edhasa, Barcelona, 2018. |
↑11 | GREGORIO DE NACIANZO: Discursos XVI-XXVI. Ciudad Nueva, Madrid, 2019, p. 67. |
↑12 | AGOBARDO DE LYON: Sobre el granizo y los truenos. Siruela, Madrid, 2018. |
↑13 | MAIRANI, Dacia: Trío. Dos amigas, un hombre y la peste en Sicilia. Altamarea, Madrid, 2020. |