Carmen de Burgos Seguí
Nacida a mediados del XIX en la ciudad de Almería, Carmen de Burgos Seguí (1867-1933) nunca se comportó como una mujer del siglo XIX, sino que se adelantó a su tiempo tanto en ideales como en acciones, especialmente en su defensa del derecho al divorcio. Ya en 1903 fue la primera mujer columnista de un periódico, El Diario Universal, y, posteriormente, se convirtió en la primera corresponsal de guerra de un periódico español, El Heraldo de Madrid. Durante décadas firmó sus columnas con el pseudónimo Colombine.
Aunque nació en el seno de una familia acomodada e intelectual almeriense, esto no le evitó un matrimonio nefasto, la muerte de tres de sus cuatro hijos y el desprecio de la sociedad conservadora española. Afortunadamente, De Burgos se separó de su marido, pero no del círculo en el que se movía, lo que le permitió codearse con la clase intelectual española. Su tenacidad le hizo ganar una plaza como profesora en la Escuela Normal de Maestras. Fue así como se mudó de residencia, primero a Guadalajara y, más tarde, a Madrid. Gracias a su trabajo como periodista, De Burgos viajó por diversos países europeos que le dieron una visión completamente distinta de la posición de la mujer en España.
Entre el año 1903 y 1904 lideró una campaña a favor del divorcio que culminó con una encuesta sobre la idoneidad de una Ley del Divorcio. Ese mismo año publicó también El divorcio en España. En aquellos escritos, De Burgos dejó claro la urgencia de una solución legal para aquellos casos en que la mujer se convertía en una víctima. Como era de esperar, la defensa del derecho al divorcio obtuvo críticas feroces del sector conservador y católico español.
La Malcasada: divorcio o injusticia
Considerada como la novela más autobiográfica, La Malcasada (1923) narra la historia de Dolores, una mujer de Madrid que tras casarse con un hombre almeriense, Antonio, descubre que su matrimonio es su pena de muerte. La novela narra las humillaciones, vejaciones, insultos y amenazas que Dolores -recurso lorquiano- debe aguantar de forma estoica.
La vida de Dolores era triste, solitaria, aburrida, impregnada de aquel ambiente moro. A Antonio le aburría la lectura, no podía soportar una poesía ni escuchar un trozo de música.
(De Burgos, 2016: 51)
De Burgos sitúa la historia en una Almería cruel, donde los hombres maltratan a las mujeres y ellas soportan ese trato, en pro de mantener el ideal de familia y matrimonio católico. Pero además, la autora realiza una feroz crítica contra las leyes injustas y contra el conformismo de las “bien casadas”.
Las mujeres no eran más que seres a propósito para tenerlas en casa, a fin de que los cuidaran y les sirvieran pasivamente de regalo en sus ratos de ocio; pero a las que no se les podía dedicar demasiado tiempo ni hablar con ellas de asuntos que, dada su escasa cultura, no entenderían.
(De Burgos, 2016:74)
Por lo que respecta a los personajes femeninos, lejos de ayudar a Dolores, le recriminan su actitud de desobediencia y desafío por ser una actitud contraria a lo que se espera de una mujer. De Burgos defiende la causa del derecho al divorcio a través de la voz de diversos personajes: Dolores, doña Anita, el italiano anarquista y don Pepe. El resto de personajes se muestran en contra, algunos por convicción y otros por miedo a no estar con los ideales sociales imperantes.
A diferencia de países como EEUU, Inglaterra, Francia y Alemania, donde el movimiento de mujeres llevaba ya décadas consolidándose, España tenía un movimiento de mujeres muy escaso. María Dolores Ramos señala que la “emancipación de las mujeres requería separarlas primero de ‘las garras de la Iglesia’”. (Ramos, 2008: 34) En la novela La malcasada, Dolores se enfrenta constantemente a los ataques de sus familiares y vecinas que le recuerdan que la obligación de una mujer casada es aguantar. Para la España de aquella época el divorcio, más que un ataque al orden era un crimen contra Dios.
¡Las cosas que Dios ata no las pueden desatar los hombres!
¿Pero está usted segura de que estos lazos los ha anudado Dios?
¡Calla, infeliz, no blasfemes! Es cierto que Dios no ha bendecido vuestra unión dándoos un hijo (de tenerlo otra cosa sería), pero tienes el deber de sufrir con paciencia la cruz que te ha tocado en suerte.
No tengo vocación de mártir.
Ya lo veo…, y así…, como eres joven, correrás tras los placeres… y… ¡sabe Dios a lo que darás lugar! Pero no dudes de que Dios te pedirá cuenta de los pecados de tu marido, abandonado por ti…
(De Burgos, 2016: 176)
A lo largo de la novela, se insiste en otra “falta” de Dolores: no tener hijos. Es preciso remarcar que hasta bien entrada la década de los 60 del siglo XX, la mujer que no tenía hijos estando casada era considerada una enferma, “un ente anónimo en nuestra cultura patriarcal.” (Sáez, 1980: 32). La honra de la familia recaía en la mujer, concretamente en la no libertad de su propio cuerpo; en otras palabras, la honradez era la consecuencia de la negación de un derecho.
Además, la mujer casada era un objeto de uso para el marido. Primero de todo lo era porque la ideología de la domesticidad, imperante en todo el siglo XIX, había anclado el lugar de la mujer en el hogar y su deber, cuidar de los hijos y la familia. Pero también lo era porque las leyes españolas, herederas del Código Civil Napoleónico, las consideraban seres incapacitados. La misma Mary Wollstonecraft había denunciado esta incapacitación en su Vindicación de los derechos de la mujer (1792).
