Ya en democracia hubo un tiempo en España donde la práctica mayoría de la derecha política se agrupaba bajo una sola sigla. Primero fue la de AP de Alianza Popular para años más tarde, tras la refundación del partido, pasar a la del PP del Partido Popular.
Muy por el contrario de como ha pasado históricamente en el otro lado del tablero donde el espíritu crítico de sus componentes y su clásico inconformismo ha desplegado toda una amalgama de formaciones políticas en lo que se ha conocido siempre como la tradicional desunión de la izquierda. Para bien en lo que ha servido para desarrollar ideas y para mal en lo que ha entorpecido sus resultados electorales.
En el caso del Partido Popular este ha aglutinado tras de sí todo el espectro conservador de la escena política española. Desde los que nunca dejaron de añorar el régimen anterior, del que muchos acabaron marchándose de rositas y si cabe por la puerta grande como ocurriera con los oligarcas rusos tras la caída del imperio soviético, hasta los liberales más moderados próximos a los de las grandes democracias europeas.
El fin del bipartidismo
Pero en estas apareció Vox. A buen seguro una consecuencia más de esa borrachera de éxito de los populares al sacar a España de la crisis financiera de 2008 mientras se olvidaban de hacer lo mismo con los españoles. Además de otros problemas de nuestro tiempo que han dado pie en casi todo el mundo desarrollado a personajes como Le Pen, Orbán, Trump o Bolsonaro entre otros.
Mientras el bipartidismo saltaba en pedazos en España con una nueva formación, con nuevos cuadros y todo un refrito de votantes captados de muchos lados que hacia carrera por la izquierda como es el caso de Podemos, por la derecha Vox no era más que una escisión tanto en sus dirigentes como en sus votantes del Partido Popular.
Tanto es así que su propio líder ha estado viviendo durante 15 años de la nómina del PP –según le ha espetado desde la tribuna del Congreso el propio Casado-, y así otros tantos que ocupan escaño en esta y otras instituciones.
Desde que Vox se afianzó en el Congreso gracias a la incompetencia de Pedro Sánchez y su negativa a pactar con Podemos –y en lo que le toca a este mismo-, lo que daría lugar a un nuevo proceso electoral, Vox y PP han mantenido una relación de amor-odio que les ha llevado a ponerse casi siempre de perfil entre ambos, no se han dejado de mandar recados envenenados los unos a los otros, pero tampoco han dejado de ligar acuerdos que ha permitido a los populares gobernar en algunas CC.AA. y algunos ayuntamientos.
El discurso
Pero «hasta aquí hemos llegado», o al menos eso es lo que le ha dicho desde la tribuna de oradores el jueves Pablo Casado a su antiguo compañero de filas, Santiago Abascal candidato a la presidencia del gobierno, en una moción de censura inútil que solo tenía, precisamente, ese interés: cuál sería la postura ante la misma de la bancada popular.
O lo que es lo mismo, como se ha llegado a decir, una andanada por todo lo alto a Casado y una operación de marketing cara a al electorado de esa parte del PP que todavía resiste en el mismo pero se siente más cerca del nacionalismo cainita de Vox –del que también le ha acusado el líder popular-, que de los que abrazan el liberalismo político.
No sabemos, eso el tiempo lo dirá, si lo que a simple vista ha parecido un absoluto fracaso de Abascal y una sorpresa para el mismo como incluso ha admitido, cómo repercutirá sobre este y cómo repercutirá sobre el electorado el que, sin duda, ha sido el primer gran éxito político de la carrera de Pablo Casado.
Un gran éxito en la tribuna de oradores, porque para sorpresa de propios y extraños, Casado aun sin dejar de torpedear al gobierno, que eso sí que era previsible, se ha colocado en una postura mucho más próxima a lo que es ese liberalismo político que desde su llegada a la presidencia del PP parecía haber dejado de lado y lo había puesto en un brete incluso ante alguno de sus barones de perfil mucho más moderado.
Pero que Casado haya puesto al pie de los caballos a Abascal no es garantía de que, a pesar de tamaño alegato, vaya a cambiar su actitud cara a la gobernabilidad de España. Hábil en este caso el propio presidente del gobierno le ha arrojado un vez más el guante interpelándole desde esa misma tribuna de oradores y a raíz de su categórico discurso, en relación a la renovación del CGPJ que los populares tienen bloqueado desde hace dos años.
Pero es que además tanto Pablo Casado como el Partido Popular siguen teniendo otro problema más y que Metroscopia ha retratado en una encuesta realizada con relación a la moción de censura y que se ha publicado esta misma semana. Que venía a decir que solo uno de cada diez de sus habituales votantes se manifestaba contrario a la investidura de Abascal mientras que más de la mitad de los mismos apostaban a su favor.
Ese es el gran dilema de Pablo Casado si quiere retomar la senda del liberalismo democrático. Casado ha tensado tanto la cuerda, en parte a su ímprobo aznarismo y en otra a su obsesión por recuperar al votante de Vox, que veremos qué puede hacer ahora si quiere recuperar esa parte de su antiguo electorado después de haberlo echado al monte con sus soflamas envenenadas y la contumacia de las redes sociales.
O si es incluso capaz de mantener el suyo propio después de tan contundente discurso.
Esta semana se ha hablado en el Congreso del cinturón sanitario con el que los pretendidos homólogos del Partido Popular en Alemania y Francia mantienen atenazados desde hace años al AfD y la Agrupación Nacional respectivamente, en la misma órbita de Vox. Pero la diferencia fundamental entre estos y los populares en España es que los conservadores alemanes y franceses no necesitan ni de esos partidos ni de ese electorado para gobernar. Mientras que, al menos, una de las dos cosas se hace imprescindible en el caso del PP si quiere volver a hacerlo.
El futuro
No podemos ser muy optimistas y esperar un cambio radical en el modus operandi de Casado y ni tan siquiera de Vox, a pesar de sus amenazas de chantaje –si no desde la tribuna-, si ya de hecho en alguna de las comunidades donde les sirve de muleta para gobernar.
Probablemente todo se quedará en meros fuegos de artificio pero el PP debería ser consciente que este tipo de partidos, por lo que vemos en otros países y como la historia se encarga de demostrar, no se cansan nunca de apretar y lo hacen cada vez más cuando aprecian la menor debilidad en los demás.
Veremos, hasta donde coge visos de realidad este nuevo discurso de Casado en el Congreso. A ver qué tiene de verdad, como él mismo se ha pronunciado con ese: «Hasta aquí hemos llegado».
Que de eso Pedro Sánchez, su otro rival, tampoco ha sabido nunca hilar demasiado fino.