La brusca ruptura entre Ciudadanos y Manuel Valls, con motivo de haber apoyado éste último la elección de Ada Colau como alcaldesa de Barcelona evitando así que un independentista dirigiera la alcaldía de la segunda ciudad de España, no ha venido más que a poner en evidencia lo que hace tiempo venía ronroneándose del partido naranja y más especialmente de su líder Albert Rivera que cuanto peor, mejor para él y su partido.
Para colmo, el desmentido del gobierno de Emmanuel Macron a las declaraciones del propio Rivera en cuanto al supuesto apoyo de éste a las políticas seguidas por Ciudadanos en España con el sostén de una formación de extrema derecha, ha vuelto a suponer un jarro de agua fría para un partido que hasta hace poco tiempo se formulaba como un adalid de la regeneración de la política española.
Un soplo de aire fresco cuando solo hace pocos años en su propia página web se reconocía como un partido de carácter socialdemócrata, aunque bien es cierto que desde el primer momento era más fácil situarlo en el ámbito socio-liberal que en el de la socialdemocracia clásica. Sin embargo, cuando en 2017 Ciudadanos decide abandonar el calificativo socialdemócrata para autodefinirse como liberal progresista, en realidad lo que ha hecho el partido ha sido girar de manera brusca y vertiginosa topándonos en la actualidad con un discurso más propio de un partido ultranacionalista en lo político y neoliberal en lo económico.
Volviendo al caso de la alcaldía de Barcelona, Ada Colau se ha manifestado en innumerables ocasiones en contra del independentismo cuestionándolo además de manera muy crítica –otra cosa es estar de acuerdo o no con la celebración de un referéndum o la manera en que la justicia ha tomado cartas en el asunto-, pero de ahí a preferir poner en manos de una ciudad como Barcelona a un declarado independentista, con las consecuencias que ello podría tener para la política institucional y sus relaciones con el estado, no cabe la menor duda de que tanto Albert Rivera como su grupo lo que buscaba es un empeoramiento de la situación para intentar sacar rédito de ello.
Es obvio que la táctica del «cuanto peor en Cataluña, mejor para el partido», en la que ha basado toda su estrategia política y su discurso los últimos años le ha hecho ganar enteros al partido naranja en todos los territorios. Para ello ha preferido abrazarse a la extrema derecha representada en Vox y la parte más reaccionaria del Partido Popular mediante un discurso igualmente incendiario promoviendo el enfrentamiento entre las partes, exhibiendo la misma soberbia que sus oponentes en el asunto y alejándose cada vez más de buscar una solución racional a la cuestión catalana.
En cuanto a la política nacional, francamente que sorprende su evidente inquina personal hacia Pedro Sánchez y no digamos más de todo cuanto se sitúe a la izquierda del mismo. Máxime viniendo de una persona y un partido que hasta hace nada se situaba en el entorno del PSOE y en tan breve lapso de tiempo ha pasado de defender posturas de carácter progresistas a otras propias de un nacionalismo de lo más incluyente y en lo económico en la órbita de la ortodoxia capitalista.
El hecho incluso de auto-proclamarse como líder de la oposición en el Congreso de los Diputados, cuando se trata de la tercera fuerza parlamentaria siendo este un papel que ha correspondido siempre al segundo partido con más escaños en la Cámara, da una idea del estado de enajenación política en la que se encuentran tanto Albert Rivera como la formación naranja, dando lugar a pactos y acuerdos inexplicables. Muchos de ellos en contra de sus propias bases, como los que se están produciendo en numerosas localidades de España tras las pasadas elecciones municipales y que para colmo se han formulado de manera fragante por meros intereses partidistas.
A estas alturas del metraje es imposible adivinar cuales son los derroteros que va a tomar Ciudadanos los próximos meses y menos aún durante la actual legislatura, vista la virulencia de su cambios de rumbo. Un partido que parece basar toda su estrategia en la figura hegemónica y presidencial de Rivera, casi desaparecido los últimos tiempos y dejando todo el marrón ante los medios a una Inés Arrimadas que intenta justificar día sí y otro también tanto chalaneo, echando balones fuera ante tal suma de incoherencias. Cuando no desmintiéndose de lo afirmado por ella misma pocas horas antes como le ocurriera con Ana Pastor en El Objetivo, precisamente con el caso Valls, al que dio cancha en la entrevista por cuatro años para cesarlo después a la mañana siguiente.
No sabemos si Ciudadanos acabará cediendo a las presiones del gran capital y la banca española para que al menos se abstenga en la investidura de Pedro Sánchez, intentando atraer la atención de éste último hacia los postulados liberales y alejándolo de paso de los que pueda tener por su izquierda. Algo que, en cualquier caso, tendrá que decir sobre todo el propio Sánchez quien debería definir ya una posición clara al respecto. Si mantener la tesitura socio-liberal en el PSOE lo que ha hecho sucumbir a los partidos socialistas en la mayor parte de Europa, para lo cual tendría a bien a Rivera. O, por lo contrario, retornar a la socialdemocracia buscando aliados por su izquierda tal como ocurre en Portugal.
Ya hemos comentado en alguna ocasión los magníficos resultados del fenómeno portugués, lo que le ha convertido en un referente para una socialdemocracia denostada en Europa, poniendo en evidencia que otra forma de hacer política y entender la economía de mercado es posible. Parece que, a duras penas, los partidos socialdemócratas –en especial en países del norte de Europa-, van recobrando relevancia y han vuelto a cosechar algún triunfo en diferentes procesos electorales. Pero ninguno de ellos –vista la situación del Reino Unido y por ende del partido laborista-, tiene la importancia en el continente que España, lo que convierte al PSOE en su tesitura de gobierno en la herramienta más importante para devolver el juicio a la Unión Europea después de su desastrosa aventura a través de las formas y maneras del capitalismo más salvaje y destructivo. Y en ese escenario, visto lo visto, es evidente que ni Rivera ni su partido tienen sitio.
Veremos.