Como señalaba Gerda Lerner, la familia es el reflejo del orden imperante en cualquier Estado. Aún más:
El sistema patriarcal solo puede funcionar gracias a la cooperación de las mujeres. Esta cooperación le viene avalada de varias maneras: (…) la división entre ellas al definir la “respetabilidad” y la “desviación” a partir de sus actividades sexuales; (…) y al recompensar con privilegios de clase a las mujeres que se conforman.
Lerner, 2018: 325
De Burgos presenta mujeres respetables, que son aquellas que se resignan, y mujeres desviadas, que son aquellas que o bien no se han casado (las solteronas), o bien enviudaron y no volvieron a casarse, o bien, el caso de Dolores, piden el divorcio. Como había señalado anteriormente, la ausencia de hijos es uno de los motivos para humillar a Dolores, a la que se considera menos mujer que el resto; así como también uno de los argumentos para sostener que la protagonista es una “loca”. Resulta demoledor cuando don Pepe, el abogado, le hace saber que los malos tratos no constituyen una causa de divorcio y que hacerse pasar por la culpable de la ruptura es aún peor.
¡Está usted loca! Se ve que no conoce la ley. ¡Se la recluiría en una prisión o en un manicomio!
(De Burgos, 2016: 145)
La violencia en el matrimonio: cuando la víctima es la loca
Desgraciadamente, la violencia de género en el ámbito familiar se ejerce puntualmente y de forma sutil para ir ganando en intensidad y periodicidad. La vivencia continuada de la violencia dentro del marco afectivo sentimental y familiar provoca que la víctima caiga en un estado de confusión mental y emocional. Este estado de confusión dificulta la identificación de la situación violenta y, lo que es peor, limita las posibilidades de reacción ante el agresor.
Dolores es víctima de todos los tipos de violencia: la psicológica, la económica y patrimonial, la física y la sexual. Sin embargo y a pesar de que Antonio tiene una querida y es él quien la maltrata, es la actitud de Dolores la que se juzga constantemente de inapropiada e inmoral, incluso por aquellas que sufren exactamente lo mismo que ella.
Las casadas se indignaban también. Aquella entereza de Dolores para afirmar su personalidad y su independencia las humillaba en el fondo.
(De Burgos, 2016:116)
Dolores pasa de asumir y resignarse a la violencia a convencerse de que quiere divorciarse y alejarse de esa situación. Si bien no lo consigue, puesto que en aquel entonces el divorcio no existía en España, consigue cierta independencia emocional. Ahora bien, este empoderamiento tiene un precio elevado: la acusación de loca por parte de sus familiares y vecinos. Los motivos de esta locura son: el hecho de no haber tenido descendencia, la petición de divorcio y la defensa de la igualdad entre sexos.
Poco a poco se iba abandonando en sus cuidados personales y en su atavío. No cuidaba de la casa, no leía, no hacía ninguna labor. Su espíritu se dormía para caer en un estado de inercia, de indiferencia, que no estaba lejos de la idiotez.
(De Burgos, 2016: 245)
Para la protagonista, el matrimonio es inconcebible si uno de ellos es inferior al otro; sin embargo, para su marido y el resto de mujeres de la novela, estas ideas sólo pueden venir de alguien que no está en sus cabales. Es así como la víctima se convierte en la culpable y loca. Pensemos que en el siglo XIX, los factores desencadenantes de la locura femenina fueron aquellos típicos de la feminidad (excesiva imaginación, contrariedades amorosas, emotividad) más la transgresión de los roles de género y la demanda de igualdad. (Jiménez y Ruiz, 1999: 198)
En el momento en que el movimiento feminista puso en entredicho la opresión de las mujeres, el patriarcado halló en la medicina y, especialmente, en la psicología y psiquiatría la manera de patologizar estas demandas. De esta manera, malestares producto de las desigualdades entre géneros, como el caso de Dolores, acabaron convirtiéndose en patologías individuales (García Dauder y Pérez Sedeño, 2018: 148).
No es casualidad que a pesar de su infatigable carrera como periodista y escritora, su capacidad de oratoria y persuasión, sus traducciones de textos de Renan, sus conocimientos sobre política y su rechazo a la pena de muerte, Carmen de Burgos Seguí cayó en el olvido durante la dictadura franquista, quedando sólo de ella la estúpida idea de haber sido la amante loca de Ramón Gómez de la Serna.
Bibliografía
De Burgos, C. (1903, 2016) La malcasada. Sevilla: Renacimiento.
García Dauder, S. y Pérez Sedeño, E. (2018, 2ª ed.) Las mentiras científicas sobre las mujeres. Madrid: Cátedra.
Jiménez Lucena, I. y Ruiz Somavilla, M.J. (1999) La política de género y la psiquiatría española de principios del siglo XX. En M.J. Barral; C. Magallón; C. Miqueo; y M.D. Sánchez (eds.) Interacciones ciencia y género (pp. 185-206). Barcelona: Icaria.
Lerner, G. (2018 2ª ed.) La creación del patriarcado. Pamplona: Katakrak.
Ramos, M.D. (2008, 2ª ed.) “Radicalismo político, feminismo y modernización” en Morant, I. (dir.) Historia de las mujeres en España y América Latina. IV. Del siglo XX a los umbrales del XXI . profundizar. Madrid: Cátedra, pp.31-53
Sáez, C. (1980) “Una aproximación al mito de las madres patógenas”. XV Congreso Nacional de la AEN, noviembre. Disponible en: http://www.revistaaen.es/index.php/aen/article/view/14600/14479