A pesar de la trágica secuencia de mujeres asesinadas el pasado mes de diciembre a manos de su pareja o ex pareja, quizá habrá tenido que escuchar usted en boca de alguna persona durante las celebraciones navideñas sentencias como: «algo habrá hecho» o «cómo lo tendría para coserla a puñaladas».
Lamentablemente mientras que a esa parte de la sociedad la violencia de género le siga sirviendo de escarnio será difícil, por no decir imposible, que la misma deje de formar parte de nuestras vidas. Lo que además, como vamos a ver en este artículo, resulta un añadido que repercute muy negativamente en generaciones venideras.
También veremos qué es lo que opinan nuestros jóvenes acerca del fenómeno de la inmigración. Que, por cierto, se hace doblemente significativo cuando se vincula con el anterior al distinguir en los medios de comunicación, consciente o inconscientemente, la nacionalidad de los afectados. Tanto en ese como o en sucesos de cualquier tipo.
Al caso
«Martin Luther King decía: “El arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia”. Ya no me creo eso, creo que somos nosotros los que tenemos que inclinarlo. Ya no está claro que estemos embarcados en algún tipo de viaje evolutivo hacia un mundo más libre, más equitativo y justo».
Paul David Hewson –Bono- (Músico, vocalista de U2, 1960- )
Resultan más que preocupantes los informes presentados a finales del pasado año por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud para la Fundación FAD, de los que se desprende que uno de cada 4 jóvenes españoles tiene actitudes y opiniones racistas y que el 15 % de los chicos y el 8 % de las chicas niegan la violencia género.
Ambos documentos son el resultado de sendas encuestas realizadas a 1.200 y 1.700 jóvenes, entre los 15 y 29 años, y vienen a doblar de forma alarmante los resultados del anterior estudio de 2019 en los mismos términos.
Es decir, en los tres últimos años, cuestiones tan desgarradoras en el desarrollo de las sociedades humanas como son el racismo y la violencia de género se han visto acentuadas entre los más jóvenes cuando creíamos que para estos iban quedando atrás.
Los dos estudios concluyen, por una parte, que «De las categorías analizadas, la que presenta actitudes y opiniones claramente racistas es el conformado por quienes se posicionan ideológicamente en la extrema derecha, resultando la ideología una variable determinante».
Y de otra: «No se puede dejar de mencionar la estrecha relación existente, y que la literatura pone de manifiesto, entre estas posturas más conservadoras y los argumentos que cuestionan la desigualdad o la existencia de la violencia de género, con un espacio público cada vez más visible, que genera comunidad y legitima estos discursos, y que encuentra un campo de expansión especialmente en el ámbito digital».
O lo que es lo mismo no hay que ser muy listo para darse cuenta que este periodo coincide con el crecimiento de los partidos de extrema derecha que se han ido consolidando en toda Europa favorecidos aún más por la pandemia, las crisis derivadas de la misma, la irrupción del «Trumpismo» en EE.UU. y las persistentes secuelas de la Gran Recesión de 2008.
Afianzándose entre la población, sobre todo, gracias al hábil uso de unas redes sociales que para cierta multitud representan su principal medio de comunicación e información.
Un trabajo que pone en evidencia la arriesgada deriva del modelo económico, político y social dominante durante las últimas décadas así como los riesgos para las democracias liberales en un futuro próximo.
Vuelta a la historia
No son pocos los historiadores que establecen ciertos paralelismos entre muchos de los acontecimientos que se desarrollaron en el periodo de entreguerras durante la primera mitad del pasado SXX y los que se han venido sucediendo desde finales de siglo hasta nuestros días.
Que ellos puedan derivar en nuevas formas de totalitarismo es una realidad que nos encontramos día a día a lo largo y ancho del continente europeo, aunque no se tengan por el mismo modo que entonces.
De hecho los movimientos fascistas que se postularon desde la llegada al poder en Italia de Benito Mussolini en 1922 y se sucedieron en países como Alemania, Portugal, Polonia, Yugoslavia, Hungría, Bulgaria, Rumania, Grecia, los Estados Bálticos o España, aunque en esencia fueran similares no desarrollaron en todos los casos las mismas características.
Desde el fascismo italiano de Mussolini, al nazismo alemán pasando por el nacional catolicismo español.
¿Pueden incluirse todos los movimientos ultra derechistas de la actualidad bajo el término fascista? Eso está por ver, entre otras cosas, porque algunos de los tradicionales partidos conservadores prefieren evitar el término en el marco de una carrera electoral inconclusa para intentar disputarles un votante que, por otro lado, no dejará nunca de hostigarles.
