Ceci est l’histoire d’un homme marqué par une image d’enfance.
“La jetée” se ha transformado en una de esas películas fundacionales, con independencia de que pueda haber formatos y aspiraciones similares antes y después de su elaboración, el cine de Marker es un hito en el modo de afrontar el relato y su plasmación en imágenes, como lo han sido otros minoritarios pero no menores como Maya Deren, Jonas Mekas, Rouch, Vigo o Eustache, cada uno en su estilo y en su propósito, pero Marker representa la ruptura de un molde que venía demasiado desgastado por el uso en un momento en que el cine en Francia, mayoritariamente, optaba por el modelo nouvelle vague. Nouvelle vague y Rive Gauche fueron dos grupos de cineastas del Paris de finales de los 50 y década de los 60, fundamentalmente, que optaron por diferentes maneras de plasmas el lenguaje cinematográfico. Marker, como Varda, Démy, Rouch, fueron encasillados en el grupo de la Rive Gauche, teóricos frente a prácticos del cine, los jóvenes turcos de Cahiers de Cinema frente a los tildados de “desviacionistas”, aunque el tiempo todo lo cura.
Marker afronta su película con “micromaterias” para formar un “photo-roman” de 28 minutos que conjuga la fábula futurista, el miedo de aquel momento a la tercera guerra mundial, la trama filosófica y la inevitable historia de amor, haciendo una película sin movimiento pero absolutamente dinámica en la que un solo plano muestra movimiento, tan es así que es fácil que pase desapercibido y el ojo, acostumbrado a la sucesión y encadenamiento de fotografías que el breve parpadeo de un ojo nos puede parecer, igualmente, el encadenamiento de dos fotogramas. Edgar Morin habló de los don inventos fundamentales del fin del siglo XIX y que juegan un papel fundamental, al menos como medio y como escenario, en el desarrollo de La Jetée, el avión y el cinematógrafo, el primero realiza el sueño más insensato que ha perseguido el hombre desde que mira al cielo, arrancarse de la tierra, al mismo tiempo se creaba el cine, el avión pretendía apartarse del mundo de los objetos, el cinematógrafo reflejarlo para examinarlo mejor”.
La tercera guerra mundial se ha producido y el protagonista de nuestra historia vive con un recuerdo, el recuerdo de una imagen, un día mitad soleado mitad brumoso, un muelle del aeropuerto de Orly, visitantes viendo aviones y el recuerdo del rostro de una mujer y de una muerte. Estamos ante la memoria de una imagen que, al hacerse fotografía pasa del presente al permanente pasado pese a que se intente revivir en el futuro. Marker juega con el espacio y con el tiempo, las reflexiones teóricas sobre la incidencia filosófica de las imágenes y la narración han permitido todo tipo de comentarios sobre la película a cargo de mentes tan brillantes como las de Bazin, Deleuze, Kristeva, Morin, Sontag, Barthes……la bibliografía existente sobre esta obra de apenas media hora de duración es de tal magnitud que la influencia sobre la historia de la imagen y el lenguaje es evidente.
Como toda guerra, hay vencedores y vencidos, París ha sido arrasada y nada ha quedado en pie, existe un mundo de superficie, inhabitable, y un mundo subterráneo en distintos estratos, dominadores y dominados, el mundo del subsuelo tan presente en el cine de Lang cobra vida en imágenes nuevamente con la obra de Marker, el mundo de las catacumbas de Paris y las estancias de los derrotados que, inevitablemente remontan a “Noche y niebla” de Resnais y los campos de concentración, de hecho, la derivada de la historia recuerda la reciente barbarie sufrida en Europa, han pasado apenas 15 años de la segunda guerra mundial cuando Marker hace su película y el mundo se encamina hacia otro desastre sin paliativos, esta vez con las dos superpotencias poseedoras del arma nuclear. En la película el planeta se dirige a la destrucción porque no hay posibilidad de generar recursos al ser la superficie inhabitable, por eso los vencedores (que hablan una lengua incomprensible pero de resonancias eslavas y germanas) experimentan (otra vez el recuerdo del holocausto) con los prisioneros unos sueros que permitan viajar en el tiempo a través de la mente, primero experimentando con el pasado y, si se obtiene el éxito, intentar desplazarse al futuro para conseguir un remedio que salve a la humanidad, humanidad que de hecho, ya está perdida. Es lo que Marker dice que es “llamar al pasado y al futuro para llegar al presente” puesto que el espacio está condenado sólo el tiempo es la solución, manejar el tiempo permitirá subsanar los errores del presente y del pasado.
El tiempo juega en la historia, pero también juega dentro del lenguaje fílmico, el montaje, elemento esencial de esta película, da un giro radical a la concepción del tiempo, ya no estamos en el montaje como juego entre planos, sino en la reconstrucción del propio plano mediante el montaje de sus propios fragmentos, asistimos al montaje del plano , no hay un choque entre planos, sino entre los fragmentos de los mismos, si la corriente triunfante de la nouvelle vague huía del montaje por alejar el cine de la realidad, Marker contraataca con una reelaboración radical del montaje en La Jetée.
El tiempo fílmico se subvierte en la obra y de ahí que el tiempo sea esencial en la historia, por eso el pasado pasa a ser el tiempo fundamental, el pasado es el catalizador necesario para el futuro, el pasado, nuevamente, como determinante del futuro del individuo, en esta ocasión incluso para el futuro de la humanidad, aquél que tenga una fuerte visión del pasado es candidato óptimo para ser sometido al experimento, y nuestro protagonista guarda una imagen vívida de un momento de su vida pasada cuando era niño y vió a un hombre morir en el aeropuerto, circunstancia de la que, inicialmente no fue consciente, hasta que pensó sobre el recuerdo del momento. Hay que nacer de nuevo en otra época para solventar el momento del presente, usando esa imagen del pasado el experimento tratará de preparar al hombre para enfrentarse al futuro, en un momento en el que la memoria de la humanidad se ha borrado, conseguir regresar al pasado y revivirlo puede ser el equivalente a poder viajar hacia el futuro, esa obsesión por el pasado le convierte en el candidato perfecto, los anteriores no han resistido el experimento y han ido muriendo (el paralelismo con las atrocidades llevadas a cabo por alemanes y japoneses con los prisioneros de guerra y no de guerra es evidente), pero nuestro hombre supera las fases previas comenzando a ver imágenes del pasado, cada vez más nítidas y más elaboradas, el museo de la memoria se pone en marcha y surgen imágenes reales, pero como dirá, son diferentes, ¿o serán imaginadas a partir de lo real?, un paisaje, una figura, una estatua, un museo……, al trigésimo día de experimento se produce el encuentro, aparece la mujer.
Es la mujer de la imagen que el protagonista recuerda del aeropuerto, pasado y futuro empiezan a coincidir, pero esa vívida imagen del pasado identificada como la mujer plantea un reto existencial, esa mujer del recuerdo infantil, o que se cree infantil, en el mundo real del presente ha de estar muerta. En esa recreación del pasado con el experimento, el cobaya humano revive lo que debió ser su historia de amor, poco a poco los encuentros son más definidos, el contacto más estrecho, nuestro hombre viaja y encuentra a la mujer en cada viaje, para ella es extraño, ha de aceptar las idas y venidas, las desapariciones, ¿ella realmente, o la imagen de ella?, él para ella es “su espectro”, lo que le dota de una entidad fantasmal nada vana en el curso de una historia donde el tiempo cuenta de manera fundamental, los encuentros pasan del flirteo al romance y a la relación sexual, es la historia de un mutuo enamoramiento que concluye con un parpadeo, el camino del pasado se ha consumado y nuestro hombre ha recuperado la integridad del mismo y está preparado para enfrentarse al futuro. La última cita con la mujer, cita que no sabe que es la última hasta que se ha producido, tiene lugar en el museo, el museo es el lugar del tiempo, el museo de historia natural coloca a la pareja en el lugar de observar y ser observados, observan a los animales del pasado como los animales parecen observarles a ellos, incluso dudaremos sobre si son los animales los que están fuera de la urna y nuestra pareja dentro, la cámara se eleva y mira a los humanos desde la perspectiva del pájaro que se encuentra en la altura, despertado de la cita en el museo la aparición del jefe supone el fin de la historia de amor revivida, es el momento de pensar en el futuro.
Consigue acceder, mediante los compuestos químicos, al futuro y entrevistarse con los nuevos hombres, seres de apariencia inmaterial, próximos a entes más que a realidades, cabezas pensantes y cuerpos inexistentes o invisibles, dotados de capacidades extrasensoriales para comunicarse y con una marca en la frente que parece remitir a un mecanismo artificial para hablar sin pronunciar palabra. Nuestro hombre consigue comunicarse con ellos y ellos con él, el diálogo es breve, el futuro está más protegido que el pasado, como siempre el tiempo es fundamental en la narración y es más fácil recordar el pasado que alcanzar el futuro, pero el objetivo pretendido, pese a la brutalidad de la existencia presente de la humanidad, se consigue, los 5 representantes del futuro sancionan que “si la humanidad ha sobrevivido no se puede denegar a nuestro pasado los medios para su supervivencia” entregando el saber para la construcción de una fuente de energía inagotable que permita regenerar la existencia del planeta, con esta sentencia el futuro cierra sus puertas al presente con una posibilidad de reconstruirse, los representantes del futuro, admirados de la capacidad del interlocutor para desplazarse mentalmente en el tiempo, le ofrecen abandonar el presente, antes de que lo aniquile y unirse con ellos en el futuro, sin embargo, nuestro protagonista elige la opción conocida, pide volver al pasado de su infancia y a la mujer que, a lo mejor, le está esperando, pide volver a la jetée de su infancia (palabra que juega con el francés, j,étais (era) y jeter (arrojar) ) concluyendo el relato circular y temporal encontrándose adulto en el mismo muelle, viendo a la mujer de sus sueños y sus recuerdos, corriendo hacia ella, carrera frustrada por un disparo, el mismo sonido que recuerda de la infancia, pero en esta ocasión el disparo es identificado, proviene de uno de los representantes del presente enviado al mismo tiempo para eliminarlo, el futuro se lo había dicho crípticamente, “abandona el presente antes de que te aniquile”.
En ese momento su conciencia se ilumina definitivamente, no hay manera de eludir el tiempo, “el momento que le había sido concedido observar de niño era el de su propia muerte”, si el recuerdo que mantenía es que había comprendido que, de niño, había visto la muerte de un hombre, sólo el tiempo le permitiría saber que esa muerte era la propia, un camino de conocimiento hacia la propia destrucción, el tiempo es inexorable, pero el pasado no se borra sino que permanece a la espera.
[…] La Jetée (Chris Marker, 1962). […]