Todo lo contrario a lo que ocurre con la socialdemocracia clásica que si bien otrora se le ubicara en el centro izquierda, en la actualidad la mayor parte de sus postulados son considerados extremistas desde esos mismos ámbitos conservadores, asimilándola a una izquierda inexistente y que dejó de hacerlo en Europa hace más de 30 años.
Una consecuencia de cómo el neoliberalismo dominante ha desplazado el eje del tablero político y con ello una interpretación menos objetiva del mismo. Al fin y al cabo, el fascismo solo fue derrotado en la IIGM pero no desapareció nunca del todo.
Así, hay grandes divergencias entre historiadores. Por ejemplo el italiano Emilio Gentile (1946- ), uno de los principales investigadores sobre el fascismo, difiere por entero de que estemos asistiendo al retorno del fascismo en alguna de sus formas: «Lo que existe hoy es el peligro de una democracia que, en nombre de la soberanía popular, puede asumir características racistas, antisemitas y xenófobas. Pero en nombre de la voluntad popular y de la democracia soberana, que es absolutamente lo opuesto al fascismo, porque el fascismo niega absolutamente la soberanía popular».
Sin embargo basta echar un vistazo a las frenéticas alocuciones de los representantes actuales de tales movimientos para encontrar numerosos puntos coincidentes en sus discursos con los modos, maneras y alternativas de los de aquellos entonces.
No en vano sería el caso de la vaguedad de sus propuestas, la simplicidad de sus mensajes, la exaltación de la patria, su promoción como modelo rupturista, la agresividad en sus formas, su desprecio si cabe hacia las clases más burguesas y su carácter ciertamente supremacista y negacionista, como en el caso del cambio climático o la propia violencia machista.
Mussolini alcanzó el poder a base de intimidaciones y de las simpatías de Víctor Manuel III, mientras el general Franco lo logró a través de una cruenta guerra. Sin embargo Hitler alcanzó la cancillería alemana a través de un proceso democrático que acabaría confiscando más tarde.
En la actualidad Viktor Orbán y Mateusz Morawiecki han convertido con el apoyo de las urnas Hungría y Polonia en pseudo democracias, manipulando las leyes, la justicia y los medios de comunicación hasta acabar poniendo en un aprieto a los grupos opositores. El pasado año Giorgia Meloni, la denominada posfascista italiana, ha puesto el corazón de Europa en un puño tras haber logrado ganar las elecciones en Italia.
Los Demócratas de Suecia han sido el partido más votado del bloque conservador en el país escandinavo, en Francia Le Pen se ha quedado a las puertas del Elíseo y en España Vox es posible que forme gobierno con el PP en 2023 y, en cualquier caso, ya lo hace en coalición con los populares en Castilla León.
Para colmo, la cronificación del fenómeno está dando lugar a una mayor radicalización del mismo como hemos visto recientemente en Alemania con la desarticulación de los denominados «Ciudadanos del Reich»; con más de 20.000 seguidores dispuestos a protagonizar un golpe de estado contra una república federal a la que no reconocen y al amparo de la teoría de la conspiración de QAnon, entre otros disparates que nos hubieran resultado inimaginables hasta hace poco tiempo.
La generación perdida
La Gran Recesión provocada por la furibunda neoliberal se desató hace ya 15 años y en todo ese tiempo la generación nacida en la década de los 90 puede decirse que solo ha conocido en su etapa más importante para la educación y el acceso al trabajo nada más que una crisis tras otra.
En el caso de España con un ya de por sí desastroso mercado laboral basado en un modelo intensivo de salarios bajos, caciquil desde tiempos remotos, muchos de nuestros jóvenes se han dado de bruces con el mismo a pesar de su alto grado de preparación.
Por poner un solo ejemplo, muy de actualidad, es el caso de los que terminan la carrera de medicina. Después de 6 años de facultad su salario gira en su primera etapa profesional alrededor de los 1.200 € mensuales, mientras que en Alemania –uno de sus destinos favoritos-, el salario se aproxima a los 5.000 € entre los mismos. Eso, en un país con un nivel de precios de las necesidades básicas similar al español.
En otros muchos sectores, los que no han podido marcharse o lo han hecho y han tenido que regresar porque no han podido adaptarse al medio o superar las indudables dificultades que conlleva la cuestión migratoria, se encuentran con un escenario laboral extraordinariamente adverso.
Si ya de por sí la educación en sus grados superiores resulta un camino difícil de recorrer con unos enormes costes para las familias ante la falta de recursos públicos, el no encontrar una salida satisfactoria a tanto sacrificio resulta indudablemente desalentador.
No digamos ya en el caso de los que no han accedido a la misma por unos u otros motivos.
Y si a ello le sumamos la evidencia de que una clase privilegiada se ha enriquecido todavía más en el mismo lapso de tiempo o lo que es lo mismo la riqueza generada entre todos se ha distribuido de manera cada vez menos equitativa, tendremos el caldo de cultivo ideal para que una parte cada vez más numerosa de esa juventud caiga rendida a la verborrea incendiaria de movimientos que ponen en entredicho tan deteriorado contrato social.
Europa y España en particular
Resulta difícil establecer un pronóstico en una coyuntura como la actual, a pesar de los intentos tanto del gobierno español cómo de la propia Comisión Europea, para un momento de transformación social como el que se está dilucidando en la Unión Europea.
Entre mantenerse firmes en la deriva neoliberal a la espera que el viento amaine o retomar los conceptos de la Europa social y del estado del bienestar de la posguerra.
El debate en todo el continente está abierto en un proceso que a ciencia cierta aún no puede saberse cómo evolucionará.
También en España aunque en nuestro país resulte más complejo con un partido tan conservador como el Partido Popular que incluso se rebela contra su propio grupo en el parlamento europeo absteniéndose de apoyar medidas económicas de calado social para afrontar la crisis actual e incapaz de renegar de cuanto acontece por su derecha a la búsqueda de rédito electoral.
Pero el daño está hecho y ese discurso reaccionario y virulento que protagonizan día sí y otro también en sus respectivos parlamentos todas esas formaciones ultra nacionalistas y en extremo reaccionarias han calado en numerosos aspectos entre una juventud perdida y desencantada.
En España ello se acentúa asimismo con un claro efecto acción/reacción en terrenos como el del racismo, la xenofobia o el feminismo, cuando estos aparecen en la agenda social.
Por otra parte nuestro país es víctima de un modelo laboral que propicia enormes bolsas de desempleo y de empleos precarios al situarse como principales referencias del PIB dos sectores de tan bajo valor añadido como la construcción y el turismo.
Lo que se ha acentuado las últimas décadas con el fortalecimiento de gigantes de la distribución mayorista y minorista, a base de mano de obra barata, con la masiva destrucción de otra mucho más dotada y especializada.
Desde la llegada del actual gobierno, el ministerio de trabajo está realizando un esfuerzo titánico para invertir tan paupérrimo mercado laboral pero sus resultados, en un entorno extraordinariamente desfavorable víctima de otros tiempos y con una estructura empresarial insuficiente, demorarán en dar sus frutos.
Unas reformas que aun haciéndose notar en los datos necesitan tiempo para implementarse y que la población en su vida diaria compruebe sus efectos.
Si a eso añadimos el continuo flujo migratorio consecuencia del carácter fronterizo de España con países del tercer mundo o en vías de desarrollo y la cada vez más alarmante situación de los mismos por los efectos del cambio climático y la sobreexplotación de sus recursos, es fácil encontrar en la inmigración un chivo expiatorio al que acusar del desempleo y unas deficientes condiciones laborales, por muchos que los datos lo desmientan de manera contundente.
Pero, ya se sabe, es mucho más fácil propagar un bulo que desmentirlo.
En el terreno de los derechos de la mujer España ha dado un salto cualitativo muy importante desde el final de la dictadura hasta situarse en los primeros lugares del mundo en dicho sentido. Ello ha provocado un importante rechazo de esa parte más conservadora de la sociedad española aferrada al pasado y que ha encontrado en una influyente jerarquía eclesiástica su más firme aliado.
Como decíamos antes, las redes sociales desempeñan un papel fundamental en ambos casos por cuanto pueden multiplicar todo tipo de mensajes en forma de bulos, noticias falsas o medias verdades de forma tan sucinta como virulenta sin, en la práctica, mediar control alguno.
Una exacerbación del odio que como ocurriera en los años 30 del siglo pasado no parece darse toda la importancia que se merece pero que, como entonces, puede pasar factura con unos costes extraordinariamente elevados para todos.
En lo que nos ocupa, entre todos esos jóvenes que han hecho de los teléfonos móviles y las redes sociales su medio de vida, atrapados en WhatsApp, Instagram, Tik Tok y otras muchas aplicaciones, que se sienten expulsados de una sociedad que les ha dado la espalda y que desde determinados círculos les empuja a posiciones cada vez más reaccionarias.
«No tengo interés por un presunto contacto con una civilización extraterrestre más avanzada que la nuestra; con tan solo mirarnos a nosotros mismos podemos ver cómo la vida inteligente podría resultar ser algo que no nos gustaría conocer».
Stephen Hawking, (físico teórico, astrofísico, cosmólogo y divulgador científico, 1942-2